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domingo, 13 de octubre de 2019

San Martín no debe estar en el centro de la memoria de la Independencia

En comparación con otros países, los peruanos hemos construido una memoria oficial de la independencia como un proceso venido de afuera y minimizando la participación de los peruanos, señala la reconocida historiadora.
Por muchas generaciones los peruanos hemos venido conmemorando el 28 de julio de 1821 como “el día de nuestra independencia”. La fecha en que José de San Martín proclama la independencia en Lima está firmemente anclada como la efemérides nacional por antonomasia ¿Pero es el 28 de julio el día más lógico para conmemorar nuestra independencia del imperio español? ¿Hasta qué punto se trata de una celebración más limeña que nacional?

La independencia del Perú tiene una memoria y calendario oficial que pone a San Martín en el centro de todo
Si bien el 28 de julio se estableció tempranamente como día oficial la independencia, no fue el único. En 1833, el presidente Agustín Gamarra promulgó un decreto para conmemorar anualmente las batallas de Junín y Ayacucho del 6 de agosto y 9 de diciembre 1824, “como parte de los sucesos memorables de nuestra emancipación”. Gamarra buscaba así poner en relieve la participación del ejército peruano, del que él era parte, en la consecución de la independencia. Significativamente, y aunque tal vez Gamarra no se lo propusiera así, esta pluralidad celebratoria realzaba también el lugar de la sierra sur y central andina en el proceso de la independencia. Pero pese al alcance continental de la batalla de Ayacucho, que se reconoce mundialmente como el hito definitivo de independencia hispanoamericana, la multiplicidad de celebraciones se fue desvaneciendo en el calendario oficial para destacar, si no exclusivamente, sí de manera central, la proclama de San Martín en Lima.

Esta decisión tuvo otro efecto paradójico. El fijar como hito conmemorativo central de la independencia la proclama limeña de San Martín, invisibilizaba el proceso de independencia en sí, es decir, los movimientos insurgentes y separatistas ocurridos en distintas partes del Perú previamente a la llegada del general rioplatense. Los peruanos construimos, por ende, una memoria oficial de la independencia como un proceso cuasi providencial, venido de fuera y hasta teñido de elementos oníricos, como cuando se les enseña a los niños ¡que la bandera peruana se originó en un sueño de San Martín! En este sentido, somos una anomalía continental: escogimos un momento tardío, un momento hito comparativamente desprovisto de carga insurgente, además de propiciado desde fuera, para conmemorar nuestra independencia.

El Perú es, en efecto, virtualmente el único país de América Latina que conmemora su independencia el día en que ésta se proclamó y no el día en que (se asume) se inició este proceso. Por ello, el Perú será también el último país latinoamericano en conmemorar el bicentenario de su independencia. Los demás países escogieron celebrar sus independencias rememorando hechos insurgentes que marcan el inicio de una revolución política, como la formación de juntas de gobierno que desconocieron a las autoridades españolas en las colonias en el marco de la crisis política provocada por la invasión de las tropas de Napoleón Bonaparte en Península Ibérica entre 1808 y 1814. México, por ejemplo, obtuvo su independencia, al igual que el Perú, en 1821, pero, la celebra el día en que el cura Manuel Hidalgo lanzó una masiva insurgencia popular en 1810. Por ello México no esperará el 2021 para su bicentenario, lo celebró en el 2010 . Chile proclama su independencia en la batalla de Maipú en 1818, pero también ya celebró su bicentenario porque conmemora como el día de su independencia su junta de gobierno de 1810. Las Provincias Unidas de Sudamérica, como se llamó la futura Argentina, proclamaron su independencia en 1816, pero Argentina celebra la revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires como el día de su independencia y por tanto celebró su bicentenario el 2010. Bolivia y Ecuador lo hicieron incluso antes, en el 2009, porque conmemoran sus juntas insurgentes de 1809 en las audiencias de Quito y la Paz, respectivamente, como sus aniversarios patrios.

El Perú no careció de insurgencias y juntas antiespañolas antes de la llegada de San Martín, análogas a las que otros países americanos escogieron para celebrar sus independencias. Las hubo en Tacna en 1811 y 1813, en Huánuco en 1812 y especialmente en Cuzco entre en 1814 y 1815. Aquí, la revolución liderada por los hermanos Mariano, José y Vicente Angulo y el cacique Mateo Pumacahua fue tan vasta que llegó hasta La Paz, y tuvo un contenido separatista aún más marcado que la rebelión de Hidalgo de 1810, que México considera el inicio de su proceso de independencia. Los rebeldes cuzqueños establecieron un calendario revolucionario que declaraba 1814 como “año primero de la libertad”, que fue evocado por las poblaciones del sur del Perú hasta bien entrada la república. Pero la memoria oficial del país dejó estos acontecimientos en las márgenes, si acaso los consideró.

El Comercio de 1971, por el sesquicentenario.
No es entonces descabellado suponer que la fijación del 28 de julio como el hito central de la independencia fuera una manera de evitar referirse a las mencionadas insurgencias regionales, de fuerte componente indígena. Y en ello la historia oficial “criolla” es más parecida a la historiografía marxista, supuestamente contestataria, de la década de 1970, de lo que ésta quisiera admitir. Ambas minimizan la participación de los peruanos en el proceso de independencia, al que conciben como venido de fuera, y ambas ven a los indios como masas manipuladas. Pero la versión sanmartinocéntrica de la independencia, lejos de ser fortuita, fue delineada cuidadosamente a mediados del siglo XIX por el historiador Mariano Felipe Paz Soldán, cuya Historia del Perú Independiente (1868) asume que la independencia peruana se inició literalmente en 1819, con los preparativos de la expedición de San Martín en Río de la Plata. Esta versión de la independencia fue refutada en lo inmediato por el liberal y veterano de la independencia Francisco Javier Mariátegui, y en el siglo XX por el historiador José de la Riva Agüero. Pero no por ello dejó de ser la “versión oficial” y hegemónica.

Esta larga historia oficial se desestabilizó por primera vez cuando el gobierno militar izquierdista de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) proclamó a Túpac Amaru II como el iniciador, con su rebelión de 1780, de una independencia culminada en los campos de Ayacucho, cuarenta y cuatro años después. Velasco desplazó así por primera vez del centro a San Martín para privilegiar a un héroe indígena. Sin embargo, Velasco, no estaba creando una nueva historia, tanto como oficializando una memoria de la independencia que había existido en las márgenes, paralela y anteriormente a la historia sanmartiniana de Paz Soldán, y cuyos orígenes se remontan al periodismo cuzqueño de la década 1830, aunque el espacio no permite expandirme en ello.

Y aunque la versión velasquista de la independencia pueda sonar hoy herética y hasta demasiado “radical” para las sensibilidades del Perú neoliberal, fue avalada, nada menos que por el diario más antiguo e importante del país, antes de ser expropiado por Velasco. La portada que El Comercio de los Miró Quesada dedica al sesquicentenario de la independencia muestra en el centro a un Túpac Amaru enorme con el torso desnudo rodeado de personajes de menor tamaño, entre ellos, San Martín.
Una portada impensable hoy, sin duda, pero que nos invita a pensar, junto con todo lo que he expresado hasta aquí, que la independencia no es una historia acabada y que la memoria de lo que ésta constituye y significa, y cómo se debe representar, aún a nivel oficial, lejos de ser estática, ha estado en constante disputa.


Ha sido una memoria moldeada por los acontecimientos y tensiones propios de cada época, y lo sigue siendo hoy. 

Cecilia Méndez
Historiadora y catedrática PUCP

sábado, 28 de julio de 2018

El mito de José de San Martín, el soldado «andaluz» que apuñaló al Imperio español en América

Su experiencia militar en la península, donde combatió a los franceses durante la Guerra de Independencia, le legitimó para dirigir a los rebeldes contra el último bastión de España en Sudamérica, el Virreinato del Perú.
Las guerras de independencia en América las hicieron los descendientes de españoles, los criollos, que representaban en torno al 10 y 15% de la población. No los mestizos ni los indígenas, mayoría en el continente. Ellos se limitaron a derramar su sangre por ambos bandos. Los libertadores como José de San Martín descendían de la clase gobernante (su padre fue teniente de gobernador) y aspiraban a heredar los privilegios que acaparaban los peninsulares. La mayor parte de los criollos eran terratenientes y comerciantes, pero estaban apartados de los puestos de poder. El mismo perro pero con distinto collar, diría el refranero popular.

San Martín proclama la independencia del Perú en 1821., por Juan Lepiani
Un niño militar que se hizo libertador
José de San Martín nació en Yapeyú, hoy Argentina, el 25 de febrero de 1778, en el seno de una familia de tradición militar. El padre, un hidalgo español de clase media, ejerció como capitán y ayudante mayor de la Asamblea de Infantería de Buenos Aires hasta que, en 1774, fue nombrado teniente de gobernador del departamento de Yapeyú, una misión jesuítica a orillas del río Uruguay huérfana de poder tras la expulsión de la orden. Asimismo, la madre del libertador también era española y de familia destacada, Gregoria Matorras del Ser, prima hermana del gobernador y capitán general del Tucumán.
Precisamente dos de los cinco hijos del matrimonio, entre ellos José, nacieron estando destinado como teniente allí. Sus primeros compañeros de juegos fueron indios guaraníes. Si bien, el matrimonio se desplazó a España en abril de 1784, donde José iba a tomar contacto con el Ejército español que tanto amaba su padre.

El criollo comenzó sus estudios en el Real Seminario de Nobles de Madrid, un lugar de formación para los hijos de los nobles y los militares, aunque otras fuentes descartan que pasara por esta escuela de élite. Para entrar era necesario «constar ser hijosdalgo notorios según las leyes de Castilla, limpios de sangre y de oficios mecánicos por ambas líneas». De lo que no cabe duda es que el 21 de julio de 1789, a los once años de edad, José de San Martín comenzó su carrera militar como cadete en el Regimiento Murcia, a donde entró alegando ser hijo de un capitán. Su trayectoria militar se inició en los combates contra los moros en Melilla y Orán.
Cuando todavía era un joven soldado imberbe fue agregado a la batería de artillería del Capitán Luis Daoiz, más adelante uno de los héroes del Dos de Mayo en Madrid. Antes de la Guerra de Independencia, el joven criollo había luchado ya contra los franceses en los Pirineos y contra los portugueses en la Guerra de las Naranjas (1802). En una misión de reclutamiento fue herido gravemente por unos maleantes que intentaron quitarle una maleta con tres mil reales de vellón, importe de la milicia.
Todo ello sin olvidar su paso por la fragata Santa Dorotea, que formó escuadra en el Mediterráneo contra los corsarios berberiscos. Durante este periodo naval conoció en Tolón a Napoleón, al ser enviado en representación de «La Dorotea». El hecho de que el emperador le saludara influyó en la admiración que San Martín profesó siempre al corso como genio de la guerra.
En 1804, su ascenso a Capitán Segundo con 27 años, le obligó a cambiar de unidad. En el batallón de «Voluntarios de Campo Mayor», que se encontraba en Cádiz, conoció al general Francisco María Solano Ortiz de Rosas, Marqués del Socorro. Ambos eran americanos. Solano, hombre de ideas liberales, acogió con afecto y simpatía a su joven compatriota al que ayudó y aconsejó desde la experiencia. Y ambos compartían una visión pesimista sobre el futuro de España y su gobierno en los territorios americanos. Ambos notaban que la Madre patria se tambaleaba sobre sus pies.

La Rendición de Bailén- Museo del Prado
En medio de la invasión napoleónica, Solano murió durante un levantamiento popular contra la sede del Gobierno al ser acusado de connivencia con los franceses. San Martín, hombre de orden, intentó defender a su amigo y superior del tumulto, lo cual casi le cuesta también la vida. El desorden, fuera del color que fuera, desagradaba al riguroso criollo.
Los desastres que trajo la invasión francesa habrían de desviar la carrera militar de San Martín. La Junta Central de Gobierno, establecida contra el gobierno napoleónico, ascendió al criollo al cargo de Capitán primero en el regimiento del general Castaños, «la Caballería de Borbón». En esta unidad participó en la batalla de Bailén, el 19 de julio de 1808. La primera derrota importante de las tropas de Napoleón se tradujo para San Martín en un ascenso a teniente coronel de caballería el 11 de agosto de 1808.
También participó en la batalla de La Albuera, la brocha de oro a una trayectoria de dos décadas al servicio del Ejército español, a las órdenes del general inglés William Carr Beresford. Precisamente el carácter multinacional de las fuerzas antinapoleónicas le puso en contacto con los círculos liberales y revolucionarios británicos que tanto contribuirían a la independencia americana. Su larga estancia en Cádiz afianzó durante años esa mentalidad liberal.

La extraña salida del Ejército español
Los conatos de revolución que se produjeron en Caracas y Buenos Aires en 1810 le convencieron –o eso dicen sus biógrafos más permeables al mito– de que debía acudir a su tierra natal cuanto antes a tomar partido por los suyos. A decir verdad, el oficial español no tenía nada de americano, salvo el lugar de nacimiento. Los suyos eran los miembros del Ejército español. Había pasado su vida fuera del continente, su aspecto físico era europeo y su acento era marcadamente andaluz.
José de San Martín pidió la baja de las instituciones armadas españolas para atender «asuntos familiares en Lima», lo cual era mentira, y se convenció definitivamente de en qué bando quería estar cuando el inminente derrumbamiento del Imperio español los pillara a todos debajo. Él suyo era más bien un ensoñamiento liberal por encima de uno independentista.
Los criollos se organizaban. El 12 de septiembre de 1812 se casó en Buenos Aires con María de los Remedios Escalada, la hija adolescente de una poderosa familia de la aristocracia americana. Su familia era rica, prestigiosa y partidaria de la rebelión, lo que supuso un salto económico para José de San Martín, cuya única fortuna era la que había logrado acumular durante su carrera al servicio del Imperio español. De hecho, la familia de su mujer le llamaban «el soldadote» y a veces «el andaluz», porque tocaba la guitarra y hablaba al modo de aquella tierra.
En 1813, el andaluz se incorporó al ejército rebelde a la cabeza de un cuerpo de combate de élite, los Granaderos a Caballo, que se dio a conocer en su victoria en San Lorenzo, evitando el desembarco de un ejército realista. Sin duda, el talento y experiencia militar de alguien como San Martín iban a ser cruciales para derribar el último bastión del Imperio español en Sudamérica: la tierra sembrada por Pizarro.

El combate de San Lorenzo, de Julio Fernánez Villanueva- Instituto Nacional Sanmartiniano
Si bien en los virreinatos de Nueva Granada y de Río de la Plata los procesos independentistas tuvieron un éxito instantáneo, no ocurrió igual con el Virreinato del Perú, en otro tiempo la pieza clave del poder hispánico. La mayor presencia de peninsulares que en otros territorios, la escasa implantación del espíritu independentista y la capacidad de mando del virrey José de Abascal convirtió el lugar en una roca en el camino de los rebeldes. Con un ejército de unos 42.000 hombres, Abascal aplastó todo conato de rebelión tanto en Perú, Quito, el Alto Perú y la capitanía general de Chile. Para vencerle sería necesaria la acción conjunta de Bolívar y San Martín, así como el ingenio militar del veterano de Bailén.
El soldado «andaluz» aplicó sus conocimientos militar en zonas montañosas para orquestar un ataque sorpresa a Chile, y desde allí por mar al Bajo Perú. Esta campaña dio lugar el 12 de octubre de 1818 a la batalla de Chacabuco, que despejó el camino para llegar a Santiago de Chile tres días después. Aquella acción magistral, que le obligó a atravesar con su ejército los Andes, hizo que sus compañeros de armas e incluso rivales encendieran las comparaciones de San Martín con Napoleón y Aníbal. Porque a decir verdad San Martín fue un rival justo y nunca se mostró sanguinario con los españoles como sí parece que hizo Bolívar. Sus enemigos así se lo reconocieron.

¡O Bolívar o nada!
La cadena de victorias de San Martín llevaron al gobierno liberal establecido durante el Trienio Liberal en España a negociar una paz con los rebeldes hispanoamericanos. Sin embargo, al romperse las conversaciones, el libertador reanudó la lucha armada y ocupó Lima el 6 de julio de 1821 con el título de Protector. Expulsó a miles de españoles notoriamente contrarios a la independencia y confiscó sus bienes.
A nivel político estableció la libertad de comercio y la libertad de imprenta, pero no permitió otro culto religioso que el católico. El Libertador esperaba durante su protectorado poder completar la independencia del territorio nacional y preparar el camino para la instauración de un régimen monárquico constitucional, lo que ha llevado a algunos a sostener que el gobierno de San Martín fue una dictadura.
El tipo de Estado que debía instaurarse en el Perú generó una brecha entre los partidarios de una monarquía y los de una república. Para los monárquicos como San Martín, la república no era la forma de gobierno más conveniente para el Perú debido a la gran extensión de su territorio y a la poca educación de las masas del país. Él mejor que nadie sabía lo salvaje que podía ser un pueblo en caso de anarquía, y es por eso que pretendía para Perú un reino dirigido preferentemente por un Príncipe europeo, Infante de Castilla a poder ser. Una vieja idea que los propios Borbones habían sopesado en el pasado: una suerte de reinos hispánicos dirigidos por los miembros de la dinastía.
No en vano, la forma de gobierno del Perú y del resto de los nuevos estados que estaban surgiendo fue uno de los temas tratados por San Martín y Simón Bolívar, el gran líder de la Corriente Libertadora del Norte, durante su reunión en Guayaquil del 26 de julio de 1822. En esta reunión Bolívar no quedó muy convencido de que San Martín fuera partidario de una república democrática. José Acedo Castilla considera en su estudio «La actuación política del general» que San Martín creía que «llevar al Gobierno a los más incultos y darles preponderancia, era un desastre político».
El propio Bolívar sostenía que el libertador del Perú «no creía en la democracia, estando convencido de que aquellos países no podían ser regidos más que por Gobiernos vigorosos, que impusieran el cumplimiento de la Ley, ya que cuando los hombres no la obedecen voluntariamente, no queda más arbitrio que la fuerza». En definitiva, San Martín fue un producto de las ideas liberales de su tiempo: un liberal constitucionalista, que concebía el Gobierno en manos fuertes y limpias y «no entregado a la ignorancia, la envidia, el rencor y los deseos de lucro de ciertas gentes». La educación debía venir antes que la democracia.
Cuando San Martín le ofreció el liderazgo de la campaña libertadora en el Perú, Bolívar le dio a entender que solo lo aceptaría si él se retiraba del Perú. ¡O Bolívar o nada!

Un exilio voluntario y nostalgia de España
A su regreso a Lima, San Martín tuvo claro que debía dejar el camino libre a Bolívar. Su tiempo como libertador, ahora que su faceta militar no se necesitaba, llegaba a su fin. Este plan se aceleró cuando a su vuelta supo que los limeños habían capturado y expulsado a Bernardo Monteagudo, su mano derecha en el gobierno y otro defensor de la monarquía. A duras penas el argentino logró reunir al Primer Congreso Constituyente, que desde el comienzo estuvo controlado por los liberales republicanos. El mismo día de su instalación (20 de setiembre de 1822) San Martín presentó su renuncia irrevocable a todos los cargos públicos que ejercía.
Con los españoles todavía controlando algunas provincias, Perú necesitaba las tropas de Bolívar si quería llevar a puerto el proceso de independencia. Sus palabras de despedida tuvieron ese aire trágico tan característico de los héroes traicionados: «La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga es temible a los Estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte, ya estoy aburrido de oír que quiero hacerme soberano. Sin embargo, siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más».

Entrevista de Guayaquil entre José de San Martín y Simón Bolívar.
De Perú pidió permiso para reencontrarse en Buenos Aires con su esposa, que estaba gravemente enferma. Pero al tardar tanto en llegar, entre retrasos auspiciados por sus enemigos, su mujer ya había fallecido el 3 de agosto de 1823. A principios del siguiente año partió hacia el puerto de El Havre (Francia). Tenía 45 años y a su espalda dejaba sus cargos de generalísimo del Perú, capitán general de la República de Chile y general de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Visitó de forma breve Inglaterra, Italia y otros países europeos hasta establecerse definitivamente en Francia, donde viviría hasta su muerte en 1850. En su largo exilio europeo, San Martín recordó con nostalgia su tiempo vivido en España y esquivó los apuros económicos solo por la asistencia de un amigo suyo acaudalado, el español Alejandro Aguado.
En el año 1828 amagó con volver a América, e incluso se embarcó con este propósito, pero prefirió en última instancia quedarse al margen de las luchas intestinas que sucedieron el poder español en el continente. Buenos Aires se consumía durante una guerra civil en la que él estaba prevenido de no meterse. No fue hasta 1880 cuando sus restos pudieron ser repatriados y trasladados a la República de Argentina. Ahora sí, el mito estaba lo bastante maduro.

FUENTE:http://www.abc.es/historia/