jueves, 26 de mayo de 2016

La dolorosa muerte de Grau

LA DOLOROSA MUERTE DE GRAU NARRADA POR UN HISTORIADOR CHILENO

El combate de Angamos en el relato de Gonzalo Búlnes, en 1911. Admiración, respeto y una cruda narración de la inmolación del gran héroe del Perú el 8 de Octubre de 1,879. Imposible no emocionarse.

La dolorosa muerte de Grau narrada por un historiador chileno
Grau entró en la noche del 7 de octubre a la bahía de Antofagasta, dejando a la Unión fuera del puerto, en observación, mientras él reconocía los buques fondeados en la rada, con la esperanza de encontrar alguno de los nuestros y aplicarle torpedos. Permaneció cerca de dos horas y después continuó al norte con la Unión. A poco andar los vigías dieron simultáneamente la alarma en los dos campos. Los centinelas de Riveros avisaron que se percibían dos humos, y lo mismo dijeron los de las naves peruanas. En el primer momento Grau creyó que pudieran ser transportes y se acercó a reconocerlos, pero al ver que fijaban el derrotero en su dirección sospechó la realidad y se alejó. Eran entre las 3 y 4 de la mañana. A cada momento se afianzaba en ambos campos la convicción de que los buques eran enemigos. Los albores del amanecer disiparon toda duda. Riveros vio que las naves que corrían delante de él tenían las características que le había comunicado el día anterior el Ministro Sotomayor: el Huáscar pintado de plomo, color de mar, sin falcas, con sus cofas blindadas, apenas perceptible sobre la línea de agua; la Unión del mismo color, envuelta en cadenas a manera de blindaje, y con sus cofas también blindadas. No había duda, eran ellos, los buques que habían recorrido impunemente nuestras costas mientras la escuadra chilena estaba enclavada delante de Iquique, o con sus calderas obstruidas. Un ¡hurra! resonó a bordo de nuestras naves y la persecución se inició. Toda duda había desaparecido también para Grau, pero confiaba en el andar del Huáscar y en su fortuna, que tantas veces le había proporcionado el medio de escapar en lances iguales. Pudo creer que éste sería uno más: un laurel más en la ruidosa celebridad de su carrera. García y García, Comandante de la Unión, que tenía plena confianza de escapar a cualquiera persecución, pues su buque andaba trece millas por hora, maniobraba para colocarse como cebo delante de Riveros y desviar así la atención del Huáscar que, momento a momento, se alejaba de nuestro blindado.
Esta situación se mantuvo hasta las 7.30 a.m. hora en que los vigías peruanos gritaron que se veían al norte, uno, dos, tres humos que se aproximaban en veloz carrera a la playa, en dirección vertical al rumbo que ellos llevaban. Era Latorre, él audaz y formidable jefe que se presentaba en la hora de la esperanza para Grau como la sombra del desastre.
Latorre había permanecido esa noche en crucero frente a Mejillones ocupando el centro de su línea; la O’Higgins y el Loa sus alas. La distancia inicial de ella era a 20 kilómetros, menos que mas, de la costa. El que dio aviso que se divisaban humos al Sur fue el Loa. Cuando se vieron ya claramente los buques enemigos, Latorre ordenó por señales a Montt y a Molinas que saliesen en persecución de la Unión la “infiel consorte” del Huáscar, como la llama Vicuña Mackenna, la que manifiestamente se apartaba de él con rumbo al norte, con un andar de 13 y hasta de 14 millas por hora. Mientras tanto él, Latorre, enfrente ya del enemigo que había tenido tan cerca en Iquique, corría valientemente con rumbo fijo a la costa a cortarle el paso. El Huáscar navegaba en esa dirección con todo el poder de su máquina.
Grau se había metido temerariamente en el peligro. Es probable que en el primer momento no se diera cuenta de su gravedad creyendo que solo tenía delante de sí al Blanco cuyo andar era de 8 a 9 millas por hora, es decir una y media a dos menos que el Huáscar. Si hubiese comprendido que en el camino de su derrotero al norte lo aguardaba el Cochrane, antes de ser visto por éste habría podido burlar la persecución poniendo su proa mar afuera hasta dejar el Blanco perdido de vista y llegar por cuarta o quinta vez en triunfal carrera a Arica, y aun ahora mismo cuando ya sus vigías le anunciaron tres humos a la vista, todavía le era posible inclinarse al oeste, separado como estaba del Cochrane por una distancia no menor de 8,000 metros que a éste no era fácil suprimir desde que el andar de ambos no tenía una diferencia mayor de ½ a ¾ de milla por hora. Lanzado ya en la fatal y vertiginosa carrera pegado a la costa, el momento de huir había pasado, pero en cambio le quedaba una operación digna de alto renombre: embestir al Cochrane con el espolón para disminuir la desequivalencia del material, pues si ese elemento de combate no igualaba los buques, en cierto modo los equilibraba, y le proporcionaba, en último caso, el prestigio de una hazaña que habría dado un día de gloria a la marina del Perú.


Grau no intentó ese grande y salvador recurso, sino que fiando en su excelente máquina seguía deslizándose como una sombra por la línea de la costa, cuando el Cochrane le salía de atravieso para cruzarle el camino. Acortada la distancia a 3,000 metros el Huáscar rompió los fuegos, con sus piezas de a 300, con excelentes punterías. La primera andanada de la torre, pasó por encima de la chimenea del Cochrane sin tocarlo; un cañonazo de la segunda dio en el pescante de proa que sirve para levantar el ancla, el que en términos marineros se llama “pescante del pescador”. El tercero rasmilló el blindaje de la batería produciendo una gran conmoción en la nave. La máquina despidió un chorro de vapor, y Latorre que hasta ese momento permanecía en el puente sin hacer caso de los disparos, ordenando acortar la distancia, y no contestar para no perder tiempo, creyó quo ese cañonazo le había destrozado la máquina, y que necesitaba apurarse y disparar antes que el enemigo le ganase mayor espacio. Por este temor cambió de táctica y rompió los fuegos. Eran las 9.40 a.m.; la distancia 2,000 a 2,200 metros.

Según las versiones peruanas el primer cañonazo de los diestros artilleros chilenos dio en la torre de combate destrozando 12 hombres. El segundo cortó el guardín o cadena que da dirección al timón dejando el buque sin gobierno durante un momento, mientras el personal arreglaba la rueda de repuesto que había cerca o en la cámara del Comandante; el tercero o cuarto disparo dio en la torre de mando pulverizando a Grau y matando por efecto de la conmoción a su ayudante don Diego Ferré que estaba en un compartimento bajo desde donde aquél le trasmitía sus órdenes al través de una reja de madera situada a sus pies. El efecto del proyectil en el cuerpo de Grau fue espantoso. Literalmente voló hecho pedazos no quedando en aquel sitio del infortunado y glorioso marino sino un pie, y los dientes incrustados en el forro de madera de ese compartimento. Ese disparo y otro más que recibió la torre de mando destrozaron el telégrafo de la máquina, y la rueda de gobierno de la embarcación. Si pudiera aceptarse que un artillero diestro pone el proyectil donde quiere, diríase que esta vez los del Cochrane estaban destruyendo metódicamente los elementos directivos del enemigo; el Comandante, los telégrafos, la rueda de combate, los guardines del timón, sin herir el buque en su parte vital, dejándole intactos sus organismos fundamentales. Esta era la situación del Huáscar media hora después de empeñada la lucha.

Sus tiros habían perdido la seguridad de los primeros momentos. Se dijo entonces que los artilleros ingleses se desconcertaron al ver la seguridad con que La torre soportó sus disparos sin responder, al principio de la acción. Bien puede haber influido esa circunstancia ya que la victoria en realidad no es otra cosa que dominar la moral del adversario, y también que esos artilleros hubieran sufrido los terribles efectos de las granadas Pelliser y Shrapnell que sembraban la muerte en el monitor. Sea una u otra la causa es lo cierto que los tiros peruanos eran menos certeros ahora que se había acortado la distancia La destrucción de los aparatos de gobierno privó de dirección al barco enemigo. El Huáscar tenía una pequeña torcedura en el espolón, que inclinaba su rumbo a la derecha, cuando los aparatos directivos no desarrollaban toda su eficacia. No sabría asegurar si era un defecto orgánico de construcción o desperfecto causado por sus operaciones navales antes de la campaña actual o en ella.
La situación del Huáscar era esa después de la destrucción de su rueda de gobierno, de los guardines del timón y de los telégrafos de la máquina. Había perdido la dirección y estaba sujeto a ese defecto que lo arrastraba a la derecha. Viéndolo girar en esa forma Latorre interpretó el movimiento como si fuera para vararse o agredirlo con el espolón, y, acto continuo, con la resuelta entereza propia de este eminente jefe, le arremetió valientemente para herirlo en la misma forma, pero erró el golpe y el monitor pasó a menos de doscientos metros de su quilla presentándole como blanco la aleta sobre la cual disparó por banda el Cochrane, haciéndole un terrible efecto con sus granadas. El Huáscar que ya había conseguido restablecer su gobierno, puso proa al norte seguido de cerca por su implacable contrario.

Cuando ocurría esto, el combate duraba cerca de una hora. La tripulación estaba desmoralizada. Dos marineros subieron a cubierta y arriaron el estandarte que flameaba en el pico de mesana. Latorre gritó a sus artilleros: suspender los fuegos. Pero casi instantáneamente, con diferencia de minuto y medio a dos minutos, se vio salir de la torre de combate un oficial e izar con sus manos la insignia que se acababa de bajar. Entre los oficiales que cayeron prisioneros uno fue el teniente don Enrique Palacios, y la tripulación del Cochrane creyó reconocer en él al que había levantado la bandera, lo que hizo que la oficialidad chilena honrase especialmente a ese valeroso joven que tenia 19 heridas cuando el Huáscar se rindió definitivamente. Se le dio el camarote del segundo Comandante del Cochrane y se le rodeó de consideraciones.
No es extraño que tal cosa sucediera a bordo del Huáscar porque la muerte se había cebado en las cabezas y propiamente la tripulación carecía de jefes. Después de la muerte de Grau correspondió el mando al capitán don Elías Aguirre, quien, no pudiendo ocupar la torre de mando por estar destrozada, se trasladó a la de combate desde donde dirigía la maniobra. Allí lo alcanzó un proyectil que lo hizo pedazos. Tomó el puesto vacante el oficial de más graduación, el capitán don Melitón Carvajal y un casco de granada lo hirió gravemente y fue conducido a la enfermería. A Carvajal sucedió el teniente don Pedro Garezón. Es imposible que una tripulación mezclada como era la del Huáscar en que el 15 por ciento a lo menos se componía de extranjeros tuviese esa unidad granítica que se traduce en el heroísmo por el deber y en el sacrificio por la Patria.

El Huáscar que seguía corriendo con rumbo al norte cañoneado por el Cochrane, volvió a repetir ese movimiento semi giratorio, que había estado a punto de producir un encuentro al espolón un momento antes. Latorre atribuyéndolo al mismo propósito se preparó para embestirle como la vez anterior, pero en ese instante llegaba el Blanco al sitio del combate, y Riveros, ansioso de tomar parte en él, quiso efectuar por el opuesto lado el movimiento de embestida con el ariete que se preparaba a ejecutar el Cochrane, de tal manera que el impetuoso Comandante en Jefe se interpuso entre éste y el enemigo viéndose obligados los blindados chilenos a efectuar una evolución giratoria en sentido contrario para no chocarse la que dio tiempo al Huáscar de alejarse de 200 metros a que se encontraba entonces, a 1,200. Vueltos los blindados a su común derrotero o sea a la estela del Huáscar lo persiguieron de cerca, batiéndolo los dos a la vez. El monitor no pudo resistir más. El Cochrane navegaba tan cerca de su aleta de estribor que se oían los gritos de la marinería que decían: ¡estamos rendidos! Latorre les ordenó parar la máquina y obedecieron. El pabellón se arrió. Inmediatamente se echaron botes al agua. El primero fue del Cochrane tripulado por algunos soldados para tomar posesión de la embarcación rendida, con maquinistas, médico, capellán, etc. Lo mandaba el Teniente Bianchi Tupper. Luego salió otro del mismo Cochrane mandado por el Teniente Serrano Montaner, y uno del Blanco tripulado por el mayor de órdenes del Almirante, el Capitán Castillo y el Capitán Peña designado por Riveros para mandar el buque apresado.

La defensa del Huáscar fue valiente, y si bien la tripulación no conservó la tranquilidad y entereza que permita aplicar a su defensa un calificativo más culminante, hay que tomar en cuenta la superioridad del adversario, el efecto espantoso de las granadas de nueva invención, la gloriosa hecatombe de los comandantes, y su composición de hombres de diversas razas y nacionalidades. En realidad, el combate era desigual por la diferencia de blindaje, que el Huáscar no podía compensar sino, con el espolón, o sacrificándose hasta acercarse tanto al enemigo que sus proyectiles lanzados de muy cerca pudieran perforar su coraza. Cuando el Blanco llegó a ponerse a tiro y cuando en su postrera carrera lo cañoneaba éste y el Cochrane de cerca, toda resistencia era imposible.

Los muertos del Huáscar fueron tres oficiales. La tripulación; se componía de 200 hombres. De éstos muchos eran extranjeros, predominando en ellos los ingleses. La víctima más ilustre del combate fue el Almirante Grau. Entre los heridos el Teniente Palacios. Todo elogio que se haga del caballeroso marino que rindió allí la vida está justificado. Grau sirvió a su patria con valor, con destreza y con humanidad. Imprimía a sus acciones una nota caballeresca. Cumplía su deber sin arrogancia. Jamás se encuentra bajo su pluma una injuria, ni su buque ahondó inútilmente los males de la guerra Pudo destruir poblaciones inermes y no lo hizo. Desgraciadamente habría estado justificado si lo hiciera. Dio pruebas de una actividad inteligente en la campaña y de mucha serenidad en el peligro. Alma elevada, templada en la fragua del deber, Grau señaló un rumbo de honor a la marina futura del Perú. El vencedor le rindió el homenaje que merecía.
El Comandante en Jefe de la Escuadra dice en el parte oficial de la acción:
“La muerte del Contra-almirante peruano don Miguel Grau ha sido muy sentida en esta Escuadra, cuyos jefes y oficiales hacían amplia justicia al patriotismo y valor de aquel notable marino”.

Foto: Archivo Courret.

Tomado del libro “Guerra del Pacífico de Antofagasta a Tarapacá” 
obra de Gonzalo Búlnes publicada en 1911 en Valparaíso 
(Páginas 484-495).

martes, 10 de mayo de 2016

Cronista "Felipe Guamán Poma de Ayala" (1487-1533)

“La nueva crónica y buen gobierno”, de Felipe Guamán Poma de Ayala, no pudo cumplir con los fines para los cuales el autor lo hizo, pero, con el correr del tiempo, se convirtió en el más importante documento gráfico sobre la vida y las costumbres de la época colonial.

Los indios: vasallos de los nuevos dueños del mundo andino
“No era oro ni plata lo que del Perú va a Europa sino sangre y sudor de indios que son los que en este país trabajan”, decía la memoria de un virrey. En su carta al rey, Guamán Poma de Ayala dice: “A solo Vuestra Majestad incumbe el mirar por ellos (los hombres andinos) como su rey y señor natural que es de ellos, y se duela de sus miserias y calamidades, y malos tratamientos y peores pagas que continuamente reciben en general de todo género de gente, tratándolos peor que a esclavos venidos de Guinea, que aun a estos les tratan mejor por costarles el precio que pagan por ello”. “Tirios y troyanos”, pues, reconocían en su tiempo la salvaje explotación de los indios.

Felipe Guamán Poma de Ayala, su hijo Francisco, sus perros, uno de los cuales se
llamaba “Amigo”, y su caballo. Poma de Ayala se identifica como el “autor”.
Los “indios gimieron siempre en la esclavitud más completa”
“Fueran cuales fuesen las mil providencias que, con la humanidad e interés verdaderamente cristianos tan dignos de reconocer, dictaron los monarcas, el hecho es que los desventurados indios gimieron siempre en la esclavitud más completa [...] Los municipios distribuían los turnos, fijaban los salarios, por supuesto, ridículos, para los particulares, y aun para proveer obligariamente a los vecinos de yerba, agua, leña y otros urgentes menesteres diarios [...] Inmensidad de esos infelices, a turno también obligatorio en todas las provincias del Virreinato, que eran extraídos de su hogar y de su tierra, dejando a sus familiares en el más absoluto abandono, para ser ocupados en el servicio comunal de las poblaciones o en el laboreo y explotación de las minas [...]” (G. Leguía y Martínez).

Las subcastas de los indios y sus miserables condiciones
Los indios, durante la colonia, estaban distribuidos en los siguientes
grupos:
1. Indios de las reducciones. Pertenecientes propiamente a la República de Indios. Estaban obligados a pagar los tributos correspondientes y a comprar las mercaderías de los corregidores. También estaban obligados a pagar el “veinteno” a la Iglesia, que era equivalente al cinco por ciento de su producción agrícola.
2. Indios yanaconas. Eran los siervos en las extensas tierras de los españoles. Habían sido entregados a los conquistadores, y a sus descendientes, durante las reparticiones de tierras. Dicho sistema fue implantado por Francisco Pizarro y seguido por los primeros gobernantes de la Colonia.
3. Indios mitayos. Eran los indios reclutados para trabajar en las minas. También había mitayos para trabajar en la reparación o construcción de caminos y puentes, así como en el mantenimiento de los tambos. Los hubo que acudían a las ciudades para participar en la construcción de obras públicas. Otro tipo de mitayos eran los que estaban organizados para el trabajo forzoso en las ricas tierras de españoles y criollos.
4. Indios jornaleros. Eran los trabajadores “libres” que hacían servicios temporales en alguna especialidad. En esa condición estaban, por ejemplo, los picapedreros, albañiles, carpinteros, cerrajeros, etc.

Carátula del libro de Felipe Guamán Poma
Felipe Guamán Poma de Ayala, un noble indio
Guamán Poma de Ayala vivió, posiblemente, entre 1532 y 1614. Tampoco se sabe con exactitud su lugar de origen. Probablemente fue de Ayacucho. Fue curaca, “dueño de tierras, colaborador de funcionarios españoles e intérprete entre indios y españoles”. Guamán Poma de Ayala fue, pues, un indio de la nobleza tahuantinsuyana; un curaca o cacique que había sido despojado de sus derechos durante la colonia y que emprendió la gran tarea de “hacerse respetar”. Es uno de esos casos típicos de reclamo pacífico por el que optaron la gran mayoría de indios ante las autoridades españolas, con la esperanza de ser escuchados incluso por los reyes de España.

Ha pasado a la historia por su crónica
Más se lo conoce por su obra que por su biografía. “Nueva corónica y buen gobierno” (comúnmente conocida como “Nueva crónica y buen gobierno”) fue escrita por Guamán Poma de Ayala entre 1594 y 1614. Está escrita en castellano, con varias interjecciones en quechua y ocasionales frases en aymara. Por eso, solo desde el año 1973 se conoce en su verdadera dimensión la obra de Guamán Poma. Es el cronista indígena más importante de la historia del Perú.

Guamán Poma, el fundamento de su crónica
“El autor don Felipe Guamán Poma de Ayala, digo que el cristiano lector estará maravillado y espantado de leer este libro y crónica y capítulos y dirán que quién me la enseñó, que cómo la puede saber tanto. Pues yo digo que me costado treinta años de trabajo si yo no me engaño, pero a la buena razón veinte años de trabajo y pobreza. Dejando mis casas e hijos y haciendas, y trabajando entrándome al medio de los pobres y sirviendo a Dios y a su Majestad, aprendiendolas lenguas y leer y escribir, sirviendo a los doctores y a los que no saben y a los que saben... Y me he criado en palacio, en casa del buen gobierno y en la audiencia y he servido a los señores virreyes, oidores, presidentes y alcaldes de corte y a los más ilustres en Cristo señoría obispos y a los ilustres comisarios. Y he tratado a los padres, corregidores, comenderos, visitados, sirviendo de lengua y conversando, preguntando a los españoles e indios pobres y a negros pobres. He sido visitador de la santa iglesia y visitador general de indios tributarios y de composición de tierras. Y como pobre con ellos trato y así me descubren sus pobrezas, y los padres de sus soberbias, lo cual si lo escribiera lo que me ha pasado en los pueblos tanto trabajo de la soberbia de los padres, corregidores, comendero, de caciques principales los que persigue a los pobres de Jesucristo, hay veces es de llorar, hay veces es de reír y tener lástima”.

Felipe Guamán Poma de Ayala (“autor principal”), su padre Martín de
Ayala y su mujer o coya ante el obispo de Huamanga.
Fue un valiente alegato
Este nieto de incas, luego de recorrer por 30 años diversas partes del Virreinato del Perú, ya anciano, con 80 años a cuestas, en 1614, rerornó a Lucanas (Ayacucho) y encontró que había sido despojado de su casa y de sus tierras. Se quejó ante las autoridades de la provincia; pero solo logró que el corregidor, en complicidad con el párroco, lo expulsaran de su república. Fue la gota de agua que revasó el vaso de su indignación por los maltratos que sufrían los indios y, aceptando la recomendación de un funcionario español de Potosí, acudió a la corte de Castilla (España) en calidad de queja, enviando su famosa “Nueva crónica y buen gobierno”, de casi 800 páginas y 400 ilustraciones. Este expediente, en su tiempo, no sirvió para nada. Su crónica tiene una característica esencial. Una serie de dibujos, de tipo caricaturesco pero con personajes plasmados en toda su dimensión expresiva. Esos dibujos explican cada uno de los temas de manera muy pintoresca e imaginativa. Fue un alegato ante el rey de España por la situación que vivieron los indios en el Tahuantinsuyu y la miserable vida que llevaban en el coloniaje. Dice: “A solo Vuestra Majestad incumbe el mirar por ellos (los hombres andinos) como su rey y señor natural que es de ellos, y se duela de sus miserias y calamidades, y malos tratamientos y peores pagas que continuamente reciben en general de todo género de gente, tratándolos pero que a esclavos venidos Guinea, que aun a estos les tratan mejor por costarles el precio que pagan por ellos....”.

“Un mundo al revés”
Guamán Poma de Ayala señala que el mundo donde vive, la Colonia, es un “mundo al revés” y que con abusos e injusticias representa el caos, muy diferente al antiguo mundo andino. “Encuentra-dice Nathan Wachtel- que los valores indígenas tradicionales han sido quebrantados y que el cristianismo y las leyes de la Corona traídos por los conquistadores para sustituir esos valores, no son practicados.... Poma quiere transformar la sociedad donde vive, restaurarla en un orden justo; en resumen, abolir la dominación colonial: esta utopía conduce a la rebelión”.

Coya “Cápac Apo Mama Poma Valca”, mujer de indio principal del
linaje de Guamán Poma de Ayala, el autor de esta crónica gráfica.
No le simpatizaron los incas
Pero la visión de los incas es negativa, ya que los presenta como crueles e ilegítimos. Denuncia el incesto que permanentemente cometían, empezando por Manco Cápac, quien se casó con su hermana. 

Una situación donde “... no hay remedio” 
En la segunda parte, empieza con la descripción de poblados, sus fiestas y costumbres. Continúa denunciando los “abusos de los españoles, la pereza e idolatría de los indios, la codicia de los caciques y la lujuria de los curas”. Manifiesta que de esa situación “no hay remedio”; aunque no deja de alabar al rey y a algunas autoridades coloniales.

Guamán Poma pretendía un buen gobierno de caciques de linaje
“Guamán Poma era convencidamente racista y aristocrático y creía que el gobierno debía volver a manos de los caciques de linaje, pues los problemas habían nacido de la confusión de las castas, de la proliferación de mestizos y mulatos, de la destrucción de los ayllus y de la usurpación de cacicazgos por indios del común. Para él, eran los caciques, mucho más que los Incas, quienes encarnaban la legítima autoridad en el Perú. Para llevar a cabo los cambios, llega a ofrecerse él mismo como gobernante- supervisor del Perú” (Literatura Peruana, fascículo 2. En: “Expreso”). “Yo también como human, rey de aves, vuelo más y valgo más”, solía decir este culto curaca al enfrentarse a las autoridades españolas del Virreinato, reclamando contra los maltratos de los indios bajo su jurisdicción. Aunque no logró su objetivo, pudo darse el gusto de enviar su queja a España, cosa que estaba totalmente ajena a la misérrima vida de casi la totalidad de los pobladores de las repúblicas de indios.

El “autor” hace las preguntas a su majestad Felipe II. Guamán Poma de
Ayala se imaginaba esta escena al tener frente al rey de España.
Guamán Poma: ¿Nombre ficticio o real?
Sin embargo, recientemente se ha encontrado en un archivo italiano un documento firmado por Anelio Oliva. “Allí se sostiene que Blas Valera y el mismo Anelio Oliva se conjuraron y usaron el nombre de Guamán Poma para escribir la Corónica y exponer sus ideas. Ello debido a que Valera tenía prohibido por su orden (era jesuita) escribir o formular opiniones. Aún no se ha terminado de evaluar la veracidad y el valor de este testimonio. Aunque se llegara a comprobar esta tesis, el valor de la obra, si bien cambiaría, no disminuiría.

Cronistas del mismo linaje
Otros cronistas indios fueron:
1. Titu Cusi Yupanqui. Tercer inca de Vilcabamba; hijo de Manco Inca. En 1570 dictó a un cura español los episodios de esa resistencia indígena.
2. Juan Santa Cruz Pachacuti Yampi Salcamaygua. Autor de la “Relación de antigüedades deste reyno del Pirú”. Fue un título puesto por mano ajena. Fue escrita los primeros años del siglo XVIII. Trata de la historia andina desde la creación del mundo y del primer hombre hasta la conquista del Tahuantinsuyu por Pizarro. Interpone en esa historia una serie de tradiciones, que la convierten en valioso documento de la vida cultural del antiguo mundo andino.

Madre y padre defienden a su hija de los maltratos de un español
(Guamán Poma de Ayala).
Un valioso documento histórico
Desde que la “Nueva crónica y buen gobierno” fuera descubierta en 1908, por Richard Pietschmann, en la Biblioteca Real de Copenhague (Dinamarca), y publicada en Francia en 1936, ha servido para desentrañar muchos misterios del gobierno colonial; entre ellos, los acontecidos en las repúblicas de indios y en los corregimientos.


Con látigo en mano, un alguacil del corregidor obliga a
unos arrieros indios a llevar vino a Huancavelica para
negociarlo (Guaman Poma de Ayala)



JULIO VILLANUEVA SOTOMAYOR
BIOGRAFIA "Felipe Guamán Poma de Ayala"