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miércoles, 24 de febrero de 2021

Traiciones y dictadura del auténtico Simón Bolívar: el millonario «español» que se hizo revolucionario

La historia recuerda a Simón Bolívar como el gran libertador de Sudamérica y el hombre que soñó con una confederación democrática de estados libres al estilo de EE.UU. Se cuidan los que han levantado esta pulida y mitificada versión de Bolívar, hoy reverenciado por cierta izquierda americana, en omitir el giro despótico que invadió al criollo en varios periodos de su vida. Aparte de su mala opinión de los indígenas, «seres incapaces de una concepción política»; o de su hostilidad hacia Perú, que veía como una amenaza a su Gran Colombia.

Nacido en el seno de una familia de ascendencia española de Caracas, Bolívar ingresó muy joven en el Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, donde su padre ejercía sus funciones de oficial y tenía un gran hacienda. En 1799, realizó un viaje a Europa para perfeccionar su formación militar, si bien fue entonces cuando germinó en su interior las ideas independentistas contra la «Madre Patria». Ya en la rebelión iniciada por Francisco de Miranda, en plena Guerra de Independencia española, cobró Bolívar un importante protagonismo como el hombre que convenció al exiliado en Londres de regresar a América.

Retrato de Simón Bolívar, por José Gil de Castro
Caído el prestigio de Miranda, el criollo le traicionó en última instancia para salir con vida de este primer intento de independencia. Bolívar hizo prisionero a Miranda y lo entregó al Ejército español a cambio de un salvoconducto para regresar a Caracas, si bien finalmente se dirigió a Cartagena de Indias con la intención de encender una nueva rebelión.

Una guerra civil entre españoles
Lo que vino a llamarse la «Campaña Admirable» dio luz a la Segunda República, un régimen totalmente personalista del criollo, que trasladó la guerra a un nuevo nivel de violencia y confrontación social. Lejos del relato clásico de la lucha de los americanos por conseguir su independencia respecto a los españoles, las sucesivas guerras de emancipación que se vivieron en los territorios del Imperio español fueron, en esencia, una guerra civil entre españoles, esto es, españoles de América contra españoles de Europa.

Los procesos corrieron a cargo de criollos dueños de grandes plantaciones e intelectuales enriquecidos, que recibieron el apoyo indirecto de EE.UU. e Inglaterra, empezando con el comercio de armas y barcos de guerra a los insurgentes. Sin ir más lejos, la familia de Bolívar era dueña de extensas plantaciones de cacao, con indios de encomienda y esclavos negros. La población mestiza e indígena combatió de forma indiferente en ambos bandos y no mejoró, sino todo lo contrario, su situación una vez se marcharon los europeos.

Tras sucesivas derrotas a manos del Ejército español, la Segunda República de Bolívar se deshilachó a la misma velocidad que se había creado. Cuando en 1814 Fernando VII regresó al poder, pudo organizar una expedición de 10.500 soldados desde España y restablecer el poder real en todos los territorios. Poco después, Bolívar renunció a su mando y, en mayo de 1815, se exilió a Jamaica, en manos británicas. Un periodo de reflexión en el que el criollo español abandonó su proyecto de independencia regional y se abonó a uno continental. Revestido de democracia a toda costa, Bolívar postulaba un sistema político propio de los caudillos latinos, con un presidente vitalicio y una cámara de senadores hereditarios integrada por los generales de la independencia…

En 1819, logró la independencia de Nueva Granada y el nacimiento de la Gran Colombia, de la cual se convirtió en dirigente. Sin tiempo que perder, impulsó una ley de expulsión de los españoles el 18 de septiembre de 1821 por la que todos los ciudadanos con origen peninsular que no demostrasen haber formado parte del movimiento independiente serían sacados a la fuerza del país.

Entrevista en Guayaquil entre Bolívar y San Martín
Puesta su mirada en el sur, el todopoderoso Virreinato del Perú, trató de forjar una alianza con José de San Martín. Durante una reunión entre ambos en Guayaquil, Bolívar concluyó decepcionado que el libertador del Perú «no creía en la democracia, estando convencido de que aquellos países no podían ser regidos más que por Gobiernos vigorosos, que impusieran el cumplimiento de la Ley, ya que cuando los hombres no la obedecen voluntariamente, no queda más arbitrio que la fuerza». Cuando San Martín le ofreció el liderazgo de la campaña libertadora en el Perú, Bolívar le dio a entender que solo lo aceptaría si él se retiraba del Perú. ¡O Bolívar o nada!

Así lo hizo San Martín, que puso rumbo a Europa, si bien el verdadero problema de Bolívar con Perú era la amenaza que suponía como país para su amado proyecto de la Gran Colombia. En opinión del historiador Hugo Pereyra Plasencia, Bolívar llegó al Perú no tanto por dar la libertad a los peruanos, «sino principalmente por el interés geopolítico de destruir de raíz lo que consideraba como una amenaza para la Gran Colombia, […] Por eso se crea Bolivia, para cortarle las patas al “monstruo” peruano». Lo poco que le importaba la libertad local se demostró cuando, en 1825, Bolívar dispuso la anulación de la emancipación de los esclavos que había decretado San Martín y poco después implantó de nuevo el tributo del indígena, que también había sido eliminado por San Martín el 27 de agosto de 1821.

La Muerte del Libertador, por Antonio Herrera Toro
Ese mismo año, el Congreso Constituyente convocado por él en Perú ordenó levantar una estatua ecuestre de Bolívar en la plaza del Congreso, donde está actualmente, y el pago de una recompensa de 1.000.000 de pesos, cantidad que representaba, más o menos, la tercera parte del presupuesto anual del Perú de la época, como una «pequeña demostración de reconocimiento» hacia su figura.
Bolívar llegó al Perú no tanto por dar la libertad a los peruanos, «sino principalmente por el interés geopolítico de destruir de raíz lo que consideraba como una amenaza para la Gran Colombia»
Años de dictadura
Bolívar soñaba con replicar los EE.UU. en un territorio fragmentado, de caracter provincial y diverso, que en algunas zonas veía con poco o nada entusiasmo el proyecto confederado, como en el caso de Perú. En los años posteriores el «libertador», que empezó a acaparar poder y actuar de forma despótica, fracasó en su intento de imponer su visión de la democracia a todo el continente.

En 1826, el levantamiento de José Antonio Páez contra el orden impuesto en Venezuela por Bolívar, unido al rechazo de la unión con Colombia, comprometieron gravemente el proyecto de la Gran Colombia. Tampoco salieron las cosas como él había previsto en la Asamblea de Panamá (1826), donde intentó conseguir la unión continental a través de una confederación, quedando reducida la participación a Colombia, México, Perú, Chile y las Provincias Unidas de Centroamérica y los compromisos a solo buenas palabras.

Además, concluida la guerra contra el Imperio español, la aristocracia limeña consiguió la anulación de la Constitución bolivariana que se les había impuesto con el argumento de Bolívar de que, aunque no fueran legales los métodos para aprobarla, era «popular y por lo tanto propio de una república eminentemente democrática». Ni entonces, ni hoy, Perú guarda buen recuerdo del Libertador.
Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander
 en el Congreso de Cúcuta

Sobrepasado por las circunstancias, Bolívar asumió en 1828 en un pronunciamiento en Bogotá plenos poderes dictatoriales, lo que condujo a la rebelión colombiana contra su dictadura pretoriana. Entre las medidas impopulares que impuso, estuvo una serie de privilegios a la alta jerarquía del Ejército y la restitución del impuesto de la alcabala, un impuesto español que se había llevado a América tras la conquista y del cual muchos criollos se habían quejado a lo largo de los tiempos.

La invasión del ejército peruano al frente de La Mar, la insubordinación del general de su mayor confianza, José María Córdoba, y un intento de asesinato el 25 de septiembre de 1828 le señalaron la puerta de salida. Bolívar, gravemente enfermo y en proceso depresivo, presentó su dimisión en 1830 ante el Congreso colombiano y vivió sus últimos días torturado por las noticias que llegaban de más y más fragmentaciones de las repúblicas americanas. Falleció poco después en la casa del hidalgo español Joaquín de Mier, en San Pedro Alejandrino.


FUENTE: ABCeshistoria.com

martes, 2 de febrero de 2021

El inca que traicionó a su hermano (:

José Vargas Sifuentes -Periodista-

Manco Inca propició el viaje a Chile de Diego de Almagro para separarlo de su socio y aniquilarlo. La historia de la larga resistencia de los incas contra los españoles, iniciada por Manco Inca, nombrado por los españoles como sucesor de Atahualpa; y continuada por tres de sus hijos, está llena de pasajes históricos pocos conocidos o ignorados por algunos de nuestros historiadores.
Uno de esos pasajes fue el papel que cumplió Huáscar Túpac Paullu Inkil (o Cristóbal Paullu Inca), nombrado inca por Diego de Almagro, el Viejo.
Recordemos esta historia, que forma parte de la larga lucha emprendida por los sucesores de Atahualpa a partir de 1536.

Tras la ejecución de Atahualpa, Francisco Pizarro nombró inca a Túpac Hualpa, llamado Toparpa, quien murió a los tres meses de su mandato (agosto a octubre de 1533) a causa de un envenenamiento que se atribuyó al general Calcuchimac, quien fue sentenciado a muerte por ello.
Para sucederlo en el trono fue nombrado Manco Inca Yupanqui (también llamado Manco Cápac II), hermanastro de Huáscar y Atahualpa, quien se rebelaría contra los españoles e iniciaría una guerra que inicialmente duraría ocho años.
Al iniciar la guerra de reconquista de su imperio, Manco Inca propició el viaje de Diego de Almagro a Chile en busca de nuevas riquezas. La intención del monarca era separarlo físicamente de su socio conquistador y aniquilarlo durante su viaje al sur.
Con esa mira envió a Vila Oma, sumo sacerdote y general de sus ejércitos, para dirigir la operación y al intérprete Felipillo como principal conspirador. (El papel que este cumplió en esa oportunidad le permitió reivindicarse como un héroe, como lo recordamos en las crónicas publicadas el 27 de octubre y el 10 de noviembre del 2018.)

El plan fue frustrado por la decisión del príncipe Paullu Inca –al mando de un grueso contingente de indios– de acompañar a Almagro para hacer méritos ante los españoles, encumbrarse y ser reconocido como inca bajo su égida.
Paullu era medio hermano de Manco e hijo de Huáscar y de Añas Colque, y se creía con derecho a sucederlo en el gobierno, lo cual le estaba negado por ser hijo de una princesa provinciana y no podía pertenecer a la panaca de su padre.
Sin embargo, habiéndose destruido el orden imperial, los príncipes de madres provincianas habían llegado a considerarse con iguales derechos que los de la cerrada casta de los orejones. Tarde se enteró Manco Inca del protervo proceder de su medio hermano y de su servil acercamiento a Almagro, y nada pudo hacer para contenerlo.

La presencia de Paullu impidió que los nativos atacaran a los invasores, y existe la versión de que se negó a llevar a cabo la matanza, argumentando que, con la fuga de Copiapó, no le quedaron suficientes hombres para concretar la orden.
Decepcionado por no encontrar riquezas, Almagro retornó al Cusco, donde se enteró de la rebelión de Manco Inca –que se había retirado a Vilcabamba–, y que la ciudad era gobernada por Hernando y Gonzalo Pizarro.
Con ayuda de Paullu, el frustrado conquistador se enfrentó y apresó a los hermanos, y después venció a las tropas de Alonso de Alvarado enviado por Francisco Pizarro, en la batalla del Puente Abancay (12 de julio de 1537), y retomó el control del Cusco.

Después de ese episodio, un Almagro agradecido coronó a Paullu como inca, en una fastuosa ceremonia.
La suerte del inca cambiaría cuando Almagro fue vencido en la Batalla de Las Salinas (6 de abril de 1538) y los Pizarro reasumirían el dominio absoluto de la situación. Paullu se refugió para evitar represalias de los vencedores.
Sin embargo, Hernando Pizarro, temiendo que se uniera a su hermano en Vilcabamba, lo convenció para que apoyara a los españoles.

Así lo hizo el falso inca. Lanzó a los indios leales a él contra su medio hermano y sus hermanos de raza. Con su ayuda, los hispanos ocuparon la ciudadela de Vilcabamba y vencieron a las tropas de Manco Inca, aunque no lograron capturarlo.
Informado del hecho, el rey Felipe II instruyó al licenciado Cristóbal Vaca de Castro para que le devuelvan a Paullu Inca las tierras que le fueron decomisadas en Arequipa. Más aún, Pizarro y Vaca de Castro le confirieron vastos repartimientos, y la corona española le concedió en 1544 un escudo de armas, ennobleciéndolo.
Finalmente, adoptó las costumbres españolas y fue bautizado con el nombre de Cristóbal, en 1545, junto con su madre, su hermana, su mujer, Catalina Tocto Sisa, y un hijo de 8 años, en una ceremonia apadrinada por Garcilaso de la Vega, padre del cronista homónimo.
Vivió y ‘gobernó’ en el Cusco hasta el día de su muerte, en 1549.