viernes, 6 de diciembre de 2019

Paneles de piedra mayas con imágenes de jugadores de pelota

Un equipo de arqueólogos ha descubierto en el yacimiento arqueológico de Tipán Chen Uitz, ubicado en Belice, dos paneles de piedra de hace 1.300 años en el que aparecen representados antiguos mayas jugando con nueve pelotas de un palmo mientras portan unos impresionantes abanicos. Según los expertos, los paneles datan del 700 d. C.

Juego de pelota mesoamericano conocido más tarde como
‘ Ulama’ en el que se utilizan actualmente las reglas del “pelota-cadera”
Los primeros paneles con jugadores de pelota de la historia de Belice
Los primeros paneles hallados jamás en la historia de Belice en los que aparecen mayas jugando a pelota. En el primer panel se observa a un jugador de pelota, reconocible por su postura y su cinturón protector. Está jugando con una gran pelota redonda, mientras que en su mano izquierda sostiene un complejo abanico. Los expertos suponen que mediría en torno a los 1,5 metros de ancho y los 70 centímetros de alto en su forma inicial, pero casi el diez por ciento de la imagen se ha perdido con el paso de los siglos. Además, los arqueólogos sugieren que el panel fue intencionadamente vandalizado en algún momento, encontrándose en especial una de las figuras extremadamente rayada.
Sak Ch’een, señor de Motul de San José c. siglo VIII, ataviado como jugador de pelota

El panel porta una inscripción en la que se lee “nueve pelotas de palmo”, lo que indica la medida de la circunferencia de la pelota. En otras partes del panel se puede leer el sorprendente nombre del jugador, “Ocelote Rollo de Agua”. El segundo panel, es algo más pequeño, pero en él también se observa una figura humana que participa en un juego de pelota. Desgraciadamente, el rostro de esta figura también ha sido rayado.

La enorme importancia del Juego de Pelota en las antiguas culturas mesoamericanas
Los juegos de pelota eran muy importantes desde un punto de vista social y político para los mayas, como mencionan los autores de un estudio publicado en la revista Antiquity , “El análisis iconográfico y glífico de estos paneles dentro de un contexto regional aporta nuevos datos sobre las relaciones sociopolíticas a gran escala, demostrando que el juego de pelota era un importante medio y mecanismo de filiación macropolítica en las tierras bajas mayas,” escriben los autores, encabezados por Christopher Andrés de la Universidad del Estado del Michigan.
En la parte derecha del panel se observa a un jugador de pelota portando un abanico

El Ulama, sin lugar a dudas el más famoso juego de pelota de la historia mesoamericana, no era simplemente un juego para las civilizaciones olmeca, maya y azteca, era mucho más que eso. Como informaba anteriormente Ancient Origins , el Ulama era considerado una batalla que libraba el sol contra la luna y las estrellas, representando los principios de luz y oscuridad (y posiblemente también la batalla entre el bien y el mal). Además, los movimientos de la pelota simbolizaban la rotación del sol para los pueblos azteca, olmeca y maya. Para los mayas el juego era conocido como Pok a Tok, los aztecas lo llamaban Tlachtli, y en nuestros días la mayoría de la gente se refiere a él como Ulama. Se cree que se extendió por el sur hasta alcanzar Paraguay, y por el norte hasta lo que hoy es Arizona. La cancha de pelota mesoamericana más antigua conocida es la de Paso de la Amada, en México, datada mediante radiocarbono en una antigüedad en torno a los 3.600 años.

Cancha mesoamericana de juego de pelota en Monte Albán (México)

Hasta la fecha se han descubierto casi 1.300 canchas de pelota mesoamericanas, y se calcula que todas las ciudades mesoamericanas de la antigüedad tenían al menos una. Las canchas olmecas eran del tamaño de un campo de fútbol  moderno, y vistas desde el cielo parecían una “I” mayúscula con dos zonas de anotación perpendiculares en los extremos. Las canchas estaban delimitadas por bloques de piedra, y se jugaba en un recinto rectangular con muros inclinados. Estos muros a menudo estaban revestidos y pintados de vivos colores. Serpientes, jaguares y águilas de piedra labrada aparecían representados junto con imágenes de sacrificios humanos, en un hecho que sugiere una conexión con la divinidad.

Todos jugaban a pelota independientemente de su estatus social
El nuevo estudio se centra en el hecho de que en estos juegos de pelota no participaban únicamente las gentes del pueblo llano, sino individuos de todo tipo de origen socioeconómico. Nobles y dirigentes locales han sido retratados jugando en diversas ocasiones, mientras que también aparecen importantes personajes extranjeros en imágenes y obras de arte de aquella época.

Paneles más pequeños en los que se observa una figura humana jugando a pelota

“Estos paneles con jugadores de pelota podrían reflejar un sistema más grande de lealtades cimentado en parte por actuaciones públicas en las que participaban terratenientes y señores en el juego de pelota,” escriben los autores del estudio según informa IBT . Los investigadores son optimistas respecto a la posibilidad de que, examinando de nuevo estos paneles, se pueda descubrir más información sobre la configuración sociopolítica de la antigua civilización maya.


Autor: Theodoros Karasavvas

domingo, 13 de octubre de 2019

San Martín no debe estar en el centro de la memoria de la Independencia

En comparación con otros países, los peruanos hemos construido una memoria oficial de la independencia como un proceso venido de afuera y minimizando la participación de los peruanos, señala la reconocida historiadora.
Por muchas generaciones los peruanos hemos venido conmemorando el 28 de julio de 1821 como “el día de nuestra independencia”. La fecha en que José de San Martín proclama la independencia en Lima está firmemente anclada como la efemérides nacional por antonomasia ¿Pero es el 28 de julio el día más lógico para conmemorar nuestra independencia del imperio español? ¿Hasta qué punto se trata de una celebración más limeña que nacional?

La independencia del Perú tiene una memoria y calendario oficial que pone a San Martín en el centro de todo
Si bien el 28 de julio se estableció tempranamente como día oficial la independencia, no fue el único. En 1833, el presidente Agustín Gamarra promulgó un decreto para conmemorar anualmente las batallas de Junín y Ayacucho del 6 de agosto y 9 de diciembre 1824, “como parte de los sucesos memorables de nuestra emancipación”. Gamarra buscaba así poner en relieve la participación del ejército peruano, del que él era parte, en la consecución de la independencia. Significativamente, y aunque tal vez Gamarra no se lo propusiera así, esta pluralidad celebratoria realzaba también el lugar de la sierra sur y central andina en el proceso de la independencia. Pero pese al alcance continental de la batalla de Ayacucho, que se reconoce mundialmente como el hito definitivo de independencia hispanoamericana, la multiplicidad de celebraciones se fue desvaneciendo en el calendario oficial para destacar, si no exclusivamente, sí de manera central, la proclama de San Martín en Lima.

Esta decisión tuvo otro efecto paradójico. El fijar como hito conmemorativo central de la independencia la proclama limeña de San Martín, invisibilizaba el proceso de independencia en sí, es decir, los movimientos insurgentes y separatistas ocurridos en distintas partes del Perú previamente a la llegada del general rioplatense. Los peruanos construimos, por ende, una memoria oficial de la independencia como un proceso cuasi providencial, venido de fuera y hasta teñido de elementos oníricos, como cuando se les enseña a los niños ¡que la bandera peruana se originó en un sueño de San Martín! En este sentido, somos una anomalía continental: escogimos un momento tardío, un momento hito comparativamente desprovisto de carga insurgente, además de propiciado desde fuera, para conmemorar nuestra independencia.

El Perú es, en efecto, virtualmente el único país de América Latina que conmemora su independencia el día en que ésta se proclamó y no el día en que (se asume) se inició este proceso. Por ello, el Perú será también el último país latinoamericano en conmemorar el bicentenario de su independencia. Los demás países escogieron celebrar sus independencias rememorando hechos insurgentes que marcan el inicio de una revolución política, como la formación de juntas de gobierno que desconocieron a las autoridades españolas en las colonias en el marco de la crisis política provocada por la invasión de las tropas de Napoleón Bonaparte en Península Ibérica entre 1808 y 1814. México, por ejemplo, obtuvo su independencia, al igual que el Perú, en 1821, pero, la celebra el día en que el cura Manuel Hidalgo lanzó una masiva insurgencia popular en 1810. Por ello México no esperará el 2021 para su bicentenario, lo celebró en el 2010 . Chile proclama su independencia en la batalla de Maipú en 1818, pero también ya celebró su bicentenario porque conmemora como el día de su independencia su junta de gobierno de 1810. Las Provincias Unidas de Sudamérica, como se llamó la futura Argentina, proclamaron su independencia en 1816, pero Argentina celebra la revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires como el día de su independencia y por tanto celebró su bicentenario el 2010. Bolivia y Ecuador lo hicieron incluso antes, en el 2009, porque conmemoran sus juntas insurgentes de 1809 en las audiencias de Quito y la Paz, respectivamente, como sus aniversarios patrios.

El Perú no careció de insurgencias y juntas antiespañolas antes de la llegada de San Martín, análogas a las que otros países americanos escogieron para celebrar sus independencias. Las hubo en Tacna en 1811 y 1813, en Huánuco en 1812 y especialmente en Cuzco entre en 1814 y 1815. Aquí, la revolución liderada por los hermanos Mariano, José y Vicente Angulo y el cacique Mateo Pumacahua fue tan vasta que llegó hasta La Paz, y tuvo un contenido separatista aún más marcado que la rebelión de Hidalgo de 1810, que México considera el inicio de su proceso de independencia. Los rebeldes cuzqueños establecieron un calendario revolucionario que declaraba 1814 como “año primero de la libertad”, que fue evocado por las poblaciones del sur del Perú hasta bien entrada la república. Pero la memoria oficial del país dejó estos acontecimientos en las márgenes, si acaso los consideró.

El Comercio de 1971, por el sesquicentenario.
No es entonces descabellado suponer que la fijación del 28 de julio como el hito central de la independencia fuera una manera de evitar referirse a las mencionadas insurgencias regionales, de fuerte componente indígena. Y en ello la historia oficial “criolla” es más parecida a la historiografía marxista, supuestamente contestataria, de la década de 1970, de lo que ésta quisiera admitir. Ambas minimizan la participación de los peruanos en el proceso de independencia, al que conciben como venido de fuera, y ambas ven a los indios como masas manipuladas. Pero la versión sanmartinocéntrica de la independencia, lejos de ser fortuita, fue delineada cuidadosamente a mediados del siglo XIX por el historiador Mariano Felipe Paz Soldán, cuya Historia del Perú Independiente (1868) asume que la independencia peruana se inició literalmente en 1819, con los preparativos de la expedición de San Martín en Río de la Plata. Esta versión de la independencia fue refutada en lo inmediato por el liberal y veterano de la independencia Francisco Javier Mariátegui, y en el siglo XX por el historiador José de la Riva Agüero. Pero no por ello dejó de ser la “versión oficial” y hegemónica.

Esta larga historia oficial se desestabilizó por primera vez cuando el gobierno militar izquierdista de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) proclamó a Túpac Amaru II como el iniciador, con su rebelión de 1780, de una independencia culminada en los campos de Ayacucho, cuarenta y cuatro años después. Velasco desplazó así por primera vez del centro a San Martín para privilegiar a un héroe indígena. Sin embargo, Velasco, no estaba creando una nueva historia, tanto como oficializando una memoria de la independencia que había existido en las márgenes, paralela y anteriormente a la historia sanmartiniana de Paz Soldán, y cuyos orígenes se remontan al periodismo cuzqueño de la década 1830, aunque el espacio no permite expandirme en ello.

Y aunque la versión velasquista de la independencia pueda sonar hoy herética y hasta demasiado “radical” para las sensibilidades del Perú neoliberal, fue avalada, nada menos que por el diario más antiguo e importante del país, antes de ser expropiado por Velasco. La portada que El Comercio de los Miró Quesada dedica al sesquicentenario de la independencia muestra en el centro a un Túpac Amaru enorme con el torso desnudo rodeado de personajes de menor tamaño, entre ellos, San Martín.
Una portada impensable hoy, sin duda, pero que nos invita a pensar, junto con todo lo que he expresado hasta aquí, que la independencia no es una historia acabada y que la memoria de lo que ésta constituye y significa, y cómo se debe representar, aún a nivel oficial, lejos de ser estática, ha estado en constante disputa.


Ha sido una memoria moldeada por los acontecimientos y tensiones propios de cada época, y lo sigue siendo hoy. 

Cecilia Méndez
Historiadora y catedrática PUCP

domingo, 29 de septiembre de 2019

El épico final del Imperio español en Sudamérica: los últimos defensores de Perú

El gallego José Ramón Rodil resistió a la espera de refuerzos desde la Península durante casi dos años en la Fortaleza del Real Felipe del Callao, que vivió entre sus muros la muerte o deserción de 2.424 de los 2.800 soldados que la defendían.
El triste epílogo a las guerras de emancipación contra el Imperio español del siglo XIX fue, como es habitual, un baño de sangre. El escenario fue el Callao, en el Virreinato de Perú, que a diferencia de Nueva Granada y de Río de la Plata, se mantuvo al principio inmune a la fiebre independentista que se extendió por América. La mayor presencia de peninsulares que en otros territorios, la escasa implantación del espíritu independentista y la capacidad de mando de los sucesivos virreyes convirtieron el lugar en una roca en el camino de los rebeldes.

Capitulación de Ayacucho, óleo del pintor peruano Daniel Hernández.
Para someter Perú fue necesaria la acción conjunta de las fuerzas de Bolívar y de San Martín. Así, solo en julio de 1821 el virrey José de la Serna ordenó evacuar Lima, dando vía libre a que San Martín proclamara la independencia de Perú. Y aún cambiaría de manos varias veces la capital hasta que, con las fuerzas españolas al límite, llegó la batalla de Ayacucho y con ella la derrota del contingente militar realista más importante que seguía en pie.

En paralelo a los sucesos de Ayacucho, todavía hubo una última guarnición que acometió una resistencia casi suicida. José Ramón Rodil y Campillo y los últimos españoles del Perú se atrincheraron en la Fortaleza del Real Felipe del Callao, construida inicialmente para defender el puerto contra los ataques de piratas y corsarios.

Un leónidas moderno en Perú
Lima y la fortaleza en el Callao habían sido recuperadas por los españoles meses antes del desastre de Ayacucho, coincidiendo con uno de los pocos periodos de la guerra favorables a los intereses realistas. El general Monet al frente de las fuerzas realistas había entrado de nuevo en la capital el 25 de febrero de 1824 y designó al brigadier José Ramón Rodil como jefe de la guarnición del Callao. Lo hizo, claro, sin sospechar que este oficial gallego iba a protagonizar una resistencia de tintes épicos.
Lima fue abandonada tras la batalla de Junín. Se esperaba que los españoles del Callao tomaran el mismo camino tras la capitulación de Ayacucho, pero Rodil y sus 2.800 soldados se negaron a rendirse ante la perspectiva de que aún podría recibir pronto refuerzos de España.
Rodil incluso se negó a recibir a los enviados del virrey la Serna, derrotado en Ayacucho, porque los consideraba poco menos que desertores. Tampoco quiso escuchar el 26 de diciembre a los representante de Simón Bolívar, quienes daban por hecho que el español iba a rendir la fortaleza en cuanto se enterara de los generosos términos de la capitulación.

Óleo de la batalla de Ayacucho, una obra de Martín Tovar y Tovar
El gallego creía que el suyo era un viaje sin vuelta atrás. La entrada de Bolívar en Lima provocó la huida masiva de la población de españoles peninsulares y de los leales a la Corona hacia el Callao. 8.000 refugiados convirtieron el Callao en el último bastión español en Sudamérica y en la última esperanza de recuperar estos territorios.
El asedio de las tropas libertadoras, unos 4.700 soldados, dirigidas por el venezolano Bartolomé Salom, se inició en forma de bombardeo con artillería pesada al puerto del recinto amurallado. Se calcula que en los dos años que duró el sitio se dispararon 20.327 balas de cañón, 317 bombas e incontables balas. Al ataque aéreo y terrestre, se sumó también el bloqueo naval de las flotas combinadas de la Gran Colombia, Perú y Chile.
A pesar de contar con menos hombres armados y pocos recursos, los españoles tenían varias cosas a su favor. José Ramón Rodil contaba entre sus filas con los regimientos veteranos Real de Lima y Arequipa, así como una de las fortaleza más grandes de todo el continente. Las murallas y las minas enclavadas en la roca hacían imposible un asalto por tierra, mientras que el bastión artillado mantenía la flota combinada a distancia.

Asimismo, la veteranía de su comandante jugaba a favor de las fuerzas realistas. Nacido en Lugo el 5 de febrero de 1779, Rodil había combatido contra Napoleón y luego había saltado a Sudamérica, donde prestó importantes servicios en Talca, Cancharrayada y Maipo. Además de cicatrices, el gallego coleccionaba múltiples condecoraciones por el valor desplegado.
Sin posibilidad de hincarle el diente a la fortaleza, los ejércitos libertadores mantuvieron el bombardeo día y noche en un intento por dejar que la fruta cayera por su propio peso. Desde el principio se hizo latente la dificultad de alimentar a una población civil de miles de refugiados, así como el mantener un régimen casi carcelario para evitar las deserciones entre las filas españolas. En un solo día Rodil fusiló a 36 conspiradores, entre ellos a un muchacho andaluz muy popular por sus chanzas.

José Ramón Rodil, jefe de la guarnición del Callao.
En un informe fechado el 26 de setiembre de 1825, Hipólito Unanue escribió a Simón Bolívar el estado del sitio, convertido en una prisión tanto dentro como fuera de la fortaleza:
«Rodil sigue defendiéndose obstinadamente y no pasa día sin que se haga fuego fuerte contra él. Por su parte tiene una vigilancia enorme y apenas ve que se pasa alguno del pueblo o que se trabajó en la línea, cuando cubre de balazos el sitio, así es que no se pasan de miedo muchos que desean hacerlo.

Los enemigos fueron la hambruna y las epidemias
La hambruna, las malas condiciones sanitarias y las epidemias crecieron al mismo ritmo que la carne de rata disparaba su precio en el mercado negro. Es por ello que Rodil envió hacia el frente enemigo a aquellos civiles cuya presencia no era importante en el campo militar. Ante esta estrategia los libertadores empezaron a rechazar las oleadas de civiles con plomo y pólvora, sabiendo que el hambre era el mejor arma para sacar a los españoles de su castillo. Muchos refugiados se vieron atrapados entre ambos fuegos.
Solo cerca del 25% de los civiles lograron sobrevivir al asedio de dos años. El escorbuto, la disentería y la desnutrición fueron rebajando el número de defensores cada día de resistencia. No así la determinación de Rodil, que únicamente aceptó rendirse cuando la situación adquirió una atmósfera extrema. A principios de enero de 1826, el coronel realista Ponce de León desertó y, poco después, le siguió el comandante Riera, gobernador de una de las secciones fortificadas, el Castillo de San Rafael. Ambos conocían al detalle el entramado defensivo establecido por Rodil y así se lo desvelaron a los líderes libertadoras. Ponce de León, además, era amigo próximo de Rodil, lo que supuso una doble traición.
Sin comida, con la munición cercana a terminarse, y sin noticias de que fueran a llegar refuerzos desde España; Rodil accedió a negociar con el general venezolano poco después de las ilustres deserciones. El 23 de ese mes, tras dos años de resistencia, los españoles entregaron la fortaleza en condiciones que permitieron conservar la honra y la vida a los defensores. O al menos a los supervivientes. Solo unos 376 soldados lograron salir con vida de aquellos dos años extremos, salvando las banderas de los regimientos Real Infante y del Regimiento de Arequipa.

Plano de la fortaleza del Real Felipe, en Callao
La vida de Rodil también fue respetada, entre otras cosas porque el propio Bolívar salió en defensa del español: «El heroísmo no es digno de castigo».

El regreso de «un español de puro bestia»
España se había olvidado de los últimos defensores de Sudamérica cuando éstos combatían, pero al regreso a la península algunos de ellos fueron recompensados por su gesta. José Ramón Rodil fue nombrado Mariscal de Campo y se le otorgó en 1831 el título nobiliario de Marqués de Rodil por su actuación en Perú. No obstante, su consideración de estratega quedó en entredicho con varias derrotas en la Primera Guerra Carlista. Su carrera política finalizó a consecuencia de su antagonismo con Baldomero Espartero. En 1815, Espartero auspició que Rodil fuera juzgado por un consejo de guerra y le retiran sus honores, títulos y condecoraciones.

¿Qué motivó su obstinada resistencia el Callao?, siguen preguntándose hoy sus detractores. El desaparecido político peruano Enrique Chirinos citó, en una de sus obras históricas, un conocido verso para definirlo: fue «un español de puro bestia». Eso y que realmente confiaba, hasta el verano de 1825, en que desde la Península se enviaría una fuerza de reconquista. Controlar aquella posición estratégica era clave para tener un punto de desembarco en América. Cuando se dio cuenta de que la ayuda nunca llegaría dejó de dormir y apenas comía ante el temor, tal vez, de que todo su esfuerzo al final iba a ser en vano.

FUENTE: http://www.abc.es/

martes, 30 de julio de 2019

Infografia de Miguel Grau

Un día como hoy, 27 de julio, nació "El Caballero de los mares" y en nuestra infografía podrás conocer más sobre la vida del máximo héroe nacional.
Miguel Grau nació en la ciudad de Piura el 27 de julio de 1834. Fue hijo del Teniente Coronel Juan Manuel Grau y Berrío, natural de la ciudad de Cartagena de Indias y de la piurana María Luisa Seminario y del Castillo.

Primeros años. A los 9 años se hizo a la mar en el bergantín mercante “Tescua” y en 1844 empieza a viajar en naves mercantes. Con solo 19 años, se convirtió en guardiamarina y vistió por primera vez el uniforme.
Participó en el combate naval de Abtao (febrero de 1866) al mando de la corbeta "Unión". En 1867, se retira con licencia del servicio activo en la Armada para contraer matrimonio con Dolores Cabero Núñez, con quien tuvo diez hijos. En 1868 se reincorporó siendo nombrado comandante del monitor “Huáscar”.

El 8 de octubre se conmemora la gesta heroica de Grau en el combate Angamos. | Fuente: Marina de Guerra
Participación política. Miguel Grau también incrusionó en la política. En 1876 fue miembro del Partido Civil y se desempeñó como diputado por Paita, dejando el comando del “Huáscar” durante dos periodos legislativos. Al estallar la guerra del Pacífico, fue destinado nuevamente al mando del monitor “Huáscar”. 

"El Caballero de los mares". Es conocido de esta manera por sus acciones solidarias con el enemigo. El 21 mayo 1879, la división naval peruana conformada por el monitor “Huáscar” y la fragata "Independencia", se enfrentaron a los buques chilenos que bloqueaban el puerto de Iquique. Luego de hundir la corbeta “Esmeralda”, Grau ordenó salvar a los sobrevivientes del buque vencido.

Combate de Angamos. El 8 de octubre de 1879, la división peruana es interceptada por las fuerzas chilenas. Grau ordena al comandante del buque de la "Unión" salvar a su tripulación quedando solo el monitor "Huáscar". Grau fallece luego que una granada lanzada desde el "Cochrane" impactara el monitor "Huáscar". La batalla naval ocurrida un miércoles 8 de octubre de hace 137 años, en el escenario de la Guerra del Pacífico, enfrentó a los buques peruanos Huáscar y Unión contra los buques chilenos Cochrane, Blanco Encalada, Loa y Covadonga. 
Esta contienda le costó la vida al gran almirante, quien por su grandeza de carácter es reconocido hasta hoy, tanto por chilenos como peruanos, como el Caballero de los Mares 

El homenaje del enemigo. Uno de los partes presentados por el Comandante chileno, Galvarino Riveros, tras la captura del Huáscar y el hallazgo del cuerpo sin vida del héroe peruano, no deja dudas sobre el inmenso respeto que la escuadra enemiga le profesaba. 
"...La muerte del contraalmirante peruano, don Miguel Grau, ha sido, señor comandante general, muy sentida en esta Escuadra, cuyos jefes y oficiales hacían amplia justicia al patriotismo y al valor de aquel notable marino", dice parte del documento que envió a su oficialía mayor.  El gesto de Grau También se recuerda el gesto de caballerosidad que tuvo Grau hacia Carmela Carvajal, viuda del héroe chileno Arturo Prat Chacón, comandante de la corbeta Esmeralda, muerto en la cubierta del Huáscar. 
Escribió una carta en la que elogiaba la actuación de su esposo y le enviaba algunas de sus prendas personales, entre ellas su espada, que bien pudo ser tomada como trofeo de guerra.

La estatura del héroe. El patriotismo de Miguel Grau Seminario quedó en evidencia cuando decidió dejar su cargo de diputado por Paita (Piura) en el Parlamento para reincorporarse en 1879 a la Armada Peruana, al mando del Huáscar. El héroe nacional sabía que en la Guerra del Pacífico, el Perú estaba en desventaja, pero aún así batalló con valentía y fue honorable con sus adversarios.


Fuente: Marina de Guerra del Perú, Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas

sábado, 15 de junio de 2019

Los Curacas: dirigentes incaicos

Los Curacas eran los dirigentes étnico incaicos que regulaban las funciones dentro del ayllu, base de organización andina, mediante el establecimiento de vínculos solidarios y la regulación de las funciones del grupo étnico o parental como la organización de las tareas agrícolas, la redistribución de recursos, administración de los bienes, la mita, etc.

 Los curacas tradicionales poseían funciones :
“rituales y ceremoniales, que tenían que ver con la adoración de los ancestros, fuente principal del poder y legitimidad del curaca”[1];
Este “especialista de lo sagrado” media entre los hombres y los seres sobrenaturales que guardan el orden cósmico, a la vez que organizaba las ofrendas o fiestas comunes. Los curacas poseían varias mujeres, conocidas como aqllas, escogidas castas por linaje y hermosura, beneficiando la creación de nuevas relaciones de parentesco se verán beneficiadas.


El nombramiento del mismo es una cuestión muy discutida, algunos cronistas afirman que
“el curaca no era un jefe hereditario, sino un hombre que llegaba al cargo por medio de un proceso de selección ritual, y que, en consecuencia, podía ser despojado del mismo mediante procedimientos similares”[2].
Sin embargo, esta tesis tiene poco respaldo respecto a la que defienden importantes investigadores como Jonh V. Murra, asegurando que el cargo es hereditario, no siempre en sentido patrilineal, pero si familiar:
“que muriendo el cacique principal si tenía hijo grande que pudiese mandar no se osaba de su autoridad […] que le diese licencia y silla de su cacicazgo y así el ynga se lo daba”[3].
La mayoría poseían un claro origen étnico y fueron nominados a través de rituales en cada unidad étnica, desde los cuales el cargo se retrasmitía, puesto que cada vez es más discutible que los curacas fueran nombrados por el Tawantinsuyu, y en casos puntuales por el Inka.
La función más importante del curaca era la de organizar las relaciones de reciprocidad, que suponían unas obligaciones dentro del ayllu, unas relaciones de intercambio; su relación con la población se hace aceptando la reciprocidad.
“Estos intercambios, que permitían el acceso simultáneo de una misma población a recursos muy distantes entre sí, han sido descritos como “comercio” por investigadores que usan modelos procedentes de otras latitudes […] con relaciones limitadas de trueque ritual o a intercambios de temporada”[4].
La sociedad carece de comercio, pero a pesar de ello es rica, expansiva y organizada, mediante intercambios o trueques, identificado por algunos historiadores como “trueque a modo de indios” [5], cuya existencia es innegable, tanto por signos lingüísticos como restos arqueológicos de cerámicas prehispánicas, etc. El mercado era inexistente, de este modo los depósitos podrían ser el principal valor económico de la comunidad;
“en contraste con la región andina, integrada políticamente por el poder centralizado de los incas, Mesoamérica estuvo políticamente siempre dividida. Pero lo que no hizo la política fue hecho por el comercio […] sistema complejo de intercambios desde el simple trueque en el interior de la aldea hasta los grandes mercados especializados de las ciudades y que culmina en un tráfico internacional.”[6]
Las ferias andinas surgirían durante el siglo XVI, añadiendo las pautas europeas de intercambio, ocupando el espacio de rituales y tradiciones anteriores y difundiendo los criterios mercantiles. La reciprocidad es identificada como equitativa, cuando un hombre recibe el trabajo de otro por reciprocidad, debe mostrarse «generoso» alimentarlo, alojarlo y vestirlo; el curaca debía cumplir con las obligaciones de los que le prestaban «servicio», aunque da apariencia de «rango superior». La mita sin embargo con el tiempo sí será una obligación con el poder, en el periodo colonial mucho más rigurosa que en el prehispánico.


La relación incluía cambios de presentes entre diferentes grupos, intercambio ceremonial que establecía relaciones entre los grupos vecinos, tanto de presentes o como bienes con carácter ritual, de hoja de coca por ejemplo, pero sin existir un mercado como tal; podemos afirmar por lo tanto que el Tawantinsuyu es una organización basada en la reciprocidad y la redistribución de bienes.

Las prestaciones que recibía el poder no se consideran un tributo como tal, puesto que no estamos ante un señor “tirano” que explota a la población, se piensa que se producía en especie por la ausencia de moneda y que parte de esa “renta tributaria” se repartía entre la población, de una manera más redistributiva que un reparto «caritativo».

La existencia de la mita andina se basaba en la entrega de la mano de obra al poder  para que éste organizara la producción de bienes redistribuibles, según la población. Esta movilización de gentes se usaba para la siembra, cosecha, recogida del mineral, etc.
Autor: Héctor Martínez Alonso para revistadehistoria.es

Bibliografía:

[1] RAMÍREZ, Susan E. (2001). “Curacas y cosmología: el poder ancestral en los Andes” en GARRIDO ARANDA, Antonio (coord.) “A propósito de Raúl Porras Barrenechea: viejos y nuevos temas de cultura andina” Secretariado de Publicaciones Universidad. Córdoba,p. 157

[2] MARTÍNEZ, José Luis (1982). “Una aproximación al concepto andino de autoridad, aplicado a los dirigentes étnicos durante el siglo XVI y principios del XVII”. Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.

[3] ORTIZ DE ZUÑIGA, Iñigo. (1967)“Visita de la provincia de León de Huánuco en 1562”, ed. de John V. Murra, Lima.

[4] MURRA, John V.(1999).  “El Tawantinsuyu” en Historia General de América Latina. Vol. I: Las sociedades originarias. Madrid-París, UNESCO-Trotta, p. 489

[5] ROSTWOROWSKI DE DIEZ CANSECO, María: (1977). “Etnía y sociedad. Costa peruana prehispánica” Instituto de Estudios Peruanos, Lima, p. 133

[6] SEMO, Enrique.(2006).“Historia económica de México”. Vol. I: Los orígenes. De los cazadores y recolectores a las sociedades tributarias, 22000 aC a 1519 dC. México, Universidad Nacional Autónoma de México-Océano, 2006, p. 149

sábado, 26 de enero de 2019

Túpac Yupanqui: "El inca navegante"

Alrededor de 1465, antes de que Cristóbal Colón llegara a América (1492), el entonces ‘hatun auqui’ (príncipe conquistador) Túpac Yupanqui –quien luego se convertiría en el décimo gobernante de la civilización inca– emprendía una expedición a las actuales islas de la Polinesia –una de las sub regiones de Oceanía–. La misión prometía oro, así como encontrar nuevas especies de animales y plantas que podrían resultar útiles para el imperio. Tenía tan solo 25 años.

“Él [Túpac Yupanqui] era un hombre que no había tenido nada que ver con el mar hasta que lo conoció cuando conquistó el golfo de Guayaquil [Ecuador], y descubrió las balsas. [...] Y siguiendo además las corrientes y los vientos, entendió que estas podían llegar a cualquier parte”, le dijo hace unos años a El Comercio el fallecido historiador José Antonio del Busto, autor del libro “Túpac Yupanqui. Descubridor de Oceanía” –que reúne 30 pruebas que confirmarían la veracidad de esta teoría–.
En el libro “Túpac Yupanqui. Descubridor de Oceanía", el fallecido historiador José Antonio del Busto reunió 30 pruebas que confirmarían esta teoría.

—El explorador—

Túpac Yupanqui –aseguraba Del Busto– conquistó más que Alejandro Magno. Y luego de obtener el control de la isla Puná (Ecuador), a la que llegó en balsa, recibió noticias de la existencia de dos islas lejanas que albergaban una gran variedad de recursos: Auachumbi y Ninachumbi. Los cronistas Pedro Sarmiento de Gamboa, Martín de Murúa y Miguel Cabello de Balboa –que vivieron en el virreinato del Perú en el siglo XVI– coinciden con este relato.

Con 120 embarcaciones y 2.000 hombres, el joven príncipe –de acuerdo con la teoría que rescata Del Busto– inició su aventura a estas dos islas, que se tratarían de Mangareva y Rapa Nui (Isla de Pascua). También llegaría a Nuku Hiva, en el archipiélago de Las Marquesas.

¿Pero cuáles son los indicios que apoyan esta propuesta? 
En primer lugar, las crónicas indican que tras su viaje, el príncipe inca no solo trajo consigo oro, plata, esmeraldas y animales raros, sino también esclavos negros.

Al no haber registro de exploraciones de Túpac Yupanqui a África, Del Busto aseguraba que se trataba de esclavos de Melanesia –otra subregión de Oceanía– que se encontraban en las islas mencionadas. Asimismo, en Nuku Hiva se hallaron quipus –herramienta para llevar la contabilidad–, conocidos en aquel lugar como quipona.

—El rey Tupa—

Para Joseph Dager, profesor de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y estudiante de Del Busto, entre los varios indicios que recogió su profesor acerca de la presencia inca en Oceanía, hay dos que predominan. El primero es la leyenda del rey Tupa, que hasta la fecha se mantiene en la isla de Mangareva. El relato habla de la llegada de este personaje en una flota de pae pae, balsa a vela con doble mástil, y que deslumbró a los nativos con la cerámica, pues era un mundo precerámico; los metales, porque los lugareños estaban en la edad de la piedra, y la textilería. Cabe resaltar que en dicho lugar existe la danza del rey Tupa.

El segundo indicio importante está en Rapa Nui, que alberga una construcción con características incaicas llamada Vinapú.
“Es una construcción en la que ponen piedra sobre piedra, y entre estas no puede entrar ni un clavo. Esta técnica se ve en las ciudades incaicas del Cusco”, señala Dager.
En este lugar, del mismo modo que en Mangareva, existe un personaje legendario bautizado como Mahuna-te Ra’á, que se traduce como “hijo del Sol”. Para Del busto era una referencia del príncipe inca. Se apoyaba también en la existencia de palabras quechuas en Rapa Nui. Por ejemplo, el tocado que tienen en la cabeza los famosos monolitos de la isla se llaman puka, que en quechua significa rojo. Hay también indicios de viajes entre Moquegua y Pascua.

—La misión a Australia que salió del Callao—

Entre las primeras exploraciones occidentales registradas a Australia, hay una que salió del puerto del Callao en 1605. La misión fue comandada por Luis Vaz de Torres, navegante hispano portugués. Atravesó el estrecho entre Australia y Nueva Guinea, que ahora lleva su nombre.
En el San Pedrico, una embarcación de 40 toneladas, recorrió por tres meses las costas australianas. Durante más de 2 meses, los españoles navegaron a lo largo de la costa de Nueva Guinea, que reclamaron para Felipe III, lucharon con los nativos y capturaron algunos. El 22 de mayo de 1607, Torres llegó a Manila, capital de Filipinas, donde desapareció de la historia, según el diccionario australiano de biografía.

Fuente: https://elcomercio.pe


José Antonio del Busto: Tupac Yupanqui, descubridor de Oceanía