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jueves, 27 de diciembre de 2018

La historia del Perú bajo sospecha

Jorge Paredes Laos

Algunos hechos de nuestro pasado que no necesariamente son reales o que no sucedieron tal y como nos contaron.
A veces en la historia no todo es lo que parece (o parecía). Muchos acontecimientos o ciertas teorías del pasado comienzan a cambiar tras el hallazgo de nuevas fuentes documentales o producto de investigaciones o interpretaciones contemporáneas. En otros casos, los mitos están tan bien elaborados que pasan por ciertos. Hace poco, el lingüista Rodolfo Cerrón Palomino demostró que el quechua no se originó en el Cusco ni tampoco fue la lengua originaria de los incas, como se pensaba hasta ahora, sino que estos hablaban en realidad una lengua altiplánica —ya extinta— conocida como puquina, y que adoptaron el runa simi en etapas posteriores.

La etnohistoria ha venido a cambiar muchas ideas acerca del Perú prehispánico. Esa hipótesis de que fueron 13 o 14 los incas que gobernaron el Tahuantinsuyo no era tan exacta como parecía. Desde los sesenta, investigadores como María Rostworowski, Franklin Pease y Tom Zuidema demostraron que en la sociedad andina existía una dualidad marcada no solo en lo religioso y social, sino también en lo político. Por ello, no descartaron que pudiera haber existido un correinado en muchos momentos de la historia inca. Más aun —eso creía Zuidema—, los nombres que nos enseñaron en el colegio como Manco Cápac, Sinchi Roca, Lloque Yupanqui, etc. no se referían a personas de carne y hueso, sino a dinastías o tótems que representaban a familias del ayllu real.

 —¿La independencia se dio el 28 de julio de 1821?—
El debate ha sido intenso desde los setenta. Es evidente que en esa fecha José de San Martín pronunció en la Plaza Mayor de Lima la famosa proclama: “El Perú es desde este momento libre e independiente…”, pero la verdad es que esta fue solo una de las tantas declaraciones que hubo en nuestro territorio en aquel tiempo. Nuestra independencia, en realidad, no se produjo en 1821, sino que fue todo un proceso que se inició —aunque no hay un acuerdo cronológico entre los historiadores— en el último tercio del siglo XVIII con las rebeliones indígenas, y tuvo episodios locales como las rebeliones de Tacna de 1811, de Huánuco en 1812 y del Cusco en 1814 y 1815. Esta fase terminó con las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824, aunque recién en 1826 se produjo la rendición del último fortín realista, el Real Felipe.

Una de las pinturas más icónicas de la guerra con Chile: Alfonso Ugarte lanzándose del morro. Sin embargo, no hay evidencias de que el héroe haya saltado.

“Lo del 28 de julio fue solo un acto simbólico”, dice la historiadora Claudia Rosas, coeditora del libro El Perú en revolución, que reconstruye esta época de guerras y revoluciones. “En 1821 muchas regiones continuaban bajo el poder español —añade— y no hay que olvidar que después de la llegada de San Martín a Lima, el virrey La Serna se trasladó al Cusco y desde ahí siguió luchando contra los ejércitos independentistas”.
Aunque todos tenemos en la mente la solemne pintura de Juan Lepiani, en la que se ve a San Martín ante una jubilosa multitud, lo cierto es que este hecho no fue tan apoteósico. Además, las primeras proclamaciones no se produjeron en la capital, sino en el norte del país, en la inmensa intendencia de Trujillo, que abarcaba ciudades como Piura, Trujillo, Cajamarca y Maynas, entre diciembre de 1820 y enero de 1821, como explica la historiadora Elizabeth Hernández en la mencionada publicación.

—¿Nuestra bandera surgió a partir de un sueño de San Martín?—
A lo largo del tiempo algunas ficciones han pasado por ciertas, tal vez porque contienen imágenes tan sugerentes que resulta difícil o hasta penoso desmentir. Y resulta idílico creer que nuestra rojiblanca fue ideada por San Martín a partir de un sueño que tuvo en la bahía de Paracas, abanicado por la sombra de una palmera. La verdad es que esto nunca sucedió en la realidad, sino solo es un bello cuento de Abraham Valdelomar. En el relato, el Libertador soñó —ironías del presente— con “un gran país, ordenado, libre, laborioso y patriota”, sobre el que se elevaba una hermosa bandera. Cuando abrió los ojos, una bandada de parihuanas, de pecho blanco y alas rojas, volaba sobre el cielo azul. San Martín no lo pensó más y le dijo a sus generales que esa iba a ser la bandera del Perú.

Como explicó Fred Rohner en su entretenido libro Historia secreta del Perú —acaba de aparecer el segundo volumen—, este relato es lectura obligada en los colegios y la mayoría de profesores —con muy buena fe— ha evitado decir que es una invención literaria. La verdad es mucho más simple. La primera bandera sanmartiniana (la de los colores rojos y blancos en franjas diagonales) fue la adaptación de un emblema colonial muy difundido en el Virreinato que se llamaba la Cruz de Borgoña, el cual se adaptó para las campañas en el Perú.

—¿Fue Simón Bolívar el causante de la desmembración de nuestro territorio?—
Una de las acusaciones históricas que se le hace al libertador venezolano es la de ser el responsable de la mutilación de nuestro territorio debido a sus apetitos políticos y personales. Esto no es del todo cierto. Antes de la llegada de Simón Bolívar al Perú —en setiembre de 1823— el proceso de independencia estaba en punto muerto. Bolívar, con el ejército de la Gran Colombia, revitalizó la guerra contra los fidelistas y realistas, y puso fin a la dominación española. La otra cara de la moneda es que a lo largo de 36 meses se convirtió en el dictador del Perú, e hizo y deshizo en nuestra incipiente república. No solo redactó constituciones a su medida y persiguió hasta la muerte a sus opositores, sino también consolidó la separación del Alto Perú.

Pintura de Lepiani titulada “La respuesta”.
Pero ¿fue el causante de esta desmembración? La historiadora Natalia Sobrevilla dice que no. “La verdad es que estos territorios ya eran autónomos desde 1809, cuando se crearon las juntas de gobierno de Quito, en el norte, y de La Paz y Chuquisaca (actual Sucre), en Bolivia”, explica.
Desde esa época, estas juntas ya buscaban ser autónomas de Lima y también de los virreinatos de Nueva Granada (que después de la Independencia pasó a ser la Gran Colombia) y del Río de la Plata, cuya capital era Buenos Aires. “Culpar a Bolívar de estos hechos es una exageración histórica”, añade la investigadora.

—¿Ramón Castilla fue un liberal que abolió la esclavitud?—
Desde inicios de 1854, Ramón Castilla estaba enfrascado en una guerra civil con el gobierno de José Rufino Echenique, quien en un arrebato de populismo ofreció la libertad a todos los esclavos que se enrolaran en su ejército. Entonces, Castilla, que se había hecho nombrar presidente provisorio, fue más allá: el 3 de diciembre de 1854 anunció la abolición incondicional de la esclavitud en Huancayo. Pero en algún momento estuvo a punto de echarse para atrás y este Diario libró una campaña editorial para que cumpliera su palabra.
Se dice que alrededor de tres mil esclavizados se pasaron al ejército de Castilla y lograron vencer, en Las Palmas, a las tropas de Echenique. 
“No fue un libertador por convicción sino por interés”, dice Natalia Sobrevilla. “Es más, durante su primer gobierno había permitido la importación de esclavos de Nueva Granada. No tenía intención de otorgar la libertad hasta la guerra civil con Echenique”.

El decreto de la manumisión se dio, además, en un tiempo en que los vientos soplaban ya en otra dirección en el mundo. A mediados del siglo XIX, la trata de esclavos era condenada por cada vez más países, y este sistema era un lastre para el naciente capitalismo surgido tras la revolución industrial. En el caso peruano, había un hecho adicional: el boom de la riqueza del guano le permitió al Estado tener los recursos suficientes para pagar a los propietarios por cada esclavo liberado. Esa buena economía fiscal facilitó también la abolición del tributo indígena que Castilla realizó en julio de 1854.

—¿Es verdadera la fotografía de Bolognesi y su estado mayor en Arica?
La historia es harto conocida: las fuerzas chilenas enviaron a un emisario, el mayor Juan de la Cruz Salvo, para pedir la rendición de las tropas peruanas en Arica; frente a ello, el jefe de la guarnición peruana, Francisco Bolognesi, respondió que “pelearía hasta quemar el último cartucho”. Existe una pintura de Juan Lepiani que retrata la escena conocida como “La respuesta”, en la que se ve al anciano militar con su estado mayor. Lo sorprendente es que en la década de 1990 —más de cien años después— comenzó a circular una fotografía en la que se veía a Bolognesi y los mandos de Arica en aquel histórico momento. La imagen fue hallada en Tacna y ofrecida a este Diario, pero se puso en duda su autenticidad. Se dice que Genaro Delgado Parker la adquirió luego y la mandó restaurar en los estudios Kodak, en Estados Unidos, donde le aseguraron que pertenecía al siglo XIX, y que no se trataba de ningún montaje.

Sin embargo, la duda persiste entre los especialistas, como el historiador argentino Julio Luqui-Lagleyze: algunos detalles —botones, botas, espadas— no corresponden a los usados por los peruanos en Arica, y como infiere la historiadora Sobrevilla se trataría más bien de la foto de una representación teatral realizada hacia fines de la década de 1890.

La supuesta fotografía del momento retratado en la pintura, que empezó a circular en los años 90. Se sospecha que se trata de una representación teatral.
Un especialista en la fotografía de la Guerra del Pacífico, Renzo Babilonia, sostiene que, sin entrar en polémicas, la imagen es sospechosa. Sobre todo porque los rostros de los retratados no se parecen a las fotografías de la época tomadas por Courret ni tampoco a los del cuadro de Lepiani, quien era muy realista al pintar a sus personajes. “Pero, a favor de una supuesta autenticidad de la foto —afirma Babilonia—, te puedo decir que en el tiempo de la guerra sí había un estudio fotográfico en Arica, el Rodrigo. Ahí se tomaron fotos muchos de los combatientes”.

—¿Un militante aprista asesinó a Sánchez Cerro?—
Para unos, incómodo; para otros, insoportable. Esa era, para un fuerte sector del país, la situación del presidente Luis M. Sánchez Cerro la mañana del domingo 30 de abril de 1932, cuando un joven de filiación aprista, Abelardo Mendoza Leyva, apretó el gatillo de su Browning y cometió el último magnicidio de nuestra historia republicana. El escenario fue el hipódromo de Santa Beatriz, donde el entonces presidente terminaba de pasar revista a unos 30 000 efectivos dispuestos a ir a la frontera con Colombia y recuperar Leticia.

El último tramo de la vida política de Sánchez Cerro fue tormentoso. Había derrocado a Leguía y, en 1931, liderando la Unión Revolucionaria (partido de gran arraigo popular), venció a Haya de la Torre, jefe del otro movimiento de masas, el APRA. Un país polarizado vio cómo los seguidores de Haya denunciaban fraude electoral. Se desató la violencia política, una virtual guerra civil que tuvo su punto más dramático en la Revolución aprista de Trujillo, en 1932.
Nunca pudo comprobarse la responsabilidad de la cúpula aprista con el asesinato. Justamente, acaba de aparecer el libro Como matar a un presidente, de Rolando Rojas, en el que se detallan los pormenores del magnicidio de Sánchez Cerro y las pesquisas posteriores que, aunque concluyeron que se trataba de un complot, no pudieron encontrar responsables más allá del propio Mendoza Leyva. Se detuvo a 19 sospechosos, la mayoría personas humildes vinculadas con la militancia aprista, a quienes se sometió a interrogatorios que no condujeron a nada. Sin embargo, el informe final fue claro: “El perito de balística declaró que fueron por lo menos cuatro personas las que dispararon sobre el auto del presidente: “Es imposible que una persona o dos disparen de atrás, de adelante y de arriba”, precisa el documento.
¿Quién o quiénes dispararon contra Sánchez Cerro? Uno de nuestros misterios históricos.
Lo evidente es que el temor a que Sánchez Cerro pudiera articular un partido que lograra tener más éxito con las masas empujó al asesino, o a quienes lo instigaron, al crimen. La oligarquía, por su lado, ya no veía a Sánchez Cerro como garante del orden, sino más bien incapaz de controlar al APRA y resuelto a empujar al país a un conflicto internacional. Se habló de la complicidad de Estados Unidos, receloso de que se removiera el asunto de Leticia, ya zanjado en favor de Colombia. Basadre mismo dejó abierto el caso con estas palabras: “Si el automóvil presidencial fue blanco de ocho disparos hechos por varias manos, o sea si hubo un complot como afirmó perentoriamente la sentencia, no hay modo de encontrar hoy una comprobación”. 
[Juan Luis Orrego]

CUATRO MITOS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO

La muerte de Francisco Bolognesi 
Existe la versión de que Francisco Bolognesi y unos pocos sobrevivientes, cuando casi concluía la batalla de Arica, el 7 de junio de 1880, se rindieron en el morro alzando una bandera blanca, considerando que habían dado todo por la defensa de la patria. Sin embargo, el corresponsal del diario chileno El Mercurio publicó, dos días después de la batalla, lo siguiente: “Solo More y Bolognesi continuaron haciendo fuego con su revólver hasta que un soldado tendió muerto instantáneamente a este de un balazo que le atravesó el cráneo”. Este testimonio, similar al de Roque Sáenz Peña, demostraría que Bolognesi murió combatiendo. 

Bolivia nos abandonó 
Es verdad que tras la derrota aliada en Tacna, el 26 de mayo de 1880, los restos del ejército boliviano volvieron a su país y no entraron más en combate. Lo que no se contempla es que dicha batalla prácticamente acabó con dicho ejército. Desde entonces, Narciso Campero —presidente de Bolivia— se trasladó a Oruro para formar uno nuevo. Mientras tanto, Bolivia continuó apoyando al Perú con armas y recursos económicos. Es más, durante 1882-1883, el canciller chileno Luis Aldunate escribió a su homólogo boliviano Antonio Quijarro hasta en cinco oportunidades para ofrecerle Tacna y Arica a cambio de pasarse al bando chileno. Bolivia rechazó siempre estas ofertas y mantuvo su alianza con el Perú.

La muerte de Alfonso Ugarte 
Alfonso Ugarte se encontraba entre el grupo de oficiales que resistieron sin tregua en el morro de Arica hasta el final de la batalla. Su salto a la muerte en el morro, montado sobre su caballo blanco y blandiendo el pabellón nacional, es, en términos narrativos, muy propio del romanticismo literario que ha influido notablemente en los relatos épico-históricos de las naciones. Alfonso Ugarte sí murió en el morro y parte de sus restos fueron recuperados al pie del mismo y sepultados en el cementerio de Arica. Según el historiador Rubén Vargas Ugarte, en 1890, se exhumaron sus restos para ser repatriados. Estos cuentan además con la partida de defunción firmada por el vicario de Arica José Diego Chávez, y hoy descansan en la Cripta de los Héroes del cementerio Presbítero Maestro, junto con los de Grau, Bolognesi y Cáceres. 

Arequipa se rindió sin disparar una bala 
El 28 de octubre de 1883, el ejército chileno ingresó a Arequipa sin encontrar resistencia, pero las razones de esta situación son complejas. Ahí se instaló la sede del gobierno peruano de Lizardo Montero, quien, ante la cercanía de las fuerzas chilenas, acordó con Narciso Campero retirar las fuerzas nacionales hasta Puno, para allí sumarse a las bolivianas y continuar la resistencia. Montero cometió el error de refrendar en el pueblo la retirada del ejército de Arequipa a Puno. Esto motivó un levantamiento de la ciudadanía que mayoritariamente se inclinaba por dar batalla. En la algarada se dispersó el ejército, Montero logró escapar de la turba por una torrentera, y el alcalde Diego Butrón fue asesinado por apoyar el plan de retirada. Tras estos eventos, con la ciudad acéfala y desarmada, se produjo la ocupación ‘pacífica’ de Arequipa. 

[Daniel Parodi, docente de la UL y la PUCP]


lunes, 10 de diciembre de 2018

¿Por qué el Perú se llama Perú?

El Perú tiene una historia milenaria. Pero su nombre no. No sabemos cómo llamaban a sus tierras los habitantes de Caral, los moche, los nazca o los wari. Sólo sabemos que los incas, herederos de todos ellos, se vanagloriaban de gobernar sobre "las cuatro partes del mundo" (Tahuantinsuyo). Los arqueólogos y los historiadores no se hacen problemas con eso y prefieren decir "Antiguo Perú" o hablar de la región cultural de los "Andes Centrales" para referirse a nuestro territorio antes de la conquista europea. Pero todos esos son nombres nuevos para llamar a algo que es muy antiguo.


Entonces ¿de dónde sale el nombre Perú? Su historia, que vamos a tratar de resumir aquí, tiene que ver, primero que nada, con un rumor, luego con un líder guerrero caído en desgracia y finalmente con un conquistador que arañó la gloria pero al que la fortuna no le sonrió. 

Los rumores

Esta historia empieza en 1513. Para los europeos América era la gran novedad pero también la gran desconocida. El Caribe ya había revelado sus islas y los conquistadores apenas habían peinado las costas de Centroamérica y del norte de Sudamérica. No sabían si era un continente grande o pequeño y los mapas, con muchos errores, recién empezaban a hacerse. Este detalle es importante para lo que queremos contar. Miren la siguiente imagen: A la izquierda hay un mapa dibujado, precisamente, en 1513. Al lado hay un mapa actual. Noten que los europeos no tenían idea de la forma de América. Hay un rótulo grande donde se lee "Terra incognita", es decir, tierra desconocida. Nadie sabía que al otro lado estaba el Océano Pacífico. México aun no se había explorado y mucho menos el Perú.
Pero a esta "terra incognita" ya le ponían nombres. El más común era "Tierra Firme". Ahí, a orillas del Caribe, en la actual frontera de Panamá y Colombia, fue donde los españoles fundaron su primer asentamiento permanente: Santa María de la Antigua. El día a día en esa "ciudad" era difícil. Los españoles no estaban acostumbrados a los rigores del clima tropical (es una de las regiones más húmedas del planeta) y la mitad de los recién llegados enfermaba y moría producto de extrañas enfermedades. Para colmo los nativos eran hostiles... aunque por supuesto tenían sobradas razones para serlo, porque los invasores europeos eran aficionados a saquear sus aldeas, a probar en ellos sus extrañas y poderosas armas e incluso a lanzarles encima a los famosos "perros de guerra". Un día, en 1513, una tropilla de exploradores españoles estaba saqueando un pueblo nativo al norte de Santa María. En el botín había unas pocas piezas de oro y eso generó algunas peleas entre los conquistadores. Fue entonces cuando el hijo del líder de la aldea, Panquiaco, les dijo lo siguiente: 

"Si tienen tantas ganas de oro, yo les mostraré una región donde podrán cumplir vuestro deseo; pero ustedes son muy pocos y necesitarán ser más, porque tendrán que luchar contra grandes reyes que con mucho esfuerzo y rigor defienden sus tierras"

Panquiaco les explicó que para ir a esa región debían llegar primero a un mar "donde navegan otras gentes con barcos de velas y remos".

 ¿Otro mar?, se preguntaron los españoles, que hasta ese momento no habían visto en el Nuevo Mundo otro mar que el Caribe. El líder del escuadrón, Vasco Nuñez de Balboa, siguió las indicaciones que le dieron los nativos y, luego de varios días de camino y de trepar una cordillera de tupida vegetación, divisó el mar prometido. Que se sepa, fueron los primeros europeos en ver el Oceáno Pacífico. Un detalle relevante de esta historia es que en el grupo de Balboa estaba un experimentado soldado llamado Francisco Pizarro.

Algunos meses después, mientras exploraba el litoral del "nuevo mar", Balboa escuchó de boca de otro cacique que siguiendo la línea de costa hacia el sur "había grande cantidad de oro y ciertos animales sobre el que la gente ponía sus cargas". El cacique Tumaco hizo una figura con barro para mostrarles cómo era el aspecto de esos animales. Fue la primera representación de una llama que vieron los conquistadores. Desde luego  que en Panamá no había llamas, así que los historiadores suponen que Tumaco y su gente debían conocerlas por los comerciantes que venían en balsas de velas (desde Ecuador, Tumbes o incluso desde la región peruana de Chincha) a intercambiar productos con los centroamericanos. La arqueología ha encontrado muchas evidencias de esos intercambios. A Balboa se le encendió el deseo de seguir explorando y conquistar el misterioso país del sur, pero sus propios problemas políticos con las autoridades coloniales interrumpieron su búsqueda... y su vida (fue enjuiciado y decapitado).

El guerrero legendario

Pero su descubrimiento tuvo muchos frutos: Un año después el entusiasmo de los españoles por explorar la región se había multiplicado, aunque resultaba muy difícil andar por la selva, especialmente la que había más al sur, que hasta el día de hoy se conoce como "El Tapón del Darién". Es tan impenetrable y hostil que ni siquiera en nuestro siglo se ha podido construir un camino que la atraviese (El Darién es, justamente, el único tramo faltante de la Carretera Panamericana). 

Mapa de 1635 mostrando el litoral de lo que entonces era considerado el Perú (el norte está a la izquierda). Incluía las actuales repúblicas de Ecuador y Bolivia. Fue realizado por el holandés Willem Bleau.
En una de esas exploraciones, el capitán Francisco Becerra, recibió una nueva pieza del rompecabezas del nombre del Perú: Los nativos le hablaron de un cacique guerrero llamado Birú, muy poderoso y temido,  que regía una provincia del mismo nombre. Becerra avanzó en búsqueda del cacique pero lo desanimaron los pantanos, las nubes de mosquitos y los laberintos de la vegetación. Luego de saquear algunos villorios indígenas y obtener un gran botín, dio media vuelta y regresó a Santa María de la Antigua.

En el camino de regreso se cruzó con otra expedición, dirigida por el capitán Gaspar de Morales, a quien le contó ese asunto del Birú. Morales tomó la posta y anduvo durante una corta temporada por el sur de la actual república de Panamá pasando por varias aventuras, entre las cuales se incluye una supuesta irrupción a las tierras de Birú. La crónica de Bartolomé de Las Casas (quien cuenta esta expedición) no es muy explícita sobre la ubicación geográfica de ese poblado, pero los historiadoes actuales no creen que fuera el del verdadero cacique Birú. Hubo una batalla sin triunfador y Morales dio medio vuelta para regresar a Santa María, con su tropa casi deshecha. A los vecinos de la ciudad les quedó claro que buscar al misterioso cacique era meterse en problemas innecesarios. 

La curiosidad del vasco

Pasaron algunos años y no se supo más del esquivo cacique. Asuntos más importantes ocupaban ahora la atención de los colonos españoles: Abandonaron la ciudad de Santa María de la Antigua, a orillas del Caribe, para fundar una nueva ciudad, Panamá, a orillas del Pacífico recién "descubierto". Desde ahí enviaron expediciones hacia el norte, donde las selvas eran menos crueles que las del sur y donde los saqueos daban buenas ganancias. Es en ese contexto cuando, en 1523, entra a nuestra historia un vasco llamado Pascual de Andagoya. El gobernador de Panamá le pidió que visite, en misión de paz, a los indios aliados de los españoles que vivían al sur de la nueva ciudad porque Andagoya tenia una rara habilidad para entenderse con los nativos. Cuando llegó al poblado de Chochama, notó que los indios no querían navegar porque, decían, era la temporada en que las canoas de un tal "Cacique Birú" pasaban por ahí para atacar el pueblo. ¡Otra vez el dichoso nombre! ¿Podía ser una coincidencia? Andagoya, como todos los colonos de Tierra Firme, conocía de sobra las leyendas sobre el tal Birú y el fracaso de los que antes quisieron dar con él. Pero decidió probar suerte usando una estrategia distinta: Ir por la playa, todo lo que se pueda hasta el sur, para evitar perderse en la jungla. Y así, aprovechando que estaba en buenas migas con los chochameños, improvisó una expedición con sus soldados y con hombres de Chochama, para ir a averiguar, de una vez por todas, si el Birú ese existía o no. 

La expedición avanzó hacia el sur durante una semana, sin incidentes. Dos pequeños barcos los escoltaron por mar. Ningún europeo había andado hasta entonces por esas regiones. Luego llegaron a la desembocadura de un río que, por lo que pudo saber, llevaba al corazón de las tierras de Birú. Y lo encontró. No era una leyenda sino un personaje de carne y hueso, una especie de Señor de la Guerra, que gobernaba sobre varios poblados en lo que hoy es la provincia del Chocó en Colombia. Hubo batallas e incluso un asedio a una pequeña fortaleza, pero finalmente las armas españolas y sus tácticas de batalla, desconocidas por los indígenas, le dieron la victoria a Andagoya. Encontró algo de oro y trató de entenderse con el jefe guerrero, a quien había capturado. 

El cacique (que supuestamente se hizo su amigo) le dijo que, más allá, donde las selvas se acaban y se alzan grandes montañas, había un país lleno de tesoros gobernado por un rey muy poderoso. El conquistador debió decir algo como "bueno, ya estamos aquí, sigamos" y armó una nueva expedición con sus soldados, los chochameños y con los hombres de Birú con la intención de "descubrir" el fabuloso reino del sur, el mismo que Balboa soñó conquistar.

El fracaso

El reino del que le hablaban no era un mito. Allá en los Andes Centrales gobernaba un hombre, Huayna Cápac, que era el monarca más poderoso que jamás existió en la América Precolombina. El Inca extendía su poder desde la región central de Chile y el noroeste de Argentina hasta la sierra de Pasto, en Colombia. Pero las tierras del cacique Birú estaban muy lejos de los dominios incas y separados de ellos por esas selvas lluviosas que no eran del gusto de los Hijos del Sol. Entonces ¿cómo sabía Birú acerca de los incas? Gracias a la comunicación comercial que existía entre ambas zonas geográficas. Atravesando el Pacífico sudamericano los mercaderes llevaban al menos veinte siglos intercambiando productos. Por ejemplo, los textiles de los Andes Centrales eran muy valorados en el norte. Y las conchas de varios moluscos (spondylus, strombus) de los mares tropicales eran usadas por los antiguos peruanos para sus rituales religiosos.

Andagoya, el Cacique Birú y los demás, llegaron hasta el Río San Juan (Colombia). El conquistador, personalmente, recorrió con detalle el amplio delta del río, buscando un lugar que fuera adecuado para servir como puerto a barcos de gran calado. Y es que el vasco estaba pensando en grande: Era consciente de que estaba muy lejos de Panamá y si su aventura tenía éxito necesitaría encontrar un sitio para que navíos con más gente y recursos pudieran venir a ayudarlo. Pero entonces tuvo un accidente con unas rocas, se golpeó, cayó de la canoa en la que estaba y, arrastrado por el peso de su armadura, estuvo a punto de ahogarse. Ahí hubiera acabado su historia si es que el mismísimo cacique Birú no le hubiera salvado la vida. Luego de estar varias horas encaramado sobre la canoa, golpeado y empapado, mientras esperaba que vinieran a recogerlos, Andagoya enfermó y sus hombres decidieron abortar la misión y retornar a Panamá. 

El nombre

A pesar de su fracaso, Andagoya llegó a Panamá con una historia increíble, cierta cantidad de oro y un acompañante inesperado: El legendario Cacique Birú en persona. Las leyes españolas estipulaban que el conquistador podía conservar su botín pero luego de pagar el impuesto correspondiente: El quinto real, es decir, el 20% de todo lo que había "ganado". Durante el trámite, realizado en la Casa de Fundición de Panamá, se redactó un documento que daba cuenta del tesoro y que es muy importante para nuestra historia. En este documento se dice lo siguiente:
 "En la dicha ciudad de Panamá, en la dicha Casa de Fundición, a 23 de julio de 1523, en presencia de los dichos oficiales, trajeron a manifestar, Pascual de Andagoya, que fue a la provincia del Perú, y Juan García Montenegro, que fue por Veedor, cierto oro que dijeron lo había habido el dicho viaje del Perú"
Es la primera vez en la historia que la palabra Perú se escribía para referirse a un lugar, "una provincia". Eso demuestra que ya en 1523 se le llamaba Perú a la región en donde estuvo Andagoya, Pero ¿de dónde salió ese nombre? La palabra más parecida que hemos visto hasta ahora es el nombre del cacique. ¿Tiene algo que ver? Por supuesto. La explicación puede encontrarse en un texto posterior del padre Las Casas (1549):
"Y deste nombre Birú, dijeron que llamaron los españoles después a la tierra del Perú, mutando la letra "b" en la "p" letra"
Y el mismo Pascual de Andagoya explica el asunto en su crónica:
"Descubrí, conquisté y pacifiqué una gran provincia de Señores que se llama el Perú, donde tomó nombre todo la tierra delante"
Y en efecto, desde entonces, todo lo que estaba al sur de Panamá se llamó Perú. Casi podríamos decir que, durante algunos años, esa palabra, que no era otra cosa que el nombre mal pronunciado de un cacique colombiano, fue el nombre de todo un continente por explorar. Un buen sinónimo de "terra incognita".

Los antiguos peruanos y ecuatorianos navegaban en balsas con velas a lo largo del litoral del Pacífico para intercambiar productos con otras regiones, desde Chile hasta el norte de Colombia. Fue gracias a lo que esos comerciantes traficaban que los conquistadores españoles supieron de la existencia del Imperio Inca. En la imagen, una balsa de Guayaquil tal como lo vieron los viajeros españoles Ulloa y Juan en el siglo XVIII. Aunque había pasado ya dos siglos desde la conquista, la apariencia de estos navíos era la misma que describieron los conquistadores. Sólo la bandera parece ser un elemento "moderno".  (Imagen: Wikimedia Commons)
El tamaño del Perú

Andagoya no estaba en condiciones de volver a montar a caballo y, por lo tanto , de intentar una nueva aventura así que el "puesto" de conquistador del Perú quedó vacante. Los vecinos de Panamá comentaron su viaje como una curiosidad, pero estaban más interesados en lo que ocurría al norte, es decir, en la conquista de Nicaragua, una empresa más segura y lucrativa que la exploración de las tierras australes. Fue entonces cuando un veterano que había servido con Balboa el día en que Panquiaco les habló del nuevo mar, vio que el círculo se cerraba frente a él. Naturalmente hablamos de Francisco Pizarro quien, un año después del retorno de Andagoya, decidió organizar la conquista del misterioso país austral. No vamos a contar aquí sus aventuras que, como todos sabemos, eclipsaron definitivamente la historia del vasco. Sólo diremos que en el curso de los años siguientes Pizarro haría tres viajes al sur, seria nombrado Gobernador del Perú, se toparía con un imperio sumido en la guerra civil, capturaría al sucesor de Huayna Cápac en la ciudad inca de Cajamarca y, haciendo uso de un raro talento para la política andina, haría alianzas con todos los enemigos de los cusqueños (huancas, chachapoyas, cañaris, tallanes, huaylas) para hacerse con el poder absoluto en los Andes Centrales.

Paro cuando Pizarro murió en 1541, los "límites", tan difusos y amplios del Perú que "descubrió" Andagoya, se habían redefinido. El cronista español Pedro Cieza de León explicó que a mediados del siglo XVI, lo que se conocía como "Perú" abarcaba desde Quito (Ecuador) hasta la villa de Plata (La actual ciudad de Sucre, en Bolivia). Pero no incluía la tierra que Andagoya había visitado. Es decir, el Perú de Andagoya quedó fuera del Perú histórico. 


El destino de los nombradores

¿Y qué pasó con él y con Birú? Sobre este último sólo sabemos que fue llevado a Panamá para que se declarara vasallo del rey de España. Pero ignoramos si regresó a su tierra, si se quedó en Centroamérica o si tuvo una vida larga o no. Desgraciadamente el destino de los vencidos lo escriben los vencedores, siempre de manera dudosa y en los márgenes de la historia.

En cuanto a Andagoya, luego de una larga convalecencia, se recuperó de sus heridas y tuvo otras correrías en Centroamérica, llegando incluso a ser alcalde de Panamá, donde escribió una crónica acerca de su aventura con el cacique Birú. Pero no debió ser fácil para él ver con sus propios ojos los cargamentos de tesoros que llegaban a la ciudad procedentes del país de los incas. Debió también oír todo tipo de historias increíbles, acerca de los caminos empedrados que cruzaban las montañas peruanas y de sus palacios tapizados con planchas de oro. Pero se sobrepuso y volvió a las andadas. Regresó a la zona colombiana que había descubierto y al mismo río San Juan donde alguna vez había caído buscando un puerto natural. Esta vez lo encontró y lo hizo ciudad. Hasta hoy existe y se llama Buenaventura. Pero el entusiasmo le ganó, quiso conquistar más territorios y pronto se vio envuelto en un conflicto de límites con otro español  (Benalcázar, uno de los hombres de Pizarro que, desde Quito, estaba conquistando el sur de Colombia) y aunque salió bien librado de esos problemas, tuvo que viajar a España a dar explicaciones. Una vez en su patria encontró una nueva excusa para ir al Perú, pero esta vez al de verdad.

Y es que las noticias que llegaban a la corte española hablaban de las insurrecciones de los sucesores de Pizarro y hasta de sus deseos de independizarse de España. La corona reaccionó enérgicamente organizando una expedición militar al mando de Pedro de La Gasca para castigar a los rebeldes. Nuestro personaje se enroló con los pacificadores y marchó hacia el Perú como capitán de La Gasca. Fue así como, con más de dos décadas de retraso, el vasco siguió las huellas de Pizarro, desembarcando en Tumbes, conociendo Cajamarca (donde había caído el Inca) y recorriendo esos grandes caminos empedrados de los que había escuchado. Llegó por fin al Cusco y pudo ver los famosos templos de piedra, ya medio derruídos y sin sus planchas doradas, donde se hizo una idea clara de lo que se había perdido. Pero, aunque tarde, había llegado y su misión, esta vez, fue un éxito: Los rebeldes fueron derrotados. ¿Qué habría pasado en ese momento por la mente del conquistador? Acaso se sentía reconciliado con su destino y preparado  para reclamar algo de la gloria que 25 años atrás había cedido. Nunca lo sabremos porque sobre esta etapa de su vida no llegó a escribir. Las pocas informaciones disponibles indican que luego de cumplir algunas misiones en el Alto Perú (Bolivia) y regresar a Cusco, su salud, otra vez, arruinó sus proyectos. En el año de 1548, viejas heridas recrudecieron y terminaron con el tiempo de Pascual de Andagoya, en el centro del país que hoy le debe su nombre. 


Fuentes

El primer historiador que se ocupa seriamente de este tema es Raúl Porras Barrenechea. Él "limpia" el panorama, eliminando una multitud de especulaciones que cronistas y estudiosos hicieron desde el siglo XVI sobre el nombre del Perú. Porras descarta, con argumentos contundentes, las sugerencias de que "Perú" derivaba de alguna palabra caribe o antillana, o del quechua (como sugería el cronista Blas Valera), o de alguna palabra bíblica (como el de la legendaria ciudad "Ofir" como aseguraba el cronista Fernando de Montesinos); desestima el antiguo debate sobre un río Birú (que defendían cronistas como Oviedo y Garcilaso pero que descartaba Cieza) o las versiones que sugerían que el nombre derive del valle mochica de Virú, conocido por los españoles muchísimo después de que la palabra fuera usada por éstos. Es Porras quien demuestra que la clave del asunto es Pascual de Andagoya, aunque advierte que éste exagera sus acciones en su crónica. Sobre los hallazgos de este gran historiador recomendamos el siguiente resumen de su famoso trabajo "El Nombre del Perú", publicado en línea por el Instituto de investigación que lleva su nombre (Clic aquí)

Pero Porras no tenía toda la información. Él ignoraba un documento que fue descubierto por el historiador Miguel Marticorena Estrada en el Archivo General de Indias (el documento que hemos mencionado en este artículo) y que fue publicado en el texto "El Vasco Pascual de Andagoya, inventor del nombre del Perú", en la desaparecida revista Cielo Abierto, en Lima, en 1979. Este papel confirma el rol "denominador" de Andagoya.
Uno de los mejores compiladores contemporáneos de la información aquí presentada fue el historiador José Antonio del Busto. quien reconstruye el itinerario de Andagoya y hace su propia limpieza de lo que es verosímil y lo que no en los reportes sobre el cacique Birú. Lo hizo en el tomo II de "Historia marítima del Peru",  desde la perspectiva del nombre de nuestro país en "La Conquista" (Tomo III de la "Historia General del Perú", Lima, 1994) y desde la perspectiva del conquistador del Perú en su imprescindible obra "Pizarro" (Ediciones Copé, Lima, 2000).
En cuanto a lo que escribió el propio Andagoya mencionaremos el nombre de su crónica: "La relación de los sucesos de Pedrarias Dávila en las provincias de Tierra Firme o Castilla del Oro, y de lo ocurrido en el descubrimiento de la mar del Sur y costas del Perú y Nicaragua". En ella cuenta cuenta todo lo que sabe sobre la fundación de Santa María y Panamá, las aventuras de Balboa y su propio encuentro con el cacique Birú. 
Fray Bartolomé de las Casas compiló parte de las historias de Balboa, Andagoya, Becerra y Morales en su monumental Historia de las Indias, terminada en 1549. Él también menciona al cacique Birú y sugiere que Morales se encontró con él, sin poder derrotarlo. 


Un artículo de Pablo Ignacio Chacón