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lunes, 30 de marzo de 2020

Las trepanaciones en el antiguo Perú

Existe hasta la actualidad un antiguo misterio sin resolver respecto a las trepanaciones craneanas que los antiguos peruanos practicaban para, según John Verano, curar migrañas, aneurismas e intensos dolores de cabeza.
Escribe: Suriel Chacon.

El antropólogo forense e investigador, John Verano, a lo largo de su carrera profesional ha visto, estudiado y analizado más de 800 cráneos de antiguos peruanos que habrían sido intervenidos con la metodología denominada ‘trepanaciones craneanas’; praxis respaldada por los conocimientos ancestrales de los antiguos peruanos que constituían las civilizaciones preincaicas.
Verano, especialista en examinar momias, esqueletos de toda América antigua aplica las herramientas más sofisticadas para descifrar los secretos que envuelven los sacrificios humanos, heridas de guerra y enfermedades de la época.

Las preguntas que se formula John Verano son las siguientes:
¿Por qué los médicos incas intervenían quirúrgicamente el cráneo de los antiguos habitantes del Perú hasta en siete ocasiones mientras estos aún seguían con vida?, ¿Qué tipo de anestesia utilizaban?

HISTORIA:
El antropólogo forense, Verano, narra que hace 100 años, la expedición de Yale que descubrió y mostró al mundo la maravilla mundial, Machu Picchu, también descubrió algo misterioso. Integrantes del equipo de excursión ingresaron a una cueva con el objeto de desenterrar algunas momias y descubrieron el esqueleto de un inca muy extraño. Algo que llamó poderosamente la atención fue un cráneo que tenía cinco orificios homogéneos en distintas partes del casco (círculos perfectos).
Pasó el tiempo y diversas expediciones con profesionales nacionales y extranjeros pudieron intervenir, algunos de manera legal y otros de manera ilegal, infinidad de cuevas a lo largo y ancho de la geografía peruana con el objeto de desenterrar esqueletos, momias y realizar evaluaciones y estudios respecto a estas intervenciones quirúrgicas a la cabeza (cráneo) de los antiguos peruanos. Todos estos descubrimientos arrojaban más misterios que hasta la actualidad no se pueden resolver, y honestamente, creo que nunca se podrán, ya que no existen más evidencias.
No obstante, el investigador, John, pudo acceder a archivos y pruebas que cualquier otro profesional hubiera querido tener en sus manos.
[…] Verano y un colega consiguieron ver primera vez algunos cráneos intervenidos en 2002, cuando visitó un museo en la ciudad de Cusco, que se ubica a 11.000 pies de altura […]
Gracias a esa visita, estos investigadores pudieron analizar, estudiar y fotografiar cráneos de los antiguos peruanos que habían sido intervenidos quirúrgicamente con la famosa praxis médica, ‘trepanaciones craneanas’, según lo publicado en el informe de John Bonifield de la CNN, se habrían estudiado y analizado 62 cráneos, 41 con un solo orificio y 21 con dos o tres orificios.

Por otro lado, los cráneos que poseen tres o cuatro orificios de gran tamaño representarían los “restos” intangibles de cruentas guerra de conquista de una cultura a otra, además, dichas fracturas comprobarían la fatalidad de las antiguas armas de guerra, hasta que llegaron las espadas y sables de los españoles.
Después de leer la deducción de Verano, nos lleva a pensar que la cantidad de personas con traumatismos encéfalos craneanos, obligó -al inicio de esta pericia- a que se improvise para intervenir a los heridos de manera urgente, y con el paso del tiempo, a mejorar la experiencia médica para salvar la vida de los pacientes que por lo general eran guerreros que habían sido heridos en el campo de batalla.
“Hay muchos casos en que hay un agujero en el cráneo, y justo al lado es una línea de fractura que se extiende hacia fuera”, informa.
[…] Un hombre tenía toda la parte superior izquierda de su cráneo raspada con una cuchilla de piedra. La cirugía fue uno de los primeros de su tipo realizado en las Américas, hace unos 2.400 años […]
“Alguien examina a un paciente como el que podría limpiar la herida y luego echar un vistazo. Si hubo fracturas y pedazos de hueso, que podían retirar con cuidado los”, dijo Verano.

Estas cirugías tenían una tasa de supervivencia del 40 % en su primera etapa, pero con el correr del tiempo, los incas habrían mejorado su técnica y habrían alcanzado hasta un sorprendente 80 % de tasas de supervivencia. Por otra parte, en esa misma época –hace 700 a 500 años- ese tipo de cirugías se realizaban –en Europa- con sondas de metal y taladros. Incluso Hipócrates escribió un manual para intervenir este tipo de fracturas en la cabeza.
“Durante los siguientes 2.000 años, aislada del resto del mundo, los cirujanos andinos rasparon, cortaron y perforaron la cabeza de los pacientes lesionados para limpiar una herida, o para desaparecer coágulos de sangre o bajar hinchazones. Esa práctica se denomina trepanación.”
“En un momento determinado en el tiempo de los Incas, hace 500 a 700 años con las técnicas más avanzadas y consistentes, que fueron capaces de alcanzar tasas de supervivencia de empuje 80%.”
“Ha sido un enfoque muy práctico para lesiones en la cabeza, y funcionó”, dijo Verano. “Sin duda, era tan buena o mejor que la neurocirugía fue hasta tiempos muy recientes.”
“Esta praxis médica desapareció no bien que los españoles colonizaron y conquistaron la cultura inca poniendo fin a 20 siglos de la medicina tradicional.”

OPINIÓN:
Las trepanaciones craneanas, sobre todo, las de la civilización Paracas, que se desarrollaron al sur de la actual ciudad capital, Lima, Perú, son envueltas en un manto de misterio, y algunos historiadores y especialistas aseguran de que esas intervenciones quirúrgicas en el cráneo de los antiguos peruanos, se habrían hecho por algún ritual sagrado, por otro lado, existe otra hipótesis que se respalda en un cráneo con un portal abierto; para:
1).- mejorar la oxigenación o flujo sanguíneo, 
2).- hallar más sabiduría e inteligencia. Muy descabelladas las hipótesis, no obstante, no existe ninguna evidencia al respecto.

PERO AQUÍ VIENE LO MEJOR.
Después de que John Verano haya estudiado por más de 25 años sobre las trepanaciones craneanas, especialmente, respecto a los diversos agujeros (4,5,6,7) que tienen algunos cráneos sugiere que:
“Es posible que se realizaron para tratar de alivia “Es posible que se realizaron para tratar de aliviar dolores de cabeza o mareos, pero tampoco hay evidencias, y nunca las habrá, deduzco que las trepanaciones craneanas podrían haber sido una especie de aspirina antigua.”

[Créditos. Con información: edition.cnn.com, yale.edu, Harvard Universty Press │ Foto de portada: Harvard Universty Press]

miércoles, 25 de marzo de 2020

¿Cómo era la vida de la realeza inca del Perú?

Fray Martín de Murúa fue un religioso mercedario que vivió entre 1566 y 1615. Fue el autor de dos manuscritos ilustrados que soñó con publicar algún día, anhelo que no pudo concretar, pues falleció antes de que el rey de España le diera la autorización. En realidad, se tuvo que esperar hasta inicios del siglo XX para que su singular y extraordinaria obra empezara a ser conocida por los investigadores y el público en general. La azarosa historia es la siguiente: en 1911 salió a la luz un primer manuscrito de Murúa que, lamentablemente, se publicó de manera incompleta bajo el título de Orígenes de los incas, por el sacerdote Manuel González de la Rosa. Aunque se trataba de un documento muy valioso, tenía más visos de borrador que de obra definitiva.



Lo más grave fue que los errores que se cometieron en esta primera edición siguieron repitiéndose en publicaciones posteriores. Por eso habría que esperar hasta 1946 para que un jesuita acucioso por fin pudiera producir una edición más fidedigna. Este religioso sabía que en el convento de Loyola se conservaba una copia de la obra de Murúa, con el título de Origen y genealogía real de los reyes incas del Perú, realizada posiblemente por un fraile de su misma orden a instancias del célebre historiador Marcos Jiménez de la Espada. Este religioso, llamado Constantino Bayle, hasta entonces el más notable conocedor de la obra del mercedario, se vio recompensado con una magnífica edición preparada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas del Instituto Santo Toribio de Mogrovejo. Pero había más.

COPIAS, HALLAZGOS Y DUDAS

Con estas ediciones —la de 1911 y sobre todo la última de Bayle— la figura de Murúa se popularizó entre los estudiosos del periodo prehispánico, pero la cúspide la alcanzó cuando, en 1962 y 1964, el historiador español Manuel Ballesteros Gaibrois publicó en dos volúmenes una edición numerada de un gran descubrimiento que había dado a conocer en Lima, en el Congreso de Peruanistas de 1950. Se trataba de un manuscrito desconocido de Murúa que, además de superar al anterior en tamaño, incluía alrededor de 37 láminas a color que —desafortunadamente— fueron publicadas en blanco y negro por Ballesteros.

El título del novedoso manuscrito era Historia general del Perú, y se pudo determinar que era la obra final de Murúa, no solo por sus dimensiones, la depuración de la estructura y el texto, sino también por el gran número de recomendaciones que recaba entre 1612 y 1615. Estas concluían con la autorización de publicación del rey de España, que databa de 1616. Lamentablemente, un año después de la muerte del religioso mercedario.
Entonces, muchas dudas se tejieron sobre la naturaleza de ambos documentos. Murúa había concretado parte de su sueño, pero reinaba mucha confusión sobre la originalidad de los manuscritos. Algunos creían que la copia del convento de Loyola era una versión mal hecha de la difundida por Ballesteros. Para este último, sin embargo, la única versión original era la que él había publicado, la cual había estado en poder del duque de Wellington.

Por eso a este documento se le pasó a llamar manuscrito Wellington.



EL MANUSCRITO GALVIN

Actualmente, todas estas dudas se han disipado gracias al hallazgo del manuscrito que sirvió de base a la copia hecha en el convento de Loyola por Constantino Bayle. No me voy a extender en este acontecimiento, pues lo he explicado al detalle en numerosas oportunidades, muy en particular en mi artículo “Tras la huella de Murúa”. Solo me limitaré a señalar que luego de 36 años, descubrí que este documento inicial se hallaba en Irlanda, en manos de un coleccionista, cuyo hijo llamado Sean Galvin, luego de algunos contactos previos, tuvo la gentileza de facilitarme.
Pero aquí no terminó su generosidad. Galvin, después de permitir que lo fotografiara y filmara al detalle, siguió mis consejos y lo envió a la casa Sotheby para su restauración. Asimismo, me obsequió una copia de las fotos que los técnicos habían tomado antes de realizar su tarea.

Luego, en 2004, Galvin dio las facilidades para que la editorial Testimonio hiciera una edición facsimilar numerada; y, finalmente, en 2008, valiéndonos del concurso del historiador del arte Tom Cummins y de Barbara Anderson, funcionaria del Centro Getty, prestó el documento por un año a esta institución, para que fuera analizado minuciosamente.
De esta manera, se convocó a un grupo de estudiosos, quienes examinaron el manuscrito desde distintos ángulos. Para honrar su desprendimiento, hemos querido llamar a este documento inicial de Murúa, fechado en 1590, como manuscrito Galvin.



—La presencia de Guamán Poma—

La magnanimidad de este último gesto de Galvin permitió que, después de cuatro siglos, este manuscrito se uniera al hallado por Ballesteros, aquel que alcanzó la autorización del rey de España en 1616, pues no hacía mucho que este documento había sido adquirido por Getty. A partir de entonces, dejó de llamarse manuscrito Wellington y se adoptó el nombre de manuscrito Getty.
Gracias a este reencuentro, los investigadores por primera vez tuvieron a su alcance los dos manuscritos de Murúa —el Galvin y el Getty—, y a partir de sus sesudas observaciones se publicaron dos libros que daban cuenta del contenido de ambos documentos desde distintos ángulos.
Además, esto permitió ahondar en lo que ya otros estudiosos habían reparado: el estrecho vínculo que había existido entre el mercedario Martín de Murúa y el cronista indígena Felipe Guamán Poma de Ayala, quien había dibujado alrededor del 80 por ciento de las ilustraciones del manuscrito Galvin, y cuatro del manuscrito Getty.
Guamán Poma sería después autor de otro manuscrito —todavía más voluminoso que los del mercedario— con cerca de 400 ilustraciones en blanco y negro. Lo fabuloso es que muchas de estas, correspondientes al periodo inca, a inicios de la Colonia, y a las ciudades coloniales, guardan gran parecido con las de los manuscritos de Murúa. Tantas son las similitudes que en unos textos, que habían quedado ocultos en ambos manuscritos al superponerse páginas con dibujos, salieron a la luz unas cartas —casi idénticas— a las que Guamán Poma en su Primer nueva corónica y buen gobierno atribuye a su padre y a sí mismo.



Hoy parte de los artículos que vieron la luz en dichas publicaciones en inglés, como los de Tom Cummins, Nancy Turner, Karen Trentelman, Elena Phipps y mi persona han sido traducidos y aparecen en el volumen Vida y obra. Fray Martín de Murua, con la excepción de un iluminador estudio del historiador vasco Borja de Aguinagalde, que ofrece detalles inéditos sobre la vida del sacerdote mercedario. Pero, obviamente, lo más deslumbrante de este nuevo libro, que será presentado este 5 de diciembre, es la belleza de los 113 dibujos a color del manuscrito Galvin y los 37 del manuscrito Getty.

Para Tom Cummins y para mí ha sido motivo de gran satisfacción colaborar en la bella edición que publica Apus, bajo la excelente dirección de Anel Pancorvo y el desprendido apoyo de Ernst y Young a través de Paulo Pantigoso, su presidente en el Perú. Todo esto constituye un gran homenaje a un sacerdote mercedario que, además de sus propios méritos, supo encontrar en Felipe Guamán Poma de Ayala a un gran colaborador, particularmente en su manuscrito inicial.
De esta manera, creemos haber contribuido a completar, cuatro siglos después, el sueño de Murúa.


Juan Ossio