Fray Martín de Murúa fue un religioso mercedario que vivió entre 1566 y 1615. Fue el autor de dos manuscritos ilustrados que soñó con publicar algún día, anhelo que no pudo concretar, pues falleció antes de que el rey de España le diera la autorización. En realidad, se tuvo que esperar hasta inicios del siglo XX para que su singular y extraordinaria obra empezara a ser conocida por los investigadores y el público en general. La azarosa historia es la siguiente: en 1911 salió a la luz un primer manuscrito de Murúa que, lamentablemente, se publicó de manera incompleta bajo el título de Orígenes de los incas, por el sacerdote Manuel González de la Rosa. Aunque se trataba de un documento muy valioso, tenía más visos de borrador que de obra definitiva.
Lo más grave fue que los errores que se cometieron en esta primera edición siguieron repitiéndose en publicaciones posteriores. Por eso habría que esperar hasta 1946 para que un jesuita acucioso por fin pudiera producir una edición más fidedigna. Este religioso sabía que en el convento de Loyola se conservaba una copia de la obra de Murúa, con el título de Origen y genealogía real de los reyes incas del Perú, realizada posiblemente por un fraile de su misma orden a instancias del célebre historiador Marcos Jiménez de la Espada. Este religioso, llamado Constantino Bayle, hasta entonces el más notable conocedor de la obra del mercedario, se vio recompensado con una magnífica edición preparada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas del Instituto Santo Toribio de Mogrovejo. Pero había más.
COPIAS, HALLAZGOS Y DUDAS
Con estas ediciones —la de 1911 y sobre todo la última de Bayle— la figura de Murúa se popularizó entre los estudiosos del periodo prehispánico, pero la cúspide la alcanzó cuando, en 1962 y 1964, el historiador español Manuel Ballesteros Gaibrois publicó en dos volúmenes una edición numerada de un gran descubrimiento que había dado a conocer en Lima, en el Congreso de Peruanistas de 1950. Se trataba de un manuscrito desconocido de Murúa que, además de superar al anterior en tamaño, incluía alrededor de 37 láminas a color que —desafortunadamente— fueron publicadas en blanco y negro por Ballesteros.
El título del novedoso manuscrito era Historia general del Perú, y se pudo determinar que era la obra final de Murúa, no solo por sus dimensiones, la depuración de la estructura y el texto, sino también por el gran número de recomendaciones que recaba entre 1612 y 1615. Estas concluían con la autorización de publicación del rey de España, que databa de 1616. Lamentablemente, un año después de la muerte del religioso mercedario.
Entonces, muchas dudas se tejieron sobre la naturaleza de ambos documentos. Murúa había concretado parte de su sueño, pero reinaba mucha confusión sobre la originalidad de los manuscritos. Algunos creían que la copia del convento de Loyola era una versión mal hecha de la difundida por Ballesteros. Para este último, sin embargo, la única versión original era la que él había publicado, la cual había estado en poder del duque de Wellington.
Por eso a este documento se le pasó a llamar manuscrito Wellington.
EL MANUSCRITO GALVIN
Actualmente, todas estas dudas se han disipado gracias al hallazgo del manuscrito que sirvió de base a la copia hecha en el convento de Loyola por Constantino Bayle. No me voy a extender en este acontecimiento, pues lo he explicado al detalle en numerosas oportunidades, muy en particular en mi artículo “Tras la huella de Murúa”. Solo me limitaré a señalar que luego de 36 años, descubrí que este documento inicial se hallaba en Irlanda, en manos de un coleccionista, cuyo hijo llamado Sean Galvin, luego de algunos contactos previos, tuvo la gentileza de facilitarme.
Pero aquí no terminó su generosidad. Galvin, después de permitir que lo fotografiara y filmara al detalle, siguió mis consejos y lo envió a la casa Sotheby para su restauración. Asimismo, me obsequió una copia de las fotos que los técnicos habían tomado antes de realizar su tarea.
Luego, en 2004, Galvin dio las facilidades para que la editorial Testimonio hiciera una edición facsimilar numerada; y, finalmente, en 2008, valiéndonos del concurso del historiador del arte Tom Cummins y de Barbara Anderson, funcionaria del Centro Getty, prestó el documento por un año a esta institución, para que fuera analizado minuciosamente.
De esta manera, se convocó a un grupo de estudiosos, quienes examinaron el manuscrito desde distintos ángulos. Para honrar su desprendimiento, hemos querido llamar a este documento inicial de Murúa, fechado en 1590, como manuscrito Galvin.
—La presencia de Guamán Poma—
La magnanimidad de este último gesto de Galvin permitió que, después de cuatro siglos, este manuscrito se uniera al hallado por Ballesteros, aquel que alcanzó la autorización del rey de España en 1616, pues no hacía mucho que este documento había sido adquirido por Getty. A partir de entonces, dejó de llamarse manuscrito Wellington y se adoptó el nombre de manuscrito Getty.
Gracias a este reencuentro, los investigadores por primera vez tuvieron a su alcance los dos manuscritos de Murúa —el Galvin y el Getty—, y a partir de sus sesudas observaciones se publicaron dos libros que daban cuenta del contenido de ambos documentos desde distintos ángulos.
Además, esto permitió ahondar en lo que ya otros estudiosos habían reparado: el estrecho vínculo que había existido entre el mercedario Martín de Murúa y el cronista indígena Felipe Guamán Poma de Ayala, quien había dibujado alrededor del 80 por ciento de las ilustraciones del manuscrito Galvin, y cuatro del manuscrito Getty.
Guamán Poma sería después autor de otro manuscrito —todavía más voluminoso que los del mercedario— con cerca de 400 ilustraciones en blanco y negro. Lo fabuloso es que muchas de estas, correspondientes al periodo inca, a inicios de la Colonia, y a las ciudades coloniales, guardan gran parecido con las de los manuscritos de Murúa. Tantas son las similitudes que en unos textos, que habían quedado ocultos en ambos manuscritos al superponerse páginas con dibujos, salieron a la luz unas cartas —casi idénticas— a las que Guamán Poma en su Primer nueva corónica y buen gobierno atribuye a su padre y a sí mismo.
Hoy parte de los artículos que vieron la luz en dichas publicaciones en inglés, como los de Tom Cummins, Nancy Turner, Karen Trentelman, Elena Phipps y mi persona han sido traducidos y aparecen en el volumen Vida y obra. Fray Martín de Murua, con la excepción de un iluminador estudio del historiador vasco Borja de Aguinagalde, que ofrece detalles inéditos sobre la vida del sacerdote mercedario. Pero, obviamente, lo más deslumbrante de este nuevo libro, que será presentado este 5 de diciembre, es la belleza de los 113 dibujos a color del manuscrito Galvin y los 37 del manuscrito Getty.
Para Tom Cummins y para mí ha sido motivo de gran satisfacción colaborar en la bella edición que publica Apus, bajo la excelente dirección de Anel Pancorvo y el desprendido apoyo de Ernst y Young a través de Paulo Pantigoso, su presidente en el Perú. Todo esto constituye un gran homenaje a un sacerdote mercedario que, además de sus propios méritos, supo encontrar en Felipe Guamán Poma de Ayala a un gran colaborador, particularmente en su manuscrito inicial.
De esta manera, creemos haber contribuido a completar, cuatro siglos después, el sueño de Murúa.
Juan Ossio
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