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miércoles, 4 de enero de 2017

El dramático final de la civilización mochica

Los mochicas habían convertido la desértica costa peruana del Pacífico en su hogar, pero las fluctuaciones climáticas arruinaron el delicado equilibrio ecológico que sustentaba su modo de vida.
Al norte del Perú, donde las olas del Pacífico baten una árida región costera, floreció un pueblo tenaz y belicoso que entre los siglos I y VIII creó la primera organización política compleja de la zona andina. Eran los mochicas, grandes ingenieros que excavaron canales en medio del desierto para regar sus cultivos, y levantaron palacios, templos y enormes pirámides de adobe. Estas últimas construcciones, conocidas como huacas –palabra que en lengua quechua designa un lugar de culto–, fueron el centro religioso y político de cada comunidad.

Sacerdotes mochicas portan copas con la sangre de los prisioneros sacrificados. Fresco. Museo Nacional de Arqueología e Historia del Perú, Lima.
Los mochicas también eran excelentes artesanos, y elaboraron una cerámica de extraordinaria belleza y perfección, así como delicados ornamentos de oro, plata y cobre para sus dirigentes. Establecieron, además, amplias y prósperas redes comerciales que se adentraban en los actuales territorios de Chile y Ecuador. Pero hacia finales del siglo VIII, esta sofisticada y rica cultura conoció un final repentino. Una serie de cataclismos naturales, provocados por un drástico cambio climático, afectaron a la zona costera donde la sociedad mochica se había desarrollado y contribuyeron a su desaparición.

El control del territorio
En el norte, los mochicas se habían extendido por el valle del río Jetepeque, cuyos asentamientos principales fueron San José de Moro y la Huaca Dos Cabezas, y por el valle del río Lambayeque, donde se encuentran Sipán y Pampa Grande. Esta cultura norteña destacó en el desarrollo de la metalurgia del cobre, de la que se han encontrado magníficos ejemplos en algunas tumbas de gobernantes, como la famosa sepultura del Señor de Sipán, descubierta en 1987 por el arqueólogo peruano Walter Alva, y que proporcionó un espectacular tesoro de piezas de orfebrería de gran belleza. Los mochicas conocieron las técnicas del laminado, dorado, repujado y vaciado, y dominaron la aleación de metales. Usaron oro, plata, cobre, plomo, estaño e incluso mercurio. En el sur, los mochicas ocuparon el valle del río Moche, donde se localizan la Huaca del Sol y la Huaca de la Luna, y el valle del río Chicama, donde se halla el complejo ceremonial de El Brujo. Los mochicas sureños destacaron por su dominio de las técnicas de alfarería, ya que mientras en el norte las formas cerámicas son más sencillas, en colores crema y rojo, en esta zona se han encontrado la mayoría de las cerámicas de formas animales elaboradas por este pueblo. Tanto el sur como el norte son zonas de gran aridez, y los mochicas tuvieron que vencer al desierto mediante la irrigación artificial. Desviaron el agua de los ríos que bajan de los Andes y, con ladrillos de barro, crearon un extenso sistema de acueductos, muchos de los cuales siguen en uso. De esta forma desarrollaron una agricultura, con más de treinta variedades de cultivo, que les permitió contar con una amplia gama de excedentes agrícolas. También explotaron ampliamente los recursos marinos, de los que el océano Pacífico les proveía en abundancia, así como la caza.

Una sociedad muy jerarquizada
Los mochicas se establecieron en núcleos urbanos que constituían el centro de pequeños Estados con una estructura social muy jerarquizada. El núcleo principal de estos Estados eran las huacas. El soberano, que recibía el título de cie-quich, pertenecía a la nobleza militar y desempeñaba un importante papel en los rituales que tenían lugar en las huacas. Su vida estaba dedicada por completo a la guerra, a los ritos religiosos en honor a la principal divinidad mochica, Ai Apaec, y a engrandecer su prestigio frente a los líderes rivales.
Por debajo de los grandes señores se encontraban los sacerdotes, guardianes de los conocimientos astronómicos, arquitectónicos y metalúrgicos, y que también podían curar enfermedades. En un nivel más bajo se encontraban los artesanos, los mercaderes y el pueblo llano, compuesto por campesinos, pescadores y soldados. Los esclavos, normalmente prisioneros de guerra, formaban el peldaño inferior de la sociedad mochica.
En el siglo VI, esta sociedad íntimamente enraizada en su medio físico empezó a sentir los estragos de un fenómeno meteorológico conocido como El Niño: una corriente oceánica cálida impide el afloramiento de las aguas más frías de la corriente de Humboldt, lo que favorece la evaporación del agua marina, que luego cae en forma de precipitaciones torrenciales. El Niño afecta a esta zona con regularidad, pero por entonces fue inusualmente fuerte y prolongado: intensas e interminables lluvias asolaron la región durante treinta años.

El sacrificio ritual mochica de prisioneros aparece representado en infinidad de cerámicas y relieves pintados en las huacas. En la escena que aquí se reproduce, cuatro personajes de elevada posición social presiden la ceremonia. Debajo, guerreros de alto rango sacrifican a quienes han perdido el combate ritual.
El devastador El Niño
Los aguaceros destruyeron palacios y pirámides, edificados con barro y por ello muy vulnerables a la acción disolvente del agua. Los ríos se salieron de sus cauces y el lodo arrasó tanto grandes extensiones de tierra cultivable como pequeños poblados construidos con adobe y caña, ahogando a sus habitantes. Estas terribles inundaciones contaminaron los cursos de agua y los manantiales, y erosionaron miles de hectáreas de terreno cultivable. Las fiebres tifoideas y otras epidemias camparon a sus anchas, sembrando la muerte y la destrucción. A tan intensas y devastadoras precipitaciones siguió un ciclo de sequía de tres décadas, que entre los años 563 y 594 redujo de manera drástica la cantidad de manantiales de montaña cuyas aguas llegaban hasta la costa. Ello resultó catastrófico para la agricultura, con la consiguiente hambruna, y provocó una creciente desertización que causó que las dunas de arena se tragasen numerosos asentamientos.
En el año 602 volvieron las lluvias torrenciales, y entre 636 y 645 la sequía asoló de nuevo con fuerza la región. Kilómetros de canales permanecieron secos y se llenaron de arena, las cosechas murieron y las reservas de alimentos se agotaron. El Niño también provocó un cambio en las corrientes marinas que redujo las capturas de peces, sobre todo de anchoas, que eran parte esencial de la dieta costera y un importante elemento de comercio. De este modo, a la quiebra de la agricultura siguió la ruina de la pesca, con lo que desapareció el último recurso alimenticio de los mochicas. A consecuencia de todo ello, miles de personas murieron de hambre.

El derrumbe de la sociedad
Esta situación causó un trastorno considerable en la vida económica y social mochica, hasta el punto de que en muchas ocasiones sus líderes tuvieron que abandonar sus centros políticos, religiosos y administrativos a causa de la destrucción que comportaron estos drásticos cambios climáticos. Los arqueólogos, por ejemplo, han descubierto que las precipitaciones que cayeron en la zona de Sipán obligaron a sus jerarcas a trasladarse al vecino asentamiento de Pampa Grande para seguir controlando desde allí el valle de Lambayeque. También los señores de Cerro Blanco tuvieron que dejar el lugar para trasladarse al asentamiento de Galindo, situado en la estratégica garganta del río Moche. Desde Galindo, que se convirtió en el mayor centro de la zona, los caudillos mochicas podían controlar los sistemas de irrigación y el acceso a las fértiles tierras del valle del río Moche. El pueblo se instaló junto a sus señores para tener lo más cerca posible las fuentes de agua y evitar las dunas que amenazaban cultivos y poblados río abajo.
Esta catastrófica serie de factores climáticos debilitó gravemente las instituciones mochicas. La nobleza, alejada del día a día de sus súbditos, vivía ocupada en sus disputas dinásticas y ceremonias rituales. Pero el pueblo culpó a sus gobernantes de la caótica situación y de haber perdido el favor de los dioses. En consecuencia, los jerarcas incrementaron los sacrificios humanos para ganarse el favor divino, sin conseguirlo.
Con todo, el rico ajuar funerario hallado en la tumba de una sacerdotisa, en San José de Moro, datada hacia el año 720, muestra que la élite mochica se resistía a renunciar a sus privilegios ancestrales, aunque este tipo de enterramientos significase un enorme gasto para una sociedad castigada por el clima y debilitada por la escasez de alimentos y recursos. En la Huaca de la Luna, los arqueólogos desenterraron los restos de unos setenta varones que habían sido sacrificados y desmembrados en el transcurso de, por lo menos, cinco ceremonias rituales. Fueron víctimas de un rito destinado a aplacar a las poderosas fuerzas de la naturaleza.
Cerámica mochica que representa a un sacerdote
mochica realizando una libación. Museo Británico, Londres
Colapso final
A finales del siglo VII, las lluvias provocadas por un Niño extremadamente intenso arrasaron muchos sistemas de regadío cercanos a Pampa Grande y Galindo. En consecuencia, ambos centros fueron abandonados hacia el año 750 y la población se agrupó de forma independiente, lo que supuso el derrumbamiento del sistema político mochica. Puede que incluso estallara una guerra civil: la arqueología demuestra que los mochicas, tras abandonar sus antiguos asentamientos, crearon otros nuevos, donde las enormes huacas de antaño fueron reemplazadas por fortalezas.
Al haber perdido la autoridad y el control sobre su pueblo, los jefes mochicas se enfrentaron entre sí en una feroz lucha por el control de los escasos recursos que quedaban en la zona. Los últimos asentamientos mochicas, gobernados por una desgastada clase dirigente, no pudieron evitar caer en manos del emergente Estado huari (o wari), una arrolladora maquinaria militar que conquistó la mayoría de señoríos costeños y de la sierra de la zona central del Pacífico peruano. En los siguientes tres siglos, los huari concentraron un poder inmenso, construyeron enormes centros urbanos y edificaron un auténtico imperio, hecho sin precedentes hasta entonces en la historia de las culturas andinas.

Fuente:http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/el-dramatico-final-de-la-civilizacion-mochica_6641/2

Para saber más
La corriente de El Niño y el destino de las civilizaciones. Brian Fagan. Gedisa, Barcelona, 2010.
Sipán, descubrimiento e investigación. Walter Alva. Edición del autor, Lambayeque, 2004.

lunes, 12 de septiembre de 2016

La escritura preinca sobre Pallares

El 21 de octubre de 1934, "LA PRENSA" de Buenos Aires, tuvo la bondad de acoger en sus páginas mi primer artículo, sobre el descubrimiento que hice del sistema ideográficos de escritura que tuvieron los Mochicas. Para comprobar esta teoría, de carácter revolucionario, he recopilado ya miles de documentos arqueológicos, que han contribuido, en el presente, a darle mayor solidez en su estructura. Este singular sistema de reflejar y transmitir el pensamiento humano, no sólo fue empleado por los Mochicas, como ya lo había afirmado en 1934, sino también por los antiguos hombres de las criaturas de Nasca, Paracas, Tiahuanaco y  Lambayeque.

Representación de la posible escritura pallariforme.
En efecto, he hallado centenares de vasos Nasca, exornados con pallares estilizados, que no solamente aparecen en forma simple y con la característica bicromía Mochica (rojo y crema), sino que se combinan, formando, en algunos casos, ideogramas más complejos y bellamente policromados. También existen telas de esta misma cultura, cubiertas con pallares, que por su colorido y diseño, son de gran variedad temática. En el Museo de Arqueología "RAFAEL LARCO HERRERA", de Chiclín, hay un fragmento de tela, en el que he contado hasta 174 pallares.

En el Museo Antropológico de Magdalena del Mar, Lima, se conserva un vaso de la cultura de Paracas, con pallares incisos, de colorido y diseño complicados. Y también entre los famosos mantos de esta misma cultura, admirables por su técnica textil no igualada, hay muchos con numerosas representaciones de pallares estilizados. En algunos, aparecen las divinidades con vestimenta adornada con pallares y en otras se descubre a las mismas con apéndices conteniendo pallares, que al brotar de la boca o barbilla, se prolonga hacia adelante, como si quisieran en esa forma significar la voz del personaje, tal como lo hacían los Toltecas, Aztecas y otros pueblos. Es importante señalar, a este respecto, que dentro de las culturas de los Mayas, los apéndices que brotan de la boca de sus divinidades, representan en efecto la voz.
Los ideogramas, ya en su forma peculiar de gramos o estilizados, que aparecen en otras culturas, amplían el campo de la investigación de la escritura prehistórica, en que estoy empeñado.
Algo más, en algunos de los grandes mantos de Paracas, las cenefas están cubiertas por cientos de pallares de variados diseños y armonioso colorido, que tienen una significación netamente ideográfica. El uso de la decoración cursiva en el arte textil, se refleja hasta nuestros tiempos. Es cosa sabida que durante el Coloniaje, enviaron del Cuzco al Virrey don Francisco de Toledo, cuatro paños que contenían, en forma escrita, la historia de los Incas que fundaron el Imperio del Tahuantinsuyo. El notario Alvaro Ruiz de Navamuel, dice al respecto lo siguiente: "Estaban escritos y pintados en los cuatro paños los bultos de los Ingas, con medallas de sus mujeres y ayllos; en las cenefas, la historia de lo que sucedió en tiempo de cada uno de los Ingas y la fábula y notables que van puestos en el primer paño, uno que ellos dice de Tampo Toco y las fábulas de las creaciones de Viracocha que van en la cenefa del primer paño, por fundamento y principio de la historia, cada cosa por sí distintamente escripto y señalado de la rúbrica de mí, el presente secretario; y de la declaración y prevención para la inteligencia de la historia, y los rumbos y vientos para la demarcación de los sitios de los pueblos, quespuesto por el Capitán Pedro Sarmiento...."

En la actualidad, los más valiosos ponchos del Cuzco están exornados con letras y frases. Las alforjas y los paños de cara, que las mujeres indígenas de Eten, Monsefú y Santa Rosa -descendientes directas de los Mochicas- tejen primorosamente para uso de sus esposos o enamorados, contienen a menudo una frase de amor o de carácter recordatorio. Esta costumbre, todavía generalizada en el territorio peruano, constituye un filón de fuente informativa.
Es cierto que el escollo principal que tuve en mi investigación, sobre la existencia de un sistema de escritura pre-incana, fue aquella serie de anotaciones que nos han dejado los Cronistas, tendientes todas da negar la existencia de otro sistema que no fuera el de los equipos. Pero es que los Cronistas, al referirse a la escritura, no pensaron en otra cosa que en la escritura alfabética y fonética de su uso. Afortunadamente, el Revdo. Padre Joseph de Acosta, honorable y culto sacerdote de la Compañía de Jesús, apartándose de la regla general, ha consignado en su obra lo siguiente: "Las señales que no se ordenan de próximo a significar palabras sino cosas, no se llaman, ni son en realidad de verdad letras, aunque estén escritas, así como una imagen del Sol pintada no se puede decir que es escritura o letras de Sol, sino pintura. Ni más ni menos otra señal es que tienen semejanza con la cosa sino, solamente sirve para memoria, porque el que las inventó, no las ordenó para significar, sino para denotar aquella cosa". Y agrega más adelante: "El otro notable que se infiere es, el que en este capítulo se ha propuesto, es a saber que ninguna nación de indios que se ha descubierto en nuestros tiempos vsa de letras ni de escritura, sino de las otras dos maneras, que son imágenes, o figuras, y entiendo esto no solo de los indios del Piru, i de los de nueva España". Tan importantes conceptos, permiten entonces llegar al convencimiento de que los antiguos peruanos empleaban un sistema ideográfico y no alfabético ; pues el padre Acosa, explica sabiamente, lo que es un sistema ideográfico y lo que es un sistema alfabético.
Pero el padre Acosta, no sólo se contenta con dar luces sobre la antiquísima escritura, sino que compara este sistema con el que empleara el mexicano antiguo. Esta comparación me brindó la oportunidad de emprender un estudio de los dos métodos de escritura: el preconizado por mí y la escritura de las Mayas. A este respecto, el ya tantas veces mencionado padre Acosta dice: "....fuera desta diligencia suplían la falta de escritura y letras; parte con pinturas como los de México, aunque las de Piru eran muy groseras y toscas; parte y los más con Quipos":
Tomé pues un nuevo camino, y comencé a estudiar los jeroglíficos de los Mayas, tanto los que aparecen en los monumentos líticos, como los que cubren las páginas de los códices. Y no ha sido en vano esta labor, pues he encontrado analogías tan valiosas que considero de mi deber señalarlas: con el objeto de que más tarde se pueda llegar a conclusiones de importancia, en el estudio del origen y de las relaciones de las culturas de la América Preincaica.

(Ideogramas Nascas, En éstos se emplea el colorido)
En el presente artículo, precisamente, voy a limitarme a un estudio analítico y concreto de las primera similitudes encontradas:

LOS SIGNOS.- Tratándose de la forma, en unos casos aparecen ovalados y en otros con la misma ovalación, pero con punta a un extremo. Hay jeroglíficos reniforme y muchos semi-rectangulares, con las esquinas ovaladas.
Comparando estas formas con las de los pallares estilizados, que aparecen en los vasos de los Mochicas, Nasca, Paracas y Tiahuanaco y en las telas de Nasca y Paracas, comprobé que no sólo había una gran similitud entre ellas, sino que hasta eran algunas idénticas.

LA YEMA GERMINATIVA.- En la mayoría de los glifos Mayas, casi siempre en el lugar donde debe fijarse la yema germinativa del pallar, se observa un dibujo circular, rectangular, o de líneas paralelas circulares, o simplemente una línea gruesa rectangular, con lo que parece pretendían representar la yema germinativa. En algunos casos, sólo se presenta el contorno; mas este detalle no debe sorprender, puesto que en los pallares ideográficos de los antiguos peruanos, desaparece con frecuencia la yema germinativa. La yema germinativa del pallar, se representa en los signos ideográficos de las culturas peruanas, en la misma forma que lo hacían los Mayas.

(Jeroglíficos Mayas. Nótese la insistencia de dibujar en ellos círculos, elipses, semicírculos, fragmentos de elipses, círculos i elipses concéntricos, que dan la impresión de que quisieran figurar la yema germinativa del pallar. Hay también representaciones ariñonadas, similares al cereal)
ORDENACIÓN.- Los Mayas ordenaban sus glifos en líneas horizontales y perpendiculares, y también, en algunos casos, aparecen indistintamente, alrededor de los personajes míticos o simbólicos. Los hombres de Nasca y Paracas, ordenaban sus ideogramas en las telas, también en líneas horizontales y verticales; y dentro de la cerámica Mochica, los ideogramas aparecen circundando los vasos globulares, en líneas horizontales, o indistintamente mezclados con las representaciones simbólicas, o junto a las divinidades.

HUMANIZACIÓN.- Tanto los Mayas como los Mochicas, antropomorfizan sus signos: y la humanización se verifica, sustituyendo la yema germinativa por el rostro de un personaje.

COMBINACIÓN DE LOS SIGNOS.-Entre los Mayas, aparecen algunos glifos superpuestos los unos sobre los otros; combinan también dos signos, uniendolos con simetría, para lograr un signo combinado. Esta misma modalidad, se halla frecuentemente entre lo vasos de Nasca. Las representación de la mano como signo, es común en los códices mexicanos. Y también aparece representada en la cerámica Nasca.

ELEMENTOS IDEOGRÁFICOS.- Encuéntrese muchos elementos ideográficos similares, en los signos mayas y en los ideogramas peruanos, con puntos de diferentes tamaños y número, círculos, líneas rectas simples y paralelas, líneas curas y curvas paralelas, semicírculos, líneas quebradas, etc. Sin embargo, es mi deber dejar constancia que los signos Mayas son más complicados y denotan una mayor evolución.

GERMINACIÓN EN LOS SIGNOS- Hay que considerar esta analogía como la más importante. En los Códices Mayas, aparecen glifos con la yema germinativa y con los puntos y rayas característicos del pallar; algo más en uno de estos glifos he podido entrever, que el artista hasta quiso representar las arrugas que se forman en la superficie del grano, cuando se seca anormalmente. Muchos de los signos Mayas aparecen germinando. En unos, el brote inicial surge pujante; en otros, los brotes son dobles, constituyendo la segunda etapa del crecimiento. Y la culminación del proceso vegetativo, es representada con la aparición de las primeras ramillas con hojas. Este mismo proceso integral, lo ofrecen también los signos ideográficos Nasca.


(Ideogramas Nasca. Los pallares, con diferentes signos ideográficos, están germinando)

PERSONAJES ZOO-ANTROPOMORFOS.- Alentado por estas analogías tan sugerentes, comencé a estudiar los códices. Mayor fue mi interés, al encontrar a las divinidades Mayas - solas en algunos casos y en otros sentadas las unas frente a las otras - sosteniendo en las manos signos Mayas, de gran semejanza con los pallares; tal como se halla la divinidad Mochica, también con un personaje al frente y sosteniendo pallares de gran tamaño, en el propio acto de descifrar.
En el Códice Troano (Etudes sur le système graphique et la langue des Mayas par M. Brasseur de Bourbourg, París, 1869), comprobé algo más, que me llamó poderosamente la atención: como siempre. he mantenido que los Mochicas utilizaron los personajes simbólicos, para denotar las cualidades del individuo por venados, aves, cientopies, libélulas, etc., antropomorfizados, con el objeto primordial de dar la idea de velocidad, en el desempeño de sus funciones de mensajero. El zorro antropomorfo simbolizaba al descifrados, lo mismo que el felino y la vizcacha (ardilla de los Andes), ambos antropomorfizados. En este Códice, he encontrado personajes zoo-antropomorfos sentados, tal como se les halla entre los Mochicas, y he podido identificar al zorro, al felino, al conejo y al venado, con la particularidad de tener todos ellos, a su lado, los glifos Mayas de formas similares a los pallares peruanos. La tendencia de antropomorfizar a los animales, especialmente a los que aparecen con signos ideográficos que están en poder de ellos o junto a ellos, tiene que preocupar a cuantos nos dedicamos a estos estudios, acrecentando mayormente la inquietud, al comprobar que en ambos pueblos se advierten estas simbolizaciones zoo-antropomorfas.


A. El Felino antropomorfo Maya.B. El Felino antropomorfo Mochica.)
(
En otras páginas del mismo Códice Troano, también aparecen los escribas: en unos casos, con punzones similares a los que usaban los escribas Mochicas, sosteniendo en la mano un signo en forma de pallar; y en otros, en el preciso momento de pintar uno de estos signos. Si bien los Mochicas incidían los pallares, que eran transportados luego por los chasquis, en cambio, conviene aclarar ahora que los hombres de Nasca utilizaban cierta pintura sobre los pallares. En el Museo Nacional de Lima, he encontrado las bolsitas conteniendo los colores y un pallar, un tanto deteriorado, con las huellas de haber sido pintado.


(A. El venado antropomorfo Mochica.B. El venado antropomorfo Maya.)


A. Conejo antropomorfo Maya. Al lado de la cabeza, aparece un glifo de forma idéntica a los pallares-ideogramas peruanos. En sus manos, tiene un jeroglífico del que brotan hojas.
B. Vizcacha antropomorfa Mochica.


                                 
A. Escriba Mochica.
B. Escriba Maya. Nótese que el signo que tiene en la mano, es casi idéntico al ideograma de forma de pallar, que el personaje simbólico que representa el escriba, tiene frente al pico.


(A.- Divinidad Maya, sosteniendo en la mano un jeroglífico.B.- Divinidad Mochica, sosteniendo en la mano un ideograma.)




A medida que se extreme, pues, el análisis, el problema de las analogías adquiere mayor interés, al punto que obliga a perseverar. Pero no he concluido aun mi estudio en los códices, y no sé cuántas sorpresas más me deparará su análisis cuidadoso. Sin embargo, adelantando un poco, he creído conveniente dar a los hombres de ciencia de la América, acaso un breve bosquejo de las analogías encontradas, para incorporarlas a un estudio metódico y sereno. Pues estoy convencido, de que son grandes los problemas que se derivarán y múltiples las interrogantes que han de surgir. Por eso mismo, es necesario acometer las lucidamente nuestro horizonte arqueológico americano, tan rico y todavía enigmático. Ojalá que este llamado tenga eco, y promocionar la Ciencia Antropológica y que gane en este campo tan enmarañado de la investigación del presente siglo.

Rafael Larco Hoyle
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martes, 4 de febrero de 2014

CULTURA MOCHE O MOCHICA - Segunda Parte

ARQUITECTURA:

Para la construcción de edificios, utilizaron miles de campesinos que elaboraban los adobes tributarios. La fuerza humana era vital para preparar y trasladar miles de adobes odontiformes y de diversos tamaños. Construyeron pirámides truncas de varios pisos con rampas y escalinatas que daban a una plataforma superior. Algunas de sus huacas o santuarios estaban bellamente adornados con pinturas murales y tenían en su interior amplias salas y pasadizos (algunos arqueólogos sostienen que eran ciudades capitales, como por ejemplo, el conjunto arqueológico de Galindo y de Pampa Grande). La dacha de la Luna, en el valle Moche, debió ser la capital en el apogeo de esta ciudad, antes de las guerras con los Wari, con fastuosas construcciones en su centro, donde residían los sacerdotes – astrónomos, mientras que los pescadores y campesinos habitaban viviendas precarias, hechas de quincha y junco, en la periferia de la dacha o en las partes altas del valle. En los valles del departamento de Ancash, el Estado Moche llegó a ejercer un fuerte control de las tierras; la evidencia es la pirámide de Pañamarca, que al igual que otras huacas, está ornamentada con murales, hoy recubiertos para evitar un mayor deterioro. Sus principales restos arquitectónicos se encuentran el departamento de la Libertad: la Huaca del Sol y la Huaca de la Luna. En el departamento de Lambayeque se encuentra la Huaca Rajada, en la que en el año 1987, Walter Alva descubrió la tumba del Señor de Sipán. Otras construcciones importantes son la Huaca Pañamarca, Pampa Grande, Galindo, Pacatnamu, el Complejo el Brujo, etc.

Sitios más representativos de esta arquitectura monumental los tenemos en:
  • Pañamarca (Valle de Nepeña - Ancash).
  • Fortaleza de Cholope (valle del Santa - Ancash).
  • Huaca del Sol (20 m de altura) y de La Luna (48 m de altura, centro de poder), Galindo, Huaca "Florencia de Mora" (Valle de Moche).
  • Huaca Mocollope, Huaca Cortada, Huaca Cao, Huaca Blanca, Huaca Cartavio, Huaca Amarilla o Mochón, Pacatnamú (Valle de Chicama).
  • Huaca Rajada - Sipán, Pampa Grande (Lambayeque).
  • Complejo Arqueológico San José de Moro y el brujo (Valle de Jequetepeque), etc.

EL SEÑOR DE SIPÁN
Era febrero de 1987 cuando el doctor Walter Alva, el arqueólogo Luis Chero, y su equipo se decidieron a excavar en la zona de Sipán, al norte de Perú, en la región de Lambayeque. Al poco de comenzar las excavaciones los hallazgos fueron realmente sorprendentes pues encontraron en una tumba el esqueleto de un guerrero con los pies cortados. En los tiempos a los que pertenecía ese guerrero aquello era el símbolo de vigilancia perpetua, de modo que parecía que algo más debía haber escondido y que seguramente sería lo que ese guerrero vigilaba. Justo debajo de aquel guerrero, a unos metros más de profundidad estaba lo que eternamente debía permanecer oculto: una cámara subterránea de 25 metros cuadrados. Cuando se quitó las vigas que sellaban la cámara, la sorpresa fue mayúscula. Seguramente uno de los mayores descubrimientos arqueológicos del siglo XX. La historia del antiguo Perú mostrada a los ojos del doctor Walter Alva. Era el mes de julio de ese mismo año, 1987. Era un conjunto perfecto, sorprendentemente simétrico, y de unas riquezas incalculables. En su centro destacaba la pequeña figura de un señor cubierto de joyas entre las que destacaba un disco de 92 milímetros de diámetro hecho de turquesas, coral y lapizlázuli y rodeado de esferas de oro puro. La vestimenta del señor también lucía turquesas y una corona de oro. Los huecos de los ojos se habían llenado con dos réplicas de sus ojos en oro. El mentón estaba protegido por una máscara, igualmente en oro, y la nariz por una nariguera del mismo metal precioso. El pecho tenía once pectorales con conchas de colores, brazaletes con turquesas, un lingote de oro en su mano derecha (el Sol) y uno de plata en la izquierda (la Luna). A su lado un cetro rematado en una pirámide de oro, y finalmente un collar con 71 esferas de oro. Pero el mayor tesoro encontrado fue una diadema de 62 cms. de ancho y 42 de alto, cómo no, de oro.
Pero el Señor de Sipán no estaba sólo. A su lado se encontraron los esqueletos de dos soldados, también cubiertos de oro y turquesas, que se encargaban de protegerlo en la vida eterna. Además, había dos mujeres que probablemente serían sus esposas, otra mujer más y un niño, y un perro. En todo el enterramiento aparecieron cientos de objetos con piedras preciosas, metales como oro y plata y cerámicas valiosas. Pero aún así, la gran riqueza de este descubrimiento no fueron sus tesoros, sino descubrir su Historia, su pasado, y conocer de primera mano el auténtico pasado del Perú norteño, sus raíces y cultura, la de moches o mochica a quien pertenecía el Señor de Sipán. Justo debajo de aquel guerrero, a unos metros más de profundidad estaba lo que eternamente debía permanecer oculto: una cámara subterránea de 25 metros cuadrados. Cuando se quitó las vigas que sellaban la cámara, la sorpresa fue mayúscula. Seguramente uno de los mayores descubrimientos arqueológicos del siglo XX. La historia del antiguo Perú mostrada a los ojos del doctor Walter Alva. Era el mes de julio de ese mismo año, 1987. Era un conjunto perfecto, sorprendentemente simétrico, y de unas riquezas incalculables. En su centro destacaba la pequeña figura de un señor cubierto de joyas entre las que destacaba un disco de 92 milímetros de diámetro hecho de turquesas, coral y lapizlázuli y rodeado de esferas de oro puro. La vestimenta del señor también lucía turquesas y una corona de oro. Los huecos de los ojos se habían llenado con dos réplicas de sus ojos en oro.
El mentón estaba protegido por una máscara, igualmente en oro, y la nariz por una nariguera del mismo metal precioso. El pecho tenía once pectorales con conchas de colores, brazaletes con turquesas, un lingote de oro en su mano derecha (el Sol) y uno de plata en la izquierda (la Luna). A su lado un cetro rematado en una pirámide de oro, y finalmente un collar con 71 esferas de oro. Pero el mayor tesoro encontrado fue una diadema de 62 cms. de ancho y 42 de alto, cómo no, de oro. Pero el Señor de Sipán no estaba sólo. A su lado se encontraron los esqueletos de dos soldados, también cubiertos de oro y turquesas, que se encargaban de protegerlo en la vida eter En todo el enterramiento aparecieron cientos de objetos con piedras preciosas, metales como oro y plata y cerámicas valiosas.

El Señor de Sipán
File:TumbaSeñorSipán3 lou.jpg
El Señor de Sipán, Tumbas Reales en Lambayeque (Perú).
File:TumbaSeñorSipán2 lou.jpg
Tumba del Señor de Sipán junto a sus guardianes (cuyos pies fueron cortados)
IDEOLOGÍA E ICONOGRAFÍA
Toda la cosmovisión de los moche, sus creencias y su manera de entender el mundo, se plasmaron tanto en su cerámica como en sus murales, en ellos nos dejaron una vasta iconografía, con mensajes o ideas de su tiempo. Los artistas moches dibujaron en las paredes de sus santuarios escenas de sacrificios humanos, castigos contra los prisioneros. Existen pinturas que muestran guerreros en forma de pallar y otras que dejan ver escudos, lanzas y porras con los que persiguen a seres humanos, expresando la necesidad de llevar a cabo guerras de expansión a cargo de un Estado militarista.
Los moches pintaban lagartijas en los ceramios, para representar al sector popular, a campesinos o pescadores; dibujaban zorros, felinos con cuerpo humano que simbolizaban la fuerza de los gobernantes, es decir de sacerdotes y militares, respectivamente.Los estudios recientes dejan en claro que el arte Mochica no captó todos los aspectos de la vida cotidiana y que graficó únicamente imágenes y escenas significativas referidas a eventos, temas ceremoniales constantes y probablemente mitos y relatos que reflejan su concepción del mundo. Una selección representativa nos aproxima a este fascinante mundo de imágenes gráficas.

Cerámica religiosa moche, donde la sacerdotisa le brinda a su señor la sangre de los prisioneros decapitados. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera
Araña decapitadora: iconografía moche
ROSTRO CON COLMILLOS
ESCRITURA:
Larco Hoyle afirmó que Moche tuvo un sistema de símbolos que contiene información, a manera de escritura y la llamó pallariforme. Se trata de dibujos en forma de pallar y líneas geométricas que encierran una comunicación especial, aún es estudiado para completar la explicación histórica.
Estos objetos están pintados con diversos puntos, marcas, líneas geométricas, que podrían corresponder a un código de escritura.Para otros estudiosos los pallares pintados fueron objetos rituales, o quizás sirvieron para intercambios o fueron fichas de adivinación.

METALURGIA:
Los mochicas elaboraron objetos ornamentales, herramientas y armas. Los metales que trabajaron fue el oro, plata, cobre. Llegaron a obtener una aleación denominada tumbaga, que consistió en mezclar el cobre con el oro o la plata. También utilizaron piedras preciosas como la turquesa. Entre las técnicas para el trabajo del metal destacan: el laminado, martillado, repujado, alambrado, soldadura, etc. La tumba del Señor de Sipán es la muestra más representativa del trabajo de los metales de la cultura Mochica.
Confeccionaban una variedad de objetos de uso real, sacro y militar; también adornos para la élite y domésticos como collares, narigueras, orejeras, brazaletes, pinzas, sortijas, coronas, pectorales, platos, copas, cuencos; instrumentos agrícolas, quirúrgicos, cuchillos, máscaras funerarias, protectores y perfectos instrumentos musicales como sonajas, pitos, quenas, tambores, etc. 
File:Mochica Headdress Condor Larco museum.jpg
Cuchillo de oro
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Metalurgia mochica. Maíz
                                
                                 Orfebrería mochica. Nariguera con incrustaciones de turquesa.

RELIGIÓN:

Tuvieron una gran cantidad de divinidades, muchos de los cuales presentaban rasgos heredados de Chavín. Había divinidades del mar, de la agricultura y del mundo sobrenatural. Pero su principal divinidad fue Aia Paec, que significa “el Hacedor”. Fue representado en forma humana pero con colmillos de felino. Como adornos presenta un tocado semicircular, orejeras, narigueras, sonajeras y cuchillos atados a la cintura.Ofrendaban sacrificios humanos a sus divinidades mediante rituales y ceremonias especiales. Ello se sustenta en el hallazgo de la tumba de la sacerdotisa en San José de Moro y últimamente con el hallazgo de la Señora de Cao en el Complejo el Brujo. Se trata de una mujer rodeada de ofrendas y con la posesión de una gran copa donde se vertía la sangre de los seres humanos sacrificados. La vestimenta, los adornos y el tocado que presenta son semejantes a la sacerdotisa que aparece representada en los ceramios icnográficos mochicas dirigiendo la ceremonia de los sacrificios humanos. Los mochicas creyeron en el más allá. Sus tumbas fueron de diversa forma: sarcófagos, cajas de caña, tinajones de cerámica y cámaras con nichos. Los cadáveres los enterraban de manera horizontal, boca arriba mirando al cielo. Junto al cadáver colocaban ofrendas de cerámica, tejidos, mates, objetos de metal. Si el personaje era importante sacrificaban personas para que lo acompañen.

Según Larco Ai-Apaec es el dios principal por sus dioses castigadores
El dios moche Ai apaec, representado en un muro de la huaca de la luna.
Deidad Moche
Visita realizada al Museo de Sitio "Huaca Rajada - Sipan"