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domingo, 21 de febrero de 2016

Bolívar y San Martín diseñaron un país sobre las bases de la marginación del indígena

Mark Thurner, historiador americano, investigó los orígenes del Perú bicentenario. Bolívar y San Martín en su visión republicana excluyeron y subestimaron al indio en la formación de un país que sigue discriminándolos.
El sujeto nombrado “indígena” entra en el escenario peruano con los Borbones. Se trata de un esfuerzo por desplazar al sujeto “indio” de las Leyes Indias de los Austrias, por medio de un proyecto fiscal afrancesado y modernizante, que busca redefinirlo como contribuyente y ya no como tributario. Entre las décadas del 1790-1810, tanto “indios” como “indígenas”, aparecen en los registros oficiales. A partir de las Cortes de Cádiz, “La Nación Yndica” es abolida, y todo “indio” o “indígena” es ahora un “español”. Sin embargo, los documentos de la época sugieren que la mayoría de los indios en el Perú habrían preferido ser nombrados –por el Estado- “indios tributarios”, para así mantener acceso a sus tierras y otros privilegios. En 1821, San Martín declara que los “indios o naturales” serían nombrados “peruanos”. Luego, Bolívar reintroduce el nombre borbónico de “indígena” –sobre todo por razones fiscales y políticos-, para así desplazar al “peruano”, declarado por San Martín. Esto se debe a que Bolívar considera a los indios como seres infantilizados, incapaces de gobernarse a sí mismos. Según él, los indios requieren de una legislación tutelar de protección como “indígenas”. Para Bolívar, el “indio” es el buen salvaje venido a menos. En resumen, “indígena” es una noción colonialista afrancesado, luego bolivariana y, finalmente, naturalista o indigenista.



El predicamento postcolonial criollo
Las repúblicas iberoamericanas no fueron un derivado político de las luchas de una clase media contra las clases dominante aristocrática. En lugar de ello, fueron estados creados desde arriba por las elites terratenientes coloniales que buscaron liberarse de una metrópoli decadente, cuyos representantes seguían monopolizando los privilegios políticos y económicos en las colonias. Pero las descontentas elites criollas fueron al mismo tiempo acicateadas hacia la independencia “por el temor a las movilizaciones de la ‘clase baja’, a saber, los levantamientos de los indios o los esclavos negros”. En suma, “la contradicción perenne de la posición (criolla) era estar siempre cogido entre la autoridad intrusa de la metrópoli europea y el descontento explosivo de las masas nativas”.

Las fisuras de la nación criolla
Para Bolívar y su republicanismo bonapartista con el que él traficaba, “América no tenía ninguna historia útil”, ya fuera europea o india, colonial o precolonial. Sucedía que ella estaba de un lado “separada tanto cultural como geográficamente de Europa”, y “habitada por pueblos cuya herencia cultural había sido obliterada por la conquista” del otro.
Para Bolívar, “ningún indio podía ser el portador de un pasado significativo o el dirigente espiritual de un futuro republicano, no importa cuán ficticio”. Bolívar en general pensaba en lo indios, cuando lo hacía, como una masa esencialmente dócil y no politizable que “sólo desea el descanso y la soledad”. Bolívar parece haber visto lo que quedaba de la nobleza india del Perú con un desprecio similar. Ella había sido cómplice del “despótico” dominio hispano.

El predicamento andino postcolonial
¿Pero cómo podría lo “peruano” ser leído por la mayoría “india”? El análisis del discurso político-legal revela traducciones subalternas no anticipadas del discurso nacionalista criollo. En Huaylas, “ex-indios” o “peruanos” interpretarían el proyecto nacional republicano en formas que San Martín y la elite criolla peruana no se habrían imaginado.
El proyecto criollo de construcción ciudadana que rebautizó a los “indios” como “peruanos”, lógicamente implicaba en teoría la negación o el desplazamiento de los distintos “derechos” o “privilegios” virreinales y el estatus derivado de la pertenencia a la república de indios, en favor del modelo civil unitario de la nacionalidad liberal en la República Peruana.

Entre la nacionalidad dual colonial y la unitaria postcolonial
En su decreto más célebre, San Martín declaró que todos los “indios” o “naturales” serían conocidos en adelante como “peruanos”. Pero al menos en la Huaylas postcolonial, su proclama parece haber sido tomada más literalmente y de forma más excluyente de lo que el Libertador había esperado. Allí, “peruanos” fue originalmente aplicado a los comuneros indios y no a la ciudadanía en general.

Tomado del libro: Republicanos Andinos 
Mark Thurner 
historiador americano.

sábado, 13 de febrero de 2016

Lima: "La batalla de los cinco presidentes"

La crónica olvidada. Un capítulo en la historia de nuestra capital a propósito de su 480 aniversario.
Si estuviéramos en Hollywood y su maquinaria de ensalzar la historia estadounidense, posiblemente habrían decenas de películas y todos estarían hablando en los medios sobre “La batalla de los cinco presidentes”. En los colegios, los estudiantes aprenderían a profundidad cómo un puñado de vecinos peleó de espaldas a sus casas con un ejército profesional que los triplicaba en número.
Pocos saben que entre el 13 y 15 de enero, de hace exactamente 129 años, el monitor Huáscar bombardeó el Morro Solar, Barranco, Chorrillos y trabó combate con la batería Alfonso Ugarte, instalada a la altura de donde hoy se ubica Larcomar. Porque muchos datos se desconocen de la mayor batalla librada en la capital del Perú, de cuyas trincheras surgieron cinco hombres que alcanzaron la Presidencia de la República.

HUELLAS DE LA GUERRA. 
Y aunque, efectivamente, suene a película hollywoodense, esos días en las arenas de San Juan y en las trincheras de Miraflores pelearon cuatro peruanos que en los siguientes años se convertirían en mandatarios. Nicolás de Piérola era a la sazón el actual gobernante, tras derrocar en pleno conflicto al Mariano Ignacio Prado, convirtiéndose en dictador.
Los otros tres, oficiales del Ejército, se batieron de cara al invasor. Miguel Iglesias combatió en San Juan defendiendo el cerro Santa Teresa y Marcavilca. El cajamarquino era jefe del I Cuerpo del Ejército, y ese 13 de enero de 1881 peleó desde las cinco de la mañana en toda la zona ubicada donde hoy se encuentran la estación Atocongo y el cementerio de la Policía Nacional. Pasado el mediodía, rebasadas sus líneas, retrocedió con el resto de sus hombres hacia el Morro Solar.
La defensa allí fue tan cerrada que muchas fuentes chilenas tratan lo de Chorrillos como una batalla aparte, independiente de lo acontecido en San Juan. De sus 5 mil 200 hombres quedaba menos de la tercera parte a esas alturas del combate. Las calles de Surco llevan hoy los nombres de algunos de los batallones que pelearon bajo su mando, como Batallón Tarma, Batallón Cajamarca, Batallón Callao y Libres de Trujillo, este último resaltado hace algunos meses en las noticias por ser donde Rodolfo Orellana tenía su vivienda. En el Morro aún se puede ver la placa de bronce en el punto donde se instaló el obús Rodman de 500 libras manejado por el teniente chotano David León. El reducto sostuvo el asalto de los batallones Melipilla y Coquimbo, a la vez que era castigado por la escuadra chilena, que incluía el monitor Huáscar, ya reparado luego de ser capturado en Angamos. En la cima muere en combate el mayor Alejandro Iglesias, quien no vería a su padre convertirse en el presidente posocupación chilena del Perú.


SAQUEO Y DESTRUCCIÓN. 
En ese mismo combate fue también tomado prisionero Guillermo Billinghurst, al momento jefe del Estado Mayor del Ejército del Norte. Según refiere en su obra Jorge Basadre, Iglesias, Billinghurst y otros altos oficiales fueron alineados frente a una tapia para ser fusilados. En ese momento, el oficial reveló la alta graduación de los allí presentes, por lo que el sargento que comandaba el pelotón de ejecución entendió que valían más vivos que con una bala en el pecho. No todos tuvieron la misma suerte. Durante la tarde y noche las tropas chilenas, sordas al llamado de sus jefes, incendiaron los balnearios de Chorrillos y Barranco en busca de botín. Quintas y rancherías de la aristocracia limeña y de ricos comerciantes extranjeros fueron saqueadas y destruidas, mientras que sus ocupantes fueron asesinados y vejados.
El 14 por la mañana, mientras los saqueadores dormían la resaca de la orgía, 13 bomberos italianos fueron detenidos por la soldadesca, que acusándolos de ser soldados mercenarios, los fusiló en el parque San Pedro. Todos eran miembros de la bomba Garibaldi que hasta hoy funciona en Chorrillos. Uno de ellos, Luca Chiape, tenía solo 17 años al momento de su inmolación.
Otro joven estaba a punto también de pasar a la historia con su sacrificio. Con el ejército de línea arrasado el 13 en San Juan y Chorrillos, en los reductos o trincheras de Miraflores quedaba la milicia ciudadana. Vecinos armados que se combinaron con los restos de las tropas regulares. Entre estos vecinos estaban los alumnos del Colegio Guadalupe, cuyos maestros muchas veces fungían de sus oficiales. Es en honor a ellos que se levanta en el óvalo de Higuereta el monumento a Los Cabitos, como se les llamó a estos estudiantes.
Uno de ellos era Manuel Bonilla -el estadio de Miraflores se bautizó en su nombre- de 15 años de edad. Testigos del hecho relatan que mientras asistía llevando municiones a los combatientes al pie del Reducto N° 3, en las cercanías de lo que es hoy la Base Aérea de Las Palmas, el coronel Narciso de La Colina subió al parapeto a alentar a sus tropas, muriendo instantáneamente. Bonilla vio esto y corrió a recoger su fusil y continuar haciendo fuego sobre el enemigo, pero la explosión de una granada lo mató.
Posiblemente el estallido se haya escuchado hasta el Reducto N° 1. Allí, enrolado en el batallón N° 2, compuesto por vecinos comerciantes de la ciudad, se encontraba Augusto B. Leguía, quien combatió toda la tarde como sargento de una compañía de civiles voluntarios. Sobrevivió para ser presidente en dos oportunidades, la última conocida como el Oncenio de Leguía, entre 1919 y 1930.


EL “BRUJO” CÁCERES. 
Pero también quedaban algunos militares de carrera al mando de los últimos restos del ejército regular. Entre los espacios dejados entre las fortificaciones de los reductos, los sobrevivientes de San Juan defendían el paso hacia Lima. En el espacio de los Reductos 1 y 2 se encontraba el coronel Andrés A. Cáceres, que dirigía -entre otros- a los batallones Zepita y Ayacucho con sus característicos uniformes blancos y cuellos celestes.
La tradición refiere que al mando de estas tropas, Cáceres cargó a la bayoneta logrando capturar cuatro cañones de campaña a su adversario. Durante el enfrentamiento, un disparo lo hiere en la pierna por lo que debe ser evacuado del campo de batalla. Tras pasar oculto cuatro meses en un convento hasta sanar sus heridas, tomó el camino de Chosica para iniciar la campaña de la Breña en la sierra. Cáceres vencería hasta en cinco ocasiones a las tropas expedicionarias que se enviaron a destruirlo durante más de un año. Su pericia no solo le otorgó el título de “Brujo de los Andes”, sino que la fama de jamás haberse rendido ante el enemigo allanó el camino para convertirse también en presidente de la República entre 1886 y 1890.
Cinco hombres que sin proponérselo, acaso combatiendo uno al lado de otro -salvo el caso de Piérola- en San Juan, Chorrillos, Barranco y Miraflores, ocuparon el más alto cargo de la Nación. Una historia que increíblemente casi nadie recuerda.



jueves, 4 de febrero de 2016

Andrés Avelino Cáceres, "El mariscal que nunca se rindió"

El material recopila la biografía del héroe ayacuchano y los aspectos poco conocidos del militar. El Ministerio de Defensa y Telefónica publican libro sobre “El brujo de los Andes”.

....Cuando el coronel Cáceres cargó la bayoneta en las pampas frente al Reducto N° 1, la batalla de Miraflores tenía más de una hora de haberse iniciado. Mientras estaba al frente del batallón Jauja, un disparo le fracturó el fémur, pero el bravo ayacuchano no se inmutó. Tras el primer choque rehizo a sus tropas, volvió a salir de las trincheras nacionales y atravesó la tierra de nadie. El Paucarpata y el Concepción chocaron aceros en lucha cuerpo a cuerpo con los chilenos de la III División que comandaba Pedro Lagos. El sol en ese momento marcaba las tres de la tarde.
Las balas sureñas de una onza de plomo buscaban el pecho del jefe peruano. Una de ellas finalmente se estrelló contra su catalejo, mientras el héroe lo tenía pegado al rostro. Sus ayudantes lo creían muerto, pero hacía falta más de un disparo para acabar con el caudillo.
Los ciudadanos-soldados, las milicias urbanas que se unieron al ejército regular para enfrentar al enemigo a las puertas de Lima, veían la magnitud del sacrificio y ellos mismos se lanzaron a lo más duro de la batalla. Los hombres de ese reducto, agrupados en el batallón N° 2 eran comerciantes y oficinistas de la ciudad, migrantes italianos y estudiantes del colegio Guadalupe. Bajo el comando del coronel Cáceres lograron la hazaña de apoderarse de cuatro cañones Krupp. Pero no fue suficiente.


“Por fin los reductos fueron tomados a punta de bayoneta. Estaban colmados de cadáveres, de cuerpos muertos de infelices adolescentes, en su mayoría empleados de comercio, de hombres distinguidos y de estudiantes”, refiere un texto de Clemente Markham en el libro “Cáceres”, editado por la Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú- sobre los últimos instantes de la batalla.

RECOPILATORIO. 
Para los amantes de la historia militar en particular, y la historia del Perú en general, la publicación es un recopilatorio de toda la biografía de quien fuera, después de la Guerra del Pacífico, presidente de la República.
“Después de la campaña militar se ha iniciado otra lucha más difícil y penosa, la lucha por superar las consecuencias del desastre”, recoge el libro las palabras de Cáceres Dorregaray el 30 de octubre de 1887, cuando empezaba la etapa de la Reconstrucción Nacional.
El libro, hecho en colaboración con el Ministerio de Defensa y la Fundación Telefónica, reconstruye aspectos poco conocidos del líder militar, en una edición que recopila además numerosas fotografías de la época del conflicto, combinadas con ilustraciones y cuadros que sitúan al lector en el momento exacto de la historia en la que el héroe tuvo participación activa.

BRUJO. 
Una mención aparte merece la sección dedicada a la Campaña de la Breña, en la que el coronel Cáceres ganó el apelativo de “El Brujo de los Andes”, derrotando a las fuerzas expedicionarias que lo buscaban en sucesivas batallas consecutivas con apenas horas de diferencia en Marcavalle, Pucará y Concepción. Finalmente, la gesta se cierra con la batalla de Huamachuco, donde toda resistencia finaliza.
El libro explora los parajes, pueblos y caseríos por los que Cáceres y sus tropas se movieron poniendo contra la pared a las fuerzas de ocupación, y proporciona datos poco conocidos de cada zona, e incluso fotografías rescatadas de archivos personales.
Estos mismos archivos sirven también como fuente para seguir la carrera política del soldado. En su primer gobierno (1886-1890), Cáceres formó el Partido Constitucional como parte de una época que conocemos como el Segundo Militarismo. La historia no es ajena tampoco a la Guerra Civil que enfrentó a Cáceres con Nicolás de Piérola, quien durante la Guerra del Pacífico fuera jerárquicamente jefe directo del militar.

EL MARISCAL ANDRÉS AVELINO CÁCERES
EL DATO
El grado de mariscal le fue entregado por el presidente Augusto B. Leguía. Existe un mosaico en la Sociedad de Fundadores de la Independencia que refleja ese momento. El local de la Sociedad era en realidad la casa que Leguía le iba a obsequiar a Cáceres en reconocimiento a sus servicios prestados, pero este falleció antes de que estuviera terminada.

FUENTE: Libro sobre “El brujo de los Andes”.
Publicado por el Ministerio de Defensa y Telefónica.

martes, 2 de febrero de 2016

INÉS HUAYLAS YUPANQUI, "Símbolo de la mujer conquistada"

¿QUIÉN Y DE DÓNDE FUE?
Fue una princesa inca, de la más alta nobleza del Tahuantinsuyo. Su padre fue Huayna Cápac y su madre la coya Hanan Collque, hija de Huacachillac, el mayor señor del guamani Huaylas. Nació en un lugar denominado Tocash (Callejón de Huaylas).Hermana de Atahualpa, de estirpe señorial. Conquistó a dos españoles y se hizo respetar por los chapetones.
“Los Huacachillacs de Huaylas –dice el historiador R. Cúneo-Vidal- representaban por entonces la más alta nobleza peruana allegada al trono”.
En la “Genealogía de don Melchor Carlos Inga” hallada en el Archivo Nacional de Madrid, se dice: “Consta de declaraciones como Huayna Cápac tuvo por mujer legítima, según ley, a Hanan Collque, hija de Hacachillac, el mayor señor de la provincia de Huaylas, el cual, por ser señor principal, bien pudo casar a su hija con el dicho Emperador. La dicha Hanan Collque, mujer de Huayna Cápac, andaba en andas y con quitasol, y se llamaba coya, que era nombre de reina y se daba a las mujeres legítimas de los incas”.

Recreación de Inés Huaylas Yupanqui
Lo que pasó fue que en las últimas décadas del siglo XIV, llegó a ese lugar, en su viaje para conquistar a los “huaras”, “piscobambas” y “conchucos”, Túpac Inca Yupanqui, quien cumplió su cometido, aunque con gran esfuerzo y con una formidable tropa que contaba con miles de soldados, debido a la feroz resistencia que pusieron los habitantes del lado oriental de la Cordillera Blanca. Entre los trofeos que llevó al Cusco se encontraba la hija de uno de los curacas. Más tarde, con esa ñusta tuvo Huayna Cápac a una de sus hijas.
En el año 1532 llegaron los hombres de Occidente. Pizarro y su escaso ejército poseían armas de fuego, caballos, armaduras, espadas y perros amaestrados para cazar hombres. Eran guerreros recientemente fogueados en la lucha y expulsión de los árabes, de la conquista de Nueva España, además, firmes creyentes de que eran los elegidos de Dios.
Ayudados por indios huascaristas conquistaron un grandioso imperio apresando a Atahualpa Inca Yupanqui. La joven ñusta, que pertenecía a la corte del inca prisionero, fue bautizada a los 17 años, recibiendo el nombre de Inés Huaylas Yupanqui.

EL MARQUÉS ENCONTRÓ UNA PRINCESA
Pizarro se enamoró de ella y la escogió como su pareja, llegando a tener con ella dos hijos: Francisca Pizarro Yupanqui y Gonzalo Pizarro Yupanqui. El rey Carlos V, por cédula de Monzón del 12 de octubre de 1537, ordenó que se les tuviese por legítimos. Los descendientes directos de estos llegaron hasta la quinta generación. Doña Luisa Vicenta Pizarro y Fernández-Somoza, los últimos herederos de Pizarro y Huaylas, murieron en el año 1756.
Don Francisco Pizarro tuvo otro hijo más: Francisco Pizarro Yupanqui, tenido con otra ñusta, doña Angelina Yupanqui, hermana de doña Inés y de Huáscar. De él dice el Inca Garcilaso de la Vega, en sus “Comentarios Reales de los Incas”, que fue “grande amigo y émulo mío, porque, de ocho o nueve años que éramos, nos hacía correr y saltar su tío Gonzalo Pizarro”.

LOS CONQUISTADORES EN ÁNCASH
Laguna de Llanganuco, en el Callejón
de Huaylas, zona de la cual era doña Inés.
Francisco Pizarro, luego de la captura y muerte del último emperador Inca en Caxamarca (actual Cajamarca), en su viaje al Cusco, ingresó a la región Áncash, por la zona de Pallasca. El 23 de agosto de 1533, cruzó el río Tablachaca con su comitiva integrada por el padre Valverde, de doña Inés de Huaylas Yupanqui, Diego de Almagro, el nuevo Inca Inti Cussi Túpac Huallpa Yupanqui, el general Chalcochima,
como prisionero, el secretario del conquistador Pedro Sancho de la Hoz, 400 hombres, miles de indios auxiliares, negros, moriscos y sus perros. Una larga columna de cargueros indígenas, les seguía con el oro, la plata y los abastecimientos. El fértil valle de los Huaylas por su estratégica ubicación geográfica, resultaría paso obligado de los conquistadores.
Y es así que sin confirmarse el dato, el 20 de enero de 1572, día domingo, se fundaría el pueblo de Huaraz bajo la advocación de San Sebastián, por el capitán Alonso de Santoyo y Valverde.
Huaraz asume en esa fecha la sede del Corregimiento de Huaylas hasta 1784. Entre esa fecha y 1821, es capital del partido o subdelegación de Huaylas. El 12 de febrero de 1821, por disposición del Reglamento provisorio de Huaura, con la firma del general José de San Martín, en plena guerra de Independencia, se convierte en capital del departamento de Huaylas.

EL FUTURO DE DOÑA INÉS
Después de su viaje al Cusco, Pizarro busca en la costa andina un lugar seguro para fundar la capital de su gobernación. Funda la Ciudad de los Reyes el 18 de enero de 1535 y le da la categoría de ciudad-capital.
El vínculo con Inés Huaylas facilitó a Pizarro en el Cusco el apoyo de Manco Inca, hermano de la ñusta, contra los intentos de resistencia de los generales quiteños. No sabemos cómo reaccionó ella ante las profanaciones y el saqueo de los lugares sagrados incas. Algunas versiones aseguran que Inés colaboró con la rebelión de Manco Inca en 1536. Incluso se asegura que Inés facilitó al inca la fuga del Cusco, fuga que permitió a Manco Inca reunir un ejército y poner sitio a la ciudad. En todo caso, el vínculo con el jefe de la conquista se mantuvo inalterable hasta el año 1538.

¿POR QUÉ SE ROMPIÓ LA UNIÓN PIZARRO-YUPANQUI?
Entonces, súbitamente, se deshizo el matrimonio, a la usanza inca, e Inés contrajo prontas nupcias en Lima, ante los altares, con otro conquistador, Francisco de Ampuero, uno de los que había estado presente en la captura de Atahualpa Inca Yupanqui. Subsistió durante muchos años la versión que el propio Pizarro los instó a casarse, espada en mano, “tras haberlos sorprendido como amantes”. Pizarro murió en el año 1542, como sabemos, asesinado por los almagristas. “… no incluyó en su testamento ni a Inés ni a sus hijos, aunque éstos luego recibirían mercedes por su condición. Los hijos fueron enviados a España por Ampuero bajo la protección del rey. Francisco de Ampuero llegó a ser alcalde mayor de Lima y dio a su esposa india fortuna y buen nombre. Francisco de Ampuero tuvo con ella tres hijos y al morir dejó a su esposa sus bienes. Inés Huaylas sobrevivió a su viudez muchos años y murió en Lima en buena estima y con nutrida descendencia.
Cuenta José Antonio del Busto que la ilustre huaylina fue conocida como ‘la madre de los Ampueros’, por los ‘muchos y poderosos’ criollos limeños de ese nombre que heredaron su sangre” (“Áncash”, La República, 2003).

LA DESCENDENCIA DE LOS OTROS PIZARRO
Hernando Pizarro no tuvo hijos. Juan tuvo una hija, a quien llamó Francisca Pizarro, quien casó años después con el español Garcilópez Gonzáles, con quien tuvo dos hijas. Gonzalo tuvo tres hijos, dos de los cuales murieron en la infancia y solamente sobrevivió Inés, una hija tenida con una ñusta del ayllu Iunquill Túpac Yupanqui, de la corte de Inti Cussi Túpac Huallpa Yupanqui. En resumen, los 4 Pizarro solo tuvieron 7 hijos americanos.

¿CÓMO SE SENTIRÍAN LAS MUJERES DE LOS PIZARRO?
Duro predicamento debe haber sido sido para las esposas, concubinas o amantes de los conquistadores el estar al lado de ellos, responder pasivamente a las caricias de hombres en quienes veían al destructor de sus hermanos y demás parientes, así como al expoliador de su nación.

Lima, 6 de marzo de 2009. 
Julio R. Villanueva Sotomayor