Nacida en medio de las conmociones intestinas que habían desgarrado la patria; formada por hombres sin ideas ni principios, en su mayor parte; dirigida por un soldado [Agustín Gamarra], a quien un triunfo había sometido todos los hombres y todas las cosas, cuya ciencia administrativa se reducía tan solo a la intriga y a los sórdidos manejos de las conspiraciones y que, colocado de nuevo, por la fortuna en el primer puesto de la nación, deseaba dotarla de instituciones que redundasen en provecho exclusivo de sí mismo y de sus allegados; ¿qué podía resultar sino un parto monstruoso en que se sacrificaban la justicia y los intereses de la generalidad, para que sirviesen de pedestal a la dominación de una oligarquía exclusivista, despótica y privilegiada?
Agustín Gamarra: Caudillo militar |
La obra pareció, sin embargo, perfecta a sus autores, y, enamorados de ella, la rodearon de mil trabas que se opusieron a la reforma, no solo de toda entera, sino de las más insignificantes de sus disposiciones; como si hubiesen querido amoldar el país entero a una medida informe y extravagante, o como si los pueblos fueran para las instituciones y no las instituciones para los pueblos. Licurgo mismo, que inventó un código extraño y sorprendente, tuvo en cuenta el carácter de sus conciudadanos, para someterlos a un yugo de fierro e imponerles una existencia cuasi monástica. Su legislación duró algún tiempo; pero al fin pereció, a pesar del juramento solemne que Esparta hizo para conservarla, al embate de las transformaciones operadas en las costumbres y en los hábitos del pueblo.
Nuestros legisladores del año 39 se creyeron más sabios y más poderosos que todos los legisladores del mundo; mucho más que el mismo Dios que dio el código de leyes que debía regir al pueblo de Israel. La legislación hebraica presenta, en efecto, una circunstancia admirable. Fue dada una sola vez y no se la sometió jamás a modificación alguna; pero desde su principio, contuvo las bases fundamentales de los diferentes sistemas de gobierno que se habían de suceder en la nación judía.
Para los candorosos autores de la Carta de Huancayo, nada más perfecto ni más completo que su obra, y, si debiera precederse según las fórmulas por ellos establecidas, su reforma sería imposible. Prueba de ello son las vanas recomendaciones del mismo poder ejecutivo y las infructuosas tentativas de algunos miembros de las cámaras. Felizmente el país entero se ha pronunciado por la reforma; la prensa periódica ha secundado esa impulsión con fecundas y luminosas producciones y, por nuestra parte, queremos también contribuir en algo a tan magna empresa.
Escrito por el insigne jurista Toribio Pacheco y Rivero (1828-1868) en Cuestiones Constitucionales.
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