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jueves, 26 de mayo de 2016

La dolorosa muerte de Grau

LA DOLOROSA MUERTE DE GRAU NARRADA POR UN HISTORIADOR CHILENO

El combate de Angamos en el relato de Gonzalo Búlnes, en 1911. Admiración, respeto y una cruda narración de la inmolación del gran héroe del Perú el 8 de Octubre de 1,879. Imposible no emocionarse.

La dolorosa muerte de Grau narrada por un historiador chileno
Grau entró en la noche del 7 de octubre a la bahía de Antofagasta, dejando a la Unión fuera del puerto, en observación, mientras él reconocía los buques fondeados en la rada, con la esperanza de encontrar alguno de los nuestros y aplicarle torpedos. Permaneció cerca de dos horas y después continuó al norte con la Unión. A poco andar los vigías dieron simultáneamente la alarma en los dos campos. Los centinelas de Riveros avisaron que se percibían dos humos, y lo mismo dijeron los de las naves peruanas. En el primer momento Grau creyó que pudieran ser transportes y se acercó a reconocerlos, pero al ver que fijaban el derrotero en su dirección sospechó la realidad y se alejó. Eran entre las 3 y 4 de la mañana. A cada momento se afianzaba en ambos campos la convicción de que los buques eran enemigos. Los albores del amanecer disiparon toda duda. Riveros vio que las naves que corrían delante de él tenían las características que le había comunicado el día anterior el Ministro Sotomayor: el Huáscar pintado de plomo, color de mar, sin falcas, con sus cofas blindadas, apenas perceptible sobre la línea de agua; la Unión del mismo color, envuelta en cadenas a manera de blindaje, y con sus cofas también blindadas. No había duda, eran ellos, los buques que habían recorrido impunemente nuestras costas mientras la escuadra chilena estaba enclavada delante de Iquique, o con sus calderas obstruidas. Un ¡hurra! resonó a bordo de nuestras naves y la persecución se inició. Toda duda había desaparecido también para Grau, pero confiaba en el andar del Huáscar y en su fortuna, que tantas veces le había proporcionado el medio de escapar en lances iguales. Pudo creer que éste sería uno más: un laurel más en la ruidosa celebridad de su carrera. García y García, Comandante de la Unión, que tenía plena confianza de escapar a cualquiera persecución, pues su buque andaba trece millas por hora, maniobraba para colocarse como cebo delante de Riveros y desviar así la atención del Huáscar que, momento a momento, se alejaba de nuestro blindado.
Esta situación se mantuvo hasta las 7.30 a.m. hora en que los vigías peruanos gritaron que se veían al norte, uno, dos, tres humos que se aproximaban en veloz carrera a la playa, en dirección vertical al rumbo que ellos llevaban. Era Latorre, él audaz y formidable jefe que se presentaba en la hora de la esperanza para Grau como la sombra del desastre.
Latorre había permanecido esa noche en crucero frente a Mejillones ocupando el centro de su línea; la O’Higgins y el Loa sus alas. La distancia inicial de ella era a 20 kilómetros, menos que mas, de la costa. El que dio aviso que se divisaban humos al Sur fue el Loa. Cuando se vieron ya claramente los buques enemigos, Latorre ordenó por señales a Montt y a Molinas que saliesen en persecución de la Unión la “infiel consorte” del Huáscar, como la llama Vicuña Mackenna, la que manifiestamente se apartaba de él con rumbo al norte, con un andar de 13 y hasta de 14 millas por hora. Mientras tanto él, Latorre, enfrente ya del enemigo que había tenido tan cerca en Iquique, corría valientemente con rumbo fijo a la costa a cortarle el paso. El Huáscar navegaba en esa dirección con todo el poder de su máquina.
Grau se había metido temerariamente en el peligro. Es probable que en el primer momento no se diera cuenta de su gravedad creyendo que solo tenía delante de sí al Blanco cuyo andar era de 8 a 9 millas por hora, es decir una y media a dos menos que el Huáscar. Si hubiese comprendido que en el camino de su derrotero al norte lo aguardaba el Cochrane, antes de ser visto por éste habría podido burlar la persecución poniendo su proa mar afuera hasta dejar el Blanco perdido de vista y llegar por cuarta o quinta vez en triunfal carrera a Arica, y aun ahora mismo cuando ya sus vigías le anunciaron tres humos a la vista, todavía le era posible inclinarse al oeste, separado como estaba del Cochrane por una distancia no menor de 8,000 metros que a éste no era fácil suprimir desde que el andar de ambos no tenía una diferencia mayor de ½ a ¾ de milla por hora. Lanzado ya en la fatal y vertiginosa carrera pegado a la costa, el momento de huir había pasado, pero en cambio le quedaba una operación digna de alto renombre: embestir al Cochrane con el espolón para disminuir la desequivalencia del material, pues si ese elemento de combate no igualaba los buques, en cierto modo los equilibraba, y le proporcionaba, en último caso, el prestigio de una hazaña que habría dado un día de gloria a la marina del Perú.


Grau no intentó ese grande y salvador recurso, sino que fiando en su excelente máquina seguía deslizándose como una sombra por la línea de la costa, cuando el Cochrane le salía de atravieso para cruzarle el camino. Acortada la distancia a 3,000 metros el Huáscar rompió los fuegos, con sus piezas de a 300, con excelentes punterías. La primera andanada de la torre, pasó por encima de la chimenea del Cochrane sin tocarlo; un cañonazo de la segunda dio en el pescante de proa que sirve para levantar el ancla, el que en términos marineros se llama “pescante del pescador”. El tercero rasmilló el blindaje de la batería produciendo una gran conmoción en la nave. La máquina despidió un chorro de vapor, y Latorre que hasta ese momento permanecía en el puente sin hacer caso de los disparos, ordenando acortar la distancia, y no contestar para no perder tiempo, creyó quo ese cañonazo le había destrozado la máquina, y que necesitaba apurarse y disparar antes que el enemigo le ganase mayor espacio. Por este temor cambió de táctica y rompió los fuegos. Eran las 9.40 a.m.; la distancia 2,000 a 2,200 metros.

Según las versiones peruanas el primer cañonazo de los diestros artilleros chilenos dio en la torre de combate destrozando 12 hombres. El segundo cortó el guardín o cadena que da dirección al timón dejando el buque sin gobierno durante un momento, mientras el personal arreglaba la rueda de repuesto que había cerca o en la cámara del Comandante; el tercero o cuarto disparo dio en la torre de mando pulverizando a Grau y matando por efecto de la conmoción a su ayudante don Diego Ferré que estaba en un compartimento bajo desde donde aquél le trasmitía sus órdenes al través de una reja de madera situada a sus pies. El efecto del proyectil en el cuerpo de Grau fue espantoso. Literalmente voló hecho pedazos no quedando en aquel sitio del infortunado y glorioso marino sino un pie, y los dientes incrustados en el forro de madera de ese compartimento. Ese disparo y otro más que recibió la torre de mando destrozaron el telégrafo de la máquina, y la rueda de gobierno de la embarcación. Si pudiera aceptarse que un artillero diestro pone el proyectil donde quiere, diríase que esta vez los del Cochrane estaban destruyendo metódicamente los elementos directivos del enemigo; el Comandante, los telégrafos, la rueda de combate, los guardines del timón, sin herir el buque en su parte vital, dejándole intactos sus organismos fundamentales. Esta era la situación del Huáscar media hora después de empeñada la lucha.

Sus tiros habían perdido la seguridad de los primeros momentos. Se dijo entonces que los artilleros ingleses se desconcertaron al ver la seguridad con que La torre soportó sus disparos sin responder, al principio de la acción. Bien puede haber influido esa circunstancia ya que la victoria en realidad no es otra cosa que dominar la moral del adversario, y también que esos artilleros hubieran sufrido los terribles efectos de las granadas Pelliser y Shrapnell que sembraban la muerte en el monitor. Sea una u otra la causa es lo cierto que los tiros peruanos eran menos certeros ahora que se había acortado la distancia La destrucción de los aparatos de gobierno privó de dirección al barco enemigo. El Huáscar tenía una pequeña torcedura en el espolón, que inclinaba su rumbo a la derecha, cuando los aparatos directivos no desarrollaban toda su eficacia. No sabría asegurar si era un defecto orgánico de construcción o desperfecto causado por sus operaciones navales antes de la campaña actual o en ella.
La situación del Huáscar era esa después de la destrucción de su rueda de gobierno, de los guardines del timón y de los telégrafos de la máquina. Había perdido la dirección y estaba sujeto a ese defecto que lo arrastraba a la derecha. Viéndolo girar en esa forma Latorre interpretó el movimiento como si fuera para vararse o agredirlo con el espolón, y, acto continuo, con la resuelta entereza propia de este eminente jefe, le arremetió valientemente para herirlo en la misma forma, pero erró el golpe y el monitor pasó a menos de doscientos metros de su quilla presentándole como blanco la aleta sobre la cual disparó por banda el Cochrane, haciéndole un terrible efecto con sus granadas. El Huáscar que ya había conseguido restablecer su gobierno, puso proa al norte seguido de cerca por su implacable contrario.

Cuando ocurría esto, el combate duraba cerca de una hora. La tripulación estaba desmoralizada. Dos marineros subieron a cubierta y arriaron el estandarte que flameaba en el pico de mesana. Latorre gritó a sus artilleros: suspender los fuegos. Pero casi instantáneamente, con diferencia de minuto y medio a dos minutos, se vio salir de la torre de combate un oficial e izar con sus manos la insignia que se acababa de bajar. Entre los oficiales que cayeron prisioneros uno fue el teniente don Enrique Palacios, y la tripulación del Cochrane creyó reconocer en él al que había levantado la bandera, lo que hizo que la oficialidad chilena honrase especialmente a ese valeroso joven que tenia 19 heridas cuando el Huáscar se rindió definitivamente. Se le dio el camarote del segundo Comandante del Cochrane y se le rodeó de consideraciones.
No es extraño que tal cosa sucediera a bordo del Huáscar porque la muerte se había cebado en las cabezas y propiamente la tripulación carecía de jefes. Después de la muerte de Grau correspondió el mando al capitán don Elías Aguirre, quien, no pudiendo ocupar la torre de mando por estar destrozada, se trasladó a la de combate desde donde dirigía la maniobra. Allí lo alcanzó un proyectil que lo hizo pedazos. Tomó el puesto vacante el oficial de más graduación, el capitán don Melitón Carvajal y un casco de granada lo hirió gravemente y fue conducido a la enfermería. A Carvajal sucedió el teniente don Pedro Garezón. Es imposible que una tripulación mezclada como era la del Huáscar en que el 15 por ciento a lo menos se componía de extranjeros tuviese esa unidad granítica que se traduce en el heroísmo por el deber y en el sacrificio por la Patria.

El Huáscar que seguía corriendo con rumbo al norte cañoneado por el Cochrane, volvió a repetir ese movimiento semi giratorio, que había estado a punto de producir un encuentro al espolón un momento antes. Latorre atribuyéndolo al mismo propósito se preparó para embestirle como la vez anterior, pero en ese instante llegaba el Blanco al sitio del combate, y Riveros, ansioso de tomar parte en él, quiso efectuar por el opuesto lado el movimiento de embestida con el ariete que se preparaba a ejecutar el Cochrane, de tal manera que el impetuoso Comandante en Jefe se interpuso entre éste y el enemigo viéndose obligados los blindados chilenos a efectuar una evolución giratoria en sentido contrario para no chocarse la que dio tiempo al Huáscar de alejarse de 200 metros a que se encontraba entonces, a 1,200. Vueltos los blindados a su común derrotero o sea a la estela del Huáscar lo persiguieron de cerca, batiéndolo los dos a la vez. El monitor no pudo resistir más. El Cochrane navegaba tan cerca de su aleta de estribor que se oían los gritos de la marinería que decían: ¡estamos rendidos! Latorre les ordenó parar la máquina y obedecieron. El pabellón se arrió. Inmediatamente se echaron botes al agua. El primero fue del Cochrane tripulado por algunos soldados para tomar posesión de la embarcación rendida, con maquinistas, médico, capellán, etc. Lo mandaba el Teniente Bianchi Tupper. Luego salió otro del mismo Cochrane mandado por el Teniente Serrano Montaner, y uno del Blanco tripulado por el mayor de órdenes del Almirante, el Capitán Castillo y el Capitán Peña designado por Riveros para mandar el buque apresado.

La defensa del Huáscar fue valiente, y si bien la tripulación no conservó la tranquilidad y entereza que permita aplicar a su defensa un calificativo más culminante, hay que tomar en cuenta la superioridad del adversario, el efecto espantoso de las granadas de nueva invención, la gloriosa hecatombe de los comandantes, y su composición de hombres de diversas razas y nacionalidades. En realidad, el combate era desigual por la diferencia de blindaje, que el Huáscar no podía compensar sino, con el espolón, o sacrificándose hasta acercarse tanto al enemigo que sus proyectiles lanzados de muy cerca pudieran perforar su coraza. Cuando el Blanco llegó a ponerse a tiro y cuando en su postrera carrera lo cañoneaba éste y el Cochrane de cerca, toda resistencia era imposible.

Los muertos del Huáscar fueron tres oficiales. La tripulación; se componía de 200 hombres. De éstos muchos eran extranjeros, predominando en ellos los ingleses. La víctima más ilustre del combate fue el Almirante Grau. Entre los heridos el Teniente Palacios. Todo elogio que se haga del caballeroso marino que rindió allí la vida está justificado. Grau sirvió a su patria con valor, con destreza y con humanidad. Imprimía a sus acciones una nota caballeresca. Cumplía su deber sin arrogancia. Jamás se encuentra bajo su pluma una injuria, ni su buque ahondó inútilmente los males de la guerra Pudo destruir poblaciones inermes y no lo hizo. Desgraciadamente habría estado justificado si lo hiciera. Dio pruebas de una actividad inteligente en la campaña y de mucha serenidad en el peligro. Alma elevada, templada en la fragua del deber, Grau señaló un rumbo de honor a la marina futura del Perú. El vencedor le rindió el homenaje que merecía.
El Comandante en Jefe de la Escuadra dice en el parte oficial de la acción:
“La muerte del Contra-almirante peruano don Miguel Grau ha sido muy sentida en esta Escuadra, cuyos jefes y oficiales hacían amplia justicia al patriotismo y valor de aquel notable marino”.

Foto: Archivo Courret.

Tomado del libro “Guerra del Pacífico de Antofagasta a Tarapacá” 
obra de Gonzalo Búlnes publicada en 1911 en Valparaíso 
(Páginas 484-495).

domingo, 7 de junio de 2015

La Inmortalidad de "Bolognesi en el morro de Arica"

Uno de los episodios más dramáticos se vivió en Arica, el 7 de junio de 1880. Aquí, algunos testimonios.
El Jefe del Estado Mayor de la Plaza de Arica, el peruano Manuel C. de la Torre, da testimonio de esa sublime entrega: “...Palmo a palmo y con empeñoso afán, fueron defendidas nuestras posiciones hasta el ‘Morro’, donde nos encerró y redujo a unos pocos, el dominante y nutrido fuego del enemigo por una hora. Eran las 8 y 59 de la mañana, cuando todo estaba perdido; muertos casi todos los Jefes, prisioneros los que quedaban, dos únicos, y arriada por la mano del vencedor nuestra bandera...”. El teniente coronel del ejército peruano, el argentino Roque Sáenz Peña dice en su parte de combate: “... La oficialidad y tropa del medio Batallón que logré subir [al Morro] estaba ya diezmada; los tres Jefes subalternos no pudieron seguirme, y yo me hallaba herido desde el principio del combate, de un balazo en el brazo derecho que me permitió sin embargo mantenerme a caballo hasta los últimos momentos en que tuve que abandonarlo por serme ya imposible darle dirección; fue entonces que nos reunimos con Ud. (Manuel C. de la Torre). Los señores coroneles don Francisco Bolognesi y don Guillermo Moore, cayendo a nuestro lado estos dignos jefes atravesados por el plomo de una fuerte descarga...”.

Francisco Bolognesi. Cortesia de La Biblioteca Nacional 1905
El capitán de corbeta y segundo jefe de las baterías del Morro, Manuel Ignacio Espinoza Camplodo manifiesta que: “...la tropa que tenía su rifle en estado de servicio, seguía haciendo fuego, hasta que los enemigos invadieron el recinto haciendo descargas sobre los pocos que quedábamos allí; en esta situación llegaron a la batería, el señor Coronel D. Francisco Bolognesi, Jefe de la Plaza, Coronel D. Alfonso Ugarte, Ud. (se refiere a Manuel C. de la Torre, a quien está elevado el parte), el teniente Coronel D. Roque Sáenz Peña, que venía herido, el Sargento Mayor D. Armando Blondel y otros que no recuerdo; y como era inútil toda resistencia, ordenó el señor Comandante General que se suspendieran los fuegos, lo que no pudiendo conseguirse a viva voz, el señor Coronel Ugarte fue personalmente a ordenarlo a los que disparaban situados al otro lado del cuartel, en donde dicho jefe fue muerto (...) A la vez que tenían lugar estos acontecimientos, las tropas enemigas disparaban sus armas sobre nosotros, y encontrándonos reunidos los señores Coronel Bolognesi, Capitán de Navío Moore, Teniente Coronel Sáenz Peña, Ud., el que suscribe y algunos oficiales de esta batería, vinieron aquellos sobre nosotros y, a pesar de haberse suspendido los fuegos por nuestra parte, nos hicieron descargas de los que resultaron muertos el señor Coronel Comandante General de la Plaza D. Francisco Bolognesi y el señor Capitán de Navío D. Juan G. Moore, habiendo salvado los demás por la presencia de oficiales que nos hicieron prisioneros...” .
Para Vargas Hurtado, historiador ariqueño, Bolognesi murió así: “En momentos que el enemigo descendía de Cerro Gordo en dirección al Morro, Bolognesi se hallaba en medio de la meseta de éste, dirigiendo la acción, acompañado de La Torre, Ugarte, More, Sáenz Peña y sus Ayudantes de campo. Su valor y arrojo infunden bríos a los pocos soldados que le quedaban, los cuales redoblan sus descargas sobre el chileno, que avanza en medio de granizadas de plomo. Fue en este instante cuando el defensor de la Plaza, revólver en mano, cae dominado por traidora bala (...) Cuando los asaltantes llegaron al sitio donde yacía el Héroe, estaba aun con vida, anegado en sangre; pero sin reparar en su alta investidura ni en su condición de herido, le destrozaron el cráneo a culatazos. ¡ASESINOS!”.

Sacrificio de Francisco Bolognesi
LAS ANGUSTIANTES HORAS PREVIAS
¿Qué impotencia habrían sentido los combatientes peruanos en el Morro de Arica en la víspera de su inmolación? Nadie se puede imaginar dichos momentos. Pensar que la esposas o novias repletaban sus mentes pero no estaban para consolarlos; imaginar que a los hijos les tenían en los cinco sentidos pero realmente no los podían oler, besar, tocar,
oír y solo se conmovían secándose las lágrimas de sus ojos; soñaban que el tibio sol acariciaba sus mejillas en el rincón más hermoso de sus vidas pero no había tal rincón, menos: sol; suponían que mañana podrían estar retornando al seno de sus patrias chicas por el Ferrocarril Arica – Tacna, pero se sobresaltaban al recordar que Tacna estaba perdida y Arica podría ser su tumba; pero la angustia siempre es turbada por la esperanza y, por lo tanto, una lucecita iluminaba sus mentes al pensar que podría llegar un refuerzo, la tropa comandada por Saldívar, desde Arequipa.
Si él llegaba la suerte hubiera sido distinta y eso lo reconoce una carta de un jefe chileno: “Las fortificaciones de Arica eran magníficas, pero para que fuesen enteramente inexpugnables necesitaban ser defendidas por una fuerza que no bajase de 5 a 6000 hombres. Este es el motivo porque las hemos tomado en pocas horas, cuando bien defendidas habrían resistido el ataque de 12 á 15 000 hombres. Los enemigos se han batido muy bien, como que sabían que la cosa valía la pena, pues no se daba cuartel en el combate” (publicado en el “Ferrocarril de Santiago”).



CARTA DE ALFONSO UGARTE A FERMÍN VERNAL
Alfonso Ugarte describe la calamitosa situación pero tiene la esperanza de recibir refuerzos venidos desde Arequipa. Eh aquí un extracto de su carta a Fermín Vernal, su amigo.
“... No hay detalles ni tenemos noticias seguras de los nuestros más de lo que te comunico.
Aquí en Arica estamos solamente dos divisiones de nacionales, defendiendo este punto, y aún cuando somos tan pocos, no podemos hacer lo de Iquique, abandonar el puerto y entregarlo, porque este es un puerto artillado y tiene elementos y posiciones de defensa. Tenemos pues, que cumplir con el deber del honor defendiendo esta plaza hasta que nos la arranquen a la fuerza. Ese es nuestro deber y así lo exige el honor nacional. Estamos pues esperando ser atacados por mar y tierra. Dios sabe lo que resultará, así que te puedes imaginar mi triste situación. Sin embargo es preciso resistir hasta el último y te puedo asegurar, también, que con las posiciones que ocupamos en el morro, los cañones de grueso calibre y las minas que tenemos preparadas, les costará muchas vidas a los chilenos reducirnos y quitarnos esta plaza. Estamos resueltos a resistir con toda la seguridad de ser vencidos, pero es preciso cumplir con el honor y el deber. Quizás la suerte nos favorezca y lleguen con tiempo los refuerzos que esperamos de Arequipa...”.

CARTA DE RAMÓN ZAVALA A UN AMIGO
Ramón Zavala expresa en carta a un amigo el indomable espíritu de los peruanos en Arica, lleno de valentía y patriotismo.
“... De todos modos tengo la seguridad de que si no triunfamos, que si los chilenos no reciben su castigo aquí, que si no hacemos de Arica un segundo Tarapacá, la defensa será de tal naturaleza, que nadie en el país desdeñará en reconocer en nosotros sus compatriotas, y que los neutrales no dejaran de reconocernos como los defensores de la honra e integridad de nuestra patria. Arica, no se rinde, ni las banderas se despliegan para abandonar la plaza; por el contrario, resistirá tenaz y vigorosamente, y cuando la naturaleza cede, obedeciendo a leyes físicas, los invasores pondrán su planta en un suelo que está cubierto de cadáveres y regado por sangre peruana. Sus defensores prefieren la muerte a la deshonra; la gloria a una vida que les hubiera sido insoportable, sino hubieran aprovechado del último.

TELEGRAMAS
Bolognesi, antes de la batalla, tenía comunicación con el prefecto de Arequipa, Carlos Gonzales Orbegoso. En los distintos telegramas le dice que no cuente con Manuel Leyva, Lizardo Montero, Narciso Campero (boliviano), sus batallones nunca llegaron a la batalla de Arica.
"Enemigo todas armas trasladadas trenes. Encuéntrense acampados dos leguas esta plaza. Esperamos mañana ataque. Resistiremos", dice el telegrama del 2 de junio de Bolognesi al prefecto.
Para la historiadora Medina, los documentos mostraban que la situación era complicada, la falta de alimento, la alarma por la ocupación chilena, pero aún así salieron al frente.
"Suspendido por enemigos cañoneo. Parlamento dijo: general Baquedano por deferencia especial a la enérgica actitud de la plaza desea evitar derramamiento de sangre. Contesté según acuerdo de jefes: mi última palabra es quemaremos el último cartucho. ¡Viva el Perú!", escribe Bolognesi al prefecto de Arequipa en telegrama del 5 de junio, mientras que Orbegoso le responde con emoción:
"Felicito a usted y jefes de la plaza en nombre del pueblo arequipeño por su noble actitud. Arequipa contesta: ¡Viva el coronel Bolognesi!".

CARTA DE BOLOGNESI A SU ESPOSA
Es una misiva impregnada de valor, pero, al mismo tiempo, de preocupación por su esposa y de crítica a Mariano Prado, que había huido, y a Nicolás de Piérola, el Dictador, que había sido un fracaso dirigiendo la guerra.
“... Esta será seguramente una de las últimas noticias que te lleguen de mí, porque cada día que pasa vemos que se acerca el peligro y que la amenaza de rendición o aniquilamiento por el enemigo superior a las fuerzas peruanas son latentes y determinantes. Los días y las horas pasan y las oímos como golpes de campana trágica que se esparcen sobre este peñasco de la ciudadela militar engrandecida por un puñado de patriotas que tienen su plazo contado y su decisión de pelear sin desmayo en el combate para no defraudar al Perú. ¿Que será de ti amada esposa? Tú que me acompañaste con amor y santidad. ¿Que será de nuestros hijos, que no podré ver ni sentir en el hogar común? Dios va a decidir este drama en el que los políticos que fugaron y los que asaltaron el poder tienen la misma responsabilidad. Unos y otros han dictado con su incapacidad la sentencia que nos aplicará el enemigo. Nunca reclames nada, para que no se crea que mi deber tiene precio...”.


Cartas del héroe. 
Correspondencia enviada a su familia y al prefecto de Arequipa muestran la tensión que vivió el héroe. “¿Qué será de ti, amada esposa?... Dios va a decidir este drama en que los políticos que fugaron y los que asaltaron el poder tienen la misma responsabilidad”. 
El general chileno Manuel Baquedano los miraba con su catalejo. No podía creerlo. Ellos eran 6 mil y los soldados de Francisco Bolognesi no pasaban de los 1.400. No entendía cómo estos hombres, más que armados, enfurecidos, optaban por el suicidio de enfrentarlos.
Bolognesi sabía que venía la muerte. Pero la patria era primero, por eso escribió cartas que no solo eran la despedida de sus seres queridos, sino también una confesión de valentía y amor por el Perú.
Su trazo era firme, pero en el mensaje había fastidio y mucha tensión. Sabía la dura batalla que le esperaba... A pesar de ello, en cada palabra mostraba las ganas de cumplir la orden encomendada. El héroe, quien nació un 4 de noviembre de 1816, vivía así un capítulo de su vida que hoy recordamos un día antes del aniversario de la batalla de Arica, gesta en la cual entregó la vida por la patria.
Las cartas que el coronel Bolognesi le escribió a su familia antes de la batalla, en junio de 1880, durante la guerra con Chile, mostraban la voluntad de cumplir con el deber, más allá de las dificultades. 
"Querido hijo: son las 11 del día y te dirijo estas palabras para despedirme. El enemigo está cerca de Tacna. Allí lo espera el general Montero con todo su ejército, salvo que los chilenos le hagan una jugarreta y vengan a tomar esta plaza (Arica) que la han dejado muy débil", escribe Bolognesi a su hijo Enrique, el 19 de abril. 
Meses después de esta emotiva carta, Enrique Bolognesi también decide luchar en la Guerra del Pacífico, en la batalla de Miraflores de 1881.
"Yo no tengo para su defensa más que 1.400 infantes; ellos pueden –en horas– traer a Pacocha (Ilo) 3 o 4 mil hombres y a la vez comprometer combate por mar y tierra. En fin, ha llegado el momento de decidir la cuestión.

No hay que asustarse: no estamos mal. Si se dirigen bien las cosas, les daremos un caldo como en Tarapacá.
Creo que seré el pato de la boda por ocupar este puesto que es el ensueño del enemigo. Mientras estén los nuestros en Tacna quizá no habrá nada aquí. 
Ya estoy fastidiado, deseo que llegue el momento de un ataque para descansar del modo que quieras entenderlo. Yo no duermo, no me dejan ni comer; en la calle y por donde vaya tengo que hacer con todo el que me busca. Afectos a todos en casa, a amigos y amigas. Adiós", narra en una misiva Bolognesi.

La historiadora Lourdes Medina comenta que cuando uno lee las cartas de Bolognesi, nota que el héroe siempre habla del cumplimiento del deber, porque no quería defraudar al Perú.
"Hay que rescatar en Bolognesi su optimismo, en las cartas dice que le podemos dar sopa como en Tarapacá, él pensaba que podía ganar en Arica, su esperanza estaba en la minas (dinamita camuflada), el trabajo estuvo a cargo del ingeniero Teodoro Elmore, pero lo capturan con los planos, después los chilenos identificaron la ubicación de las minas", recuerda la historiadora Medina. 
Luego, el 22 de mayo, le escribió a su esposa María Josefa, quien en sus primeras palabras adelantaba que estas serían sus últimas palabras, porque sabe que cada día que pasa el enemigo se acerca a Arica, conocía perfectamente que las fuerzas de Chile superaban a los defensores peruanos.

"Adorada María Josefa"

Esta será seguramente una de las últimas noticias que te llegarán de mí, porque cada día que pasa vemos que se acerca el peligro y que la amenaza de rendición o aniquilamiento por el enemigo superior a las fuerzas peruanas son latentes y determinantes. Los días y las horas pasan y las mismas como golpes de campana trágica que se esparcen sobre este peñasco de la ciudadela militar, engrandecida con un puñado de patriotas que tienen su plazo contado y su decisión de pelear sin desmayos en el combate, para no defraudar al Perú.
¿Qué será de ti, amada esposa, tú que me acompañaste con amor y santidad?, ¿qué será de nuestra hija y de su marido, que no me podrán ver ni sentir en el hogar común? Dios va a decidir este drama en que los políticos que fugaron y los que asaltaron el poder tienen la misma responsabilidad. Unos y otros han dictado, con su incapaz conducta, la sentencia que nos aplicará el enemigo. Nunca reclames nada, para que no crean que mi deber tuvo precio. Besos para ti y Margarita. Abrazos a Melvin”, escribe Bolognesi a su esposa.
Efectivamente, un grupo de peruanos, a pesar de la situación en contra y que sabían que iban a morir, se resistieron al final. Además de la guerra por el guano y el salitre era una lucha por la dignidad nacional.

6-11-1905. Se inauguró el monumento en su homenaje. A la ceremonia asistió uno de los sobrevivientes de la defensa de Arica, el argentino Roque Sáenz Peña, con rango de general del ejército peruano.

Inauguración del momumento a Bolognesi -1905