José Vargas Sifuentes -Periodista-
Manco Inca propició el viaje a Chile de Diego de Almagro para separarlo de su socio y aniquilarlo. La historia de la larga resistencia de los incas contra los españoles, iniciada por Manco Inca, nombrado por los españoles como sucesor de Atahualpa; y continuada por tres de sus hijos, está llena de pasajes históricos pocos conocidos o ignorados por algunos de nuestros historiadores.
Uno de esos pasajes fue el papel que cumplió Huáscar Túpac Paullu Inkil (o Cristóbal Paullu Inca), nombrado inca por Diego de Almagro, el Viejo.
Recordemos esta historia, que forma parte de la larga lucha emprendida por los sucesores de Atahualpa a partir de 1536.
Tras la ejecución de Atahualpa, Francisco Pizarro nombró inca a Túpac Hualpa, llamado Toparpa, quien murió a los tres meses de su mandato (agosto a octubre de 1533) a causa de un envenenamiento que se atribuyó al general Calcuchimac, quien fue sentenciado a muerte por ello.
Para sucederlo en el trono fue nombrado Manco Inca Yupanqui (también llamado Manco Cápac II), hermanastro de Huáscar y Atahualpa, quien se rebelaría contra los españoles e iniciaría una guerra que inicialmente duraría ocho años.
Al iniciar la guerra de reconquista de su imperio, Manco Inca propició el viaje de Diego de Almagro a Chile en busca de nuevas riquezas. La intención del monarca era separarlo físicamente de su socio conquistador y aniquilarlo durante su viaje al sur.
Con esa mira envió a Vila Oma, sumo sacerdote y general de sus ejércitos, para dirigir la operación y al intérprete Felipillo como principal conspirador. (El papel que este cumplió en esa oportunidad le permitió reivindicarse como un héroe, como lo recordamos en las crónicas publicadas el 27 de octubre y el 10 de noviembre del 2018.)
El plan fue frustrado por la decisión del príncipe Paullu Inca –al mando de un grueso contingente de indios– de acompañar a Almagro para hacer méritos ante los españoles, encumbrarse y ser reconocido como inca bajo su égida.
Paullu era medio hermano de Manco e hijo de Huáscar y de Añas Colque, y se creía con derecho a sucederlo en el gobierno, lo cual le estaba negado por ser hijo de una princesa provinciana y no podía pertenecer a la panaca de su padre.
Sin embargo, habiéndose destruido el orden imperial, los príncipes de madres provincianas habían llegado a considerarse con iguales derechos que los de la cerrada casta de los orejones. Tarde se enteró Manco Inca del protervo proceder de su medio hermano y de su servil acercamiento a Almagro, y nada pudo hacer para contenerlo.
La presencia de Paullu impidió que los nativos atacaran a los invasores, y existe la versión de que se negó a llevar a cabo la matanza, argumentando que, con la fuga de Copiapó, no le quedaron suficientes hombres para concretar la orden.
Decepcionado por no encontrar riquezas, Almagro retornó al Cusco, donde se enteró de la rebelión de Manco Inca –que se había retirado a Vilcabamba–, y que la ciudad era gobernada por Hernando y Gonzalo Pizarro.
Con ayuda de Paullu, el frustrado conquistador se enfrentó y apresó a los hermanos, y después venció a las tropas de Alonso de Alvarado enviado por Francisco Pizarro, en la batalla del Puente Abancay (12 de julio de 1537), y retomó el control del Cusco.
Después de ese episodio, un Almagro agradecido coronó a Paullu como inca, en una fastuosa ceremonia.
La suerte del inca cambiaría cuando Almagro fue vencido en la Batalla de Las Salinas (6 de abril de 1538) y los Pizarro reasumirían el dominio absoluto de la situación. Paullu se refugió para evitar represalias de los vencedores.
Sin embargo, Hernando Pizarro, temiendo que se uniera a su hermano en Vilcabamba, lo convenció para que apoyara a los españoles.
Así lo hizo el falso inca. Lanzó a los indios leales a él contra su medio hermano y sus hermanos de raza. Con su ayuda, los hispanos ocuparon la ciudadela de Vilcabamba y vencieron a las tropas de Manco Inca, aunque no lograron capturarlo.
Informado del hecho, el rey Felipe II instruyó al licenciado Cristóbal Vaca de Castro para que le devuelvan a Paullu Inca las tierras que le fueron decomisadas en Arequipa. Más aún, Pizarro y Vaca de Castro le confirieron vastos repartimientos, y la corona española le concedió en 1544 un escudo de armas, ennobleciéndolo.
Finalmente, adoptó las costumbres españolas y fue bautizado con el nombre de Cristóbal, en 1545, junto con su madre, su hermana, su mujer, Catalina Tocto Sisa, y un hijo de 8 años, en una ceremonia apadrinada por Garcilaso de la Vega, padre del cronista homónimo.
Vivió y ‘gobernó’ en el Cusco hasta el día de su muerte, en 1549.
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